sábado, 5 de febrero de 2011

El Respeto...no hagas a otro lo que no quieres que te hagan


“No salga de sus bocas ni una palabra mala,
sino la palabra que hacía falta y que deja algo a los oyentes.”
(Efesios 4, 29)

Hace días, visitando una comunidad, una señora me pidió que en la Misa hablara del respeto, pues pensaba que era el valor más importante que debía practicarse y que le asustaba lo que estaba pasando, especialmente con los jóvenes. Al final, al enterarse de la existencia de este blog, me preguntó de si escribiría sobre este valor.

Decidí hacerlo, aunque he encontrado tanto material, en mis libros y en la web, que me retrasé en escribir, pues pensé que ya todo estaba dicho al respecto y no quería redundar. Sin embargo, permíteme reflexionar brevemente sobre ello y compartirlo contigo.

El respeto es el valor que nos lleva a honrar la dignidad de las personas y atender sus derechos. Es el reconocimiento, aprecio y consideración de las cualidades y derechos de los demás, ya sea por su valor como persona, conocimiento, experiencia, actuación o leyes.

Ya esta descripción nos introduce en cuánta razón tenía la señora para pedirme que hablara y escribiera sobre ello. Percibimos su importancia, especialmente cuando somos sujetos del irrespeto de los demás y no me consideran como persona, como madre o padre, como hijo/a, como amigo, como vecino o ciudadano. Y seguramente tenemos experiencia de cuántos sentimientos de “luz roja” se experimentan en esos momentos.

Ha habido dos ocasiones en la que percibí, de manera clara, cuando se me ha respetado o irrespetado. En una ocasión, tuve que asistir a una oficina pública, para buscar unos requerimientos. La primera empleada con la que me topé, le pregunté por mi solicitud y ella, sin levantar los ojos, pintándose las uñas, me refirió a otra oficina, con un tono de desdén y desprecio. Resultó que era ella la que tenía que atenderme. Me sentí muy incómodo, pues juzgué que se me había irrespetado como persona y como ciudadano. Pero en la otra oportunidad reciente, la secretaria de un hospital, me atendió tan gentil, amable y eficazmente que me sentí valorado. Pensé, y se lo comuniqué, que ese es el prototipo del respeto a los demás, máxime en la atención pública.

La persona respetuosa toma en cuenta los valores y los sentimientos de los demás, tanto en la convivencia diaria, como en eventuales conflictos. En estos últimos casos se sabe separar los hechos de las personas. Una conducta inapropiada se corrige, pero a la persona se le comprende. Proceder de ese modo es hacerlo con respeto. Pudiera ser el caso de una madre respetuosa de su hijo, al verse menospreciada por él, le llama la atención, comenta su desagrado, pero no le responde con irrespeto ni con violencia e incluso hará el esfuerzo de alcanzarlo en sus sentimientos y motivaciones, a la vez que le corrige.

La afirmación de Jesús en el Evangelio “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39) recoge la esencia del respeto: tratar y respetar a los demás de la misma manera que yo deseo ser respetado y amado. Un filósofo alemán, llamado Hermann Graf Keyserling, entre sus máximas y proverbios resume las reglas elementales del respeto: “alabar lo bueno de los otros, suprimir los reproches, dar importancia a los demás y prestarles atención”.

De la máxima bíblica, así como del pensamiento del autor, podemos afirmar que ser respetuoso no es otra cosa que vivir los buenos modales, las normas de educación, la cortesía, la admiración, atención, compostura, consideración, humildad, obediencia, recato y sobretodo, tolerancia. De ahí que el valor del “respeto” supone otra gama de valores.

El respeto a sí mismo y a los demás es la base  de una convivencia pacífica en todos los ámbitos: en ella se fundamenta la relación entre padres e hijos, la vida conyugal, el trato con los vecinos, el trabajo en equipo y cualquier trato humano. Para hablar de comunicación entre las personas, de los derechos sociales, del amor al otro o de cualquier otro aspecto de las relaciones interpersonales, hay que suponer, como previo y fundamental requisito, el respeto.

Todo ser humano, sin ninguna discriminación, merece consideración de su dignidad. No importa cuan diferente pensemos o seamos, ni cuál posición ocupemos, todos merecemos un trato cortés y amable, comprensión de las limitaciones y fallas, reconocimiento de los valores y de su posición o rol que desempeñe en el grupo social o familiar.

Especialmente, dado la coyuntura que vivimos, debemos tener especial respeto por nuestros padres. Respetarlos durante toda la vida, por haber sido los co-autores de nuestras vidas y ser sus educadores, no por sus cualidades específicas. El respeto es decir a los padres con delicadeza y sin herir, ni violentar, las dudas que tengan sobre las decisiones tomadas hacia ellos, en el caso que las consideren injustas o no razonables. Respetarlos por encima de nuestros amigos, pues ellos serán siempre los padres, mientras que la amistad pudiera desaparecer. Ejemplos de faltas de respeto con los padres son los actos voluntarios contrarios a la buena educación (desplantes, portazos, malas contestaciones, rebeldías, gritos, etc.), ya que no son el trato adecuado a las personas y a la sociedad. Respetarlos, de manera especial, cuando estén de edad avanzada, recordando aquello que nos dice el libro del eclesiástico o sirácides: (3, 12-14)  “Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo

El respeto propio, se gana, no se exige. Empecemos primero por respetarnos a nosotros mismos, para así reconocer y tolerar a las otras personas. Por ello, en una relación de pareja, por ejemplo, en donde haya habido maltratos físicos y violencia de género, si la parte afectada, especialmente la mujer, no se valora a sí misma, siempre será sujeto del irrespeto de parte del agresor. Respetarse será la base para no permitir esa injusta agresión.

Existen otras actitudes y comportamientos que revelan este valor del respeto: aceptar y comprender la forma de ser y de pensar de los demás, aunque sea diferente a la nuestra; reconocer los méritos de los demás, sin apropiarse de las ideas ajenas; valorar la fama, el tiempo y la pertenecía de los demás; y de manera particular, respetar es no hablar mal de los otros, pues la crítica injusta y la murmuración destruye todo tipo de relación y el ambiente grupal o social, además de ser una injusticia y rebaja la dignidad de la persona.

El respeto debe ser interior y exterior, teniendo mucho cuidado en el desprecio interior, las palabras injuriosas, la actitud despectiva y los malos tratos. No se trata de mantener una compostura respetuosa en las relaciones humanas, pero el corazón anda lleno de juicios y desprecios a los otros.
Finalmente, el respeto se debe fundamentalmente a las personas, pero por ellas, hay que respetar también a la naturaleza y las instituciones. Respetar la naturaleza, respetar los libros, los bienes materiales e inmateriales, las propiedades ajenas, las instituciones civiles y públicas, las reglas de juego, es decir, obedecerlas para que puedan cumplir su función, etc.

Para finalizar les dejo algunas preguntas que les pueden ayudar a interiorizar este valor: ¿Trato a todos con respeto que se merecen como seres humanos? ¿Soy tolerante con las ideas y punto de vista de los demás? ¿Practico los buenos modales y los detalles de cortesía y buena educación? ¿Actúo de modo comprensivo con quien comete un error? ¿Evito la crítica y el chisme?

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