lunes, 7 de febrero de 2011

Lectura orante de segunda multiplicación de los panes (Marcos 8, 1-10)


Te ofrezco la próxima lectura orante de nuestra comunidad parroquial. Relata la segunda multiplicación de los panes realizada por Jesús. La primera la reflexionamos antes de iniciar este blog.

Invocamos al Espíritu Santo, autor-inspirador de las Escrituras. Le suplicamos que nos ayude a comprenderla y a meditarla, para que luego, bajo su inspiración, podamos dirigirnos en oración al Señor.

Lectura (¿Qué dice el texto?): Leemos y releemos el texto con pausa y atención. Evitamos distracciones y dejamos que la Palabra de Dios nos sorprenda.

 (1) En aquellos días se juntó otra vez muchísima gente, y no tenían nada que comer. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: (2) Siento compasión por esta gente, pues hace ya tres días que están conmigo y no tienen nada para comer.  (3) Si los mando a sus casas sin comer, desfallecerán por el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos. (4) Sus discípulos le contestaron: "¿De dónde podemos sacar, en este lugar desierto, el pan que necesitan?" (5) Jesús les preguntó: "¿Cuántos panes tienen?" Respondieron: "Siete. (6) Entonces mandó a la gente que se sentara en el suelo y, tomando los siete panes, dio gracias, los partió y empezó a darlos a sus discípulos para que los repartieran. Ellos se los sirvieron a la gente. (7) Tenían también algunos pescaditos. Jesús pronunció la bendición y mandó que también los repartieran. (8) Todos comieron hasta saciarse, y de los pedazos que sobraron, recogieron siete cestos. (9) Eran unos cuatro mil los que habían comido. Luego Jesús los despidió. (10) En seguida subió a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

Ideas que pueden ayudarnos a comprender el texto:

- Seguimos ubicados en territorio pagano. De nuevo el contexto geográfico no es banal. La escena que se contará es una "segunda multiplicación de los panes". La primera está narrada en Marcos 6, 34-44. Este segundo relato los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la "mesa de Jesús" está abierta a todos, incluidos los paganos. Sus dos claves fundamentales son la compasión de Jesús, más desarrollada ahora que en el primer relato, y la solidaridad con quienes están necesitados, a la cual son invitados los apóstoles.

- Un cuadro comparativo entre los dos relatos pudiera ayudarnos a entender mejor la intencionalidad del autor en resaltar algunos datos que resaltan el carácter universal y abierto a los paganos de este segundo episodio. Desde la época patrística se ha pensado que la «segunda multiplicación de los panes» era para Marcos un signo de la misericordia de Jesús hacia los paganos, así como la primera lo fue para el pueblo de Israel.


Primera multiplicación (Marcos 6)
Segunda multiplicación (Marcos 8)
En territorio judío
En territorio pagano de la Decápolis
La inquietud es de los apóstoles y plantean despedir a la gente, sobre la cual Jesús sentía compasión pues andaban como “ovejas sin pastor” (v34). Cita de Isaías 40,11 que los judíos conocían
Cristo toma la iniciativa de ser solidarios con un pueblo que “venían de lejos”, frase de Isaías 60,4 aludiendo a la universalidad del mensaje mesiánico. Los discípulos no toman iniciativa en un pueblo pagano
Jesús "bendijo" los panes, término familiar a los judíos... "eu-logein" en griego.
Jesús "da gracias", término familiar a los paganos... "eu-caristein" en griego.
“Doce canastos”: Eran canastos de mimbre rígido, típico de los judíos.
“Siete cestos”: Estos cestos eran bolsas plegables, propias de los giegos.
"Doce" es la cifra de las "doce tribus de Israel". La primera comunidad "judeo-cristiana" estaba organizada alrededor de los "doce", como los "doce patriarcas" del primer pueblo de Israel.
"Siete" es la cifra de los "siete  diáconos" que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión de estar a la misma mesa (Hechos 6)
“Cinco mil” hombres alimentados, haciendo referencia a una cantidad indefinida y la comunidad del Espíritu (2 Rey 2,7)
“Cuatro mil” hombres alimentados, haciendo referencia a la universalidad de los cuatro puntos cardinales.
 
- San Marcos tiene pues el interés de mostrar la evangelización de los paganos en el ministerio de Jesús. Los dos relatos anteriores que hemos compartido en el blog (la curación de la hija de la sirofenicia y la curación del sordomudo) van encaminados también a mostrar la orientación misionera de Jesús. Es necesario que los apóstoles amplíen su horizonte. ¡La Mesa ofrecida por Jesús está abierta a todos!

- El hecho de que los Evangelios de Marcos y Mateo relaten en dos ocasiones la multiplicación de los panes, nos permite pensar que este acontecimiento marcó de manera importante a los primeros cristianos. Tanto que el Evangelio de San Juan, que habitualmente no escribe los acontecimientos de la misma manera que los otros 3, en esta ocasión también relata el hecho, en su capítulo 6, donde nos relata las enseñanzas de Jesús sobre la Eucaristía. En efecto, ese milagro por el que Jesús manifiesta su poder ante los judíos y los paganos, señala por su amplitud uno de los rasgos esenciales del Mesías “colma de bienes a los hambrientos” y prepara a los hombres para acogerlo a él, que es el Pan de vida en el banquete de la eucaristía.

- La compasión de Jesús está bien resaltada en esta narración: sintió compasión por la gente que no tenían que comer y llevaban tres días con él; además, su preocupación se debía también a que si despedía a la gente podían desfallecer por el camino, pues muchos venían de muy lejos. Esta compasión de Jesús se dirige a la necesidad material de la gente. En el relato de la primera multiplicación se resalta que su compasión se debía a que andaban “como ovejas sin pastor”, es decir, se debía al hambre de la Palabra y de la enseñanza.

- La Iglesia, o sea nosotros, hemos recibido también el encargo de anunciar la Palabra y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de consentir un mundo más justo. Debemos aprender de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.

- En el pasaje que contemplamos se subraya también el rol de los discípulos de Jesús. Son asociados al Señor para saciar el hambre de tantos; lanzados por Jesús a la acción; ven bien lo que tienen que hacer, pero no tienen los medios; Jesús pide y acepta su colaboración, pero es Él quien pone la mayor parte y termina la obra de manera espléndida y generosa. Eso mismo pasa hoy: el misionero está llamado a hacer lo puede hacer y con lo que tiene, Jesús terminará la obra, pero no podemos quedarnos ociosos ante la necesidad ajena. Nos llama el Señor a hacer solidarios ante la necesidad material de los hermanos.

- Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes. En las dos multiplicaciones de panes hay "residuos". Esto indica que el alimento distribuido es inagotable y de que Jesús da mucho más allá de la necesidad inmediata... es el símbolo de un "acto que tendrá que repetirse constantemente", un alimento que debe ponerse sin cesar a disposición de los demás. La sociedad actual maneja unos principios distintos a los de Jesús. La propuesta del “mundo” es la de acaparar, producir hasta el máximo, no importa a expensa de qué o de quiénes. Los bienes de la tierra, abundantes, están en pocas manos y la distribución es desigual. Ante esto la propuesta de Jesús es la de la solidaridad abundante, no la de la simple limosna. No dar de lo que nos sobra, sino de nuestra sustancia.

- Dando gracias, los partió... Es una comida "de acción de gracias" -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían... el rito esencial de su comunidad era la "cena del Señor". Así como en el relato anterior, el de la curación del sordomudo, hacíamos referencia al rito de iniciación cristiana, el de ahora se dirige a la eucaristía. La Eucaristía es, por otra parte, la multiplicación que Cristo nos regala: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo y Sangre como alimento. Esa comida eucarística es la que luego nos tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos: nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados de este mundo.

Meditación (¿Qué me dice a mí el texto?): Pasamos ahora a actualizar la Palabra de Dios, en una reflexión personal y detallada, a la luz del texto leído. Nos pueden ayudar estas preguntas:

- Jesús multiplica el pan a los paganos: ¿Siento yo también el ansia de ser misionero y multiplicar el pan de su Palabra y la caridad con todos o estoy encerrado en mi comodidad en mi zona de confort que me impide hacer algo por los demás?

- Jesús sintió compasión: ¿Experimento en vida la compasión ante la necesidad ajena? ¿Mi compasión me lleva a la acción o queda en el estéril lamento de la injusticia y de la miseria ajena?

- Los discípulos colaboraron: ¿Qué estoy haciendo yo ante la necesidad de evangelización y de justicia social en la sociedad actual? ¿Pongo todo lo que puedo poner, confiando que el Señor es quien hace su obra? ¿Me quejo y paralizo ante la falta de recursos humanos para la obra misionera y de caridad?

- Jesús tuvo una solidaridad abundante: ¿Qué quiere el Señor de mí en este mundo de tantos hambrientos? ¿Tengo yo que hacer algo en la multiplicación de los panes hoy?

- Jesús dio gracias y partió el pan: ¿Cómo vivo la eucaristía? ¿Es alimento para mi trabajo y mi solidaridad? ¿La celebración eucarística me compromete ante el Señor y ante la necesidad espiritual y material de mis hermanos?

Oración (¿Qué me hace decirle al Señor el texto?): Una vez que la Palabra ha caído en tierra buena, ahora es el momento para devolverle al Señor los frutos que ella ha producido en mi corazón, pero con palabras de agradecimiento, de perdón, de súplica y de peticiones. Te pueden servir este modelo o a la luz de ella puedes dirigirte al Señor libre y espontáneamente.

Señor Jesús, quiero darte gracias por tu Palabra, por el ejemplo maravilloso de misericordia y compasión que hoy nos has comunicado y por el deseo y compromiso que has puesto en mi corazón de ser solidario ante la miseria ajena. Gracias también, Señor, por tantos hermanos nuestros que nos han dado ejemplo de esa entrega, imitándote a ti. Te pedimos, Jesús, por los misioneros de tu Palabra, para que no desfallezcan en su misión. No permitas que el plan consumista y egoísta del mundo nos invada y nos cierre a las necesidades ajenas. Te suplicamos por todos aquellos hambrientos de tu Palabra, para que le llegue abundantemente, pero igual te imploramos por aquellos otros tantos que están hambrientos de pan y de justicia. Señor, haz que el mundo entienda tu plan de solidaridad y permíteme ser un ejemplo de ella. Ayúdame, Señor a ser solidario, a ser generoso, a que no sea indiferente ante la miseria humana. Perdóname, Señor, por las veces en la que he sido egoísta, en la que me he escudado ante las excusas de mi comodidad para no hacer nada por los demás. Te alabo y te bendigo por toda la grandeza de la creación que has puesto para el bien de todos y no de unos pocos. Te alabo y te bendigo por tu Iglesia misionera y por tu Palabra fecunda.

Contemplación (¿Qué inspira en mi vida la Palabra?): Una vez que hemos leído, meditado y orado la Palabra, ahora es el momento de saborearla y sacarle frutos. Imaginemos la escena leída y apliquémosla a nuestra vida diaria. Podemos hacer propósitos de vida: ser solidarios con la necesidad ajena, comprometiéndome a una acción evangelizadora en la parroquia o a una acción social en la comunidad.

sábado, 5 de febrero de 2011

El Respeto...no hagas a otro lo que no quieres que te hagan


“No salga de sus bocas ni una palabra mala,
sino la palabra que hacía falta y que deja algo a los oyentes.”
(Efesios 4, 29)

Hace días, visitando una comunidad, una señora me pidió que en la Misa hablara del respeto, pues pensaba que era el valor más importante que debía practicarse y que le asustaba lo que estaba pasando, especialmente con los jóvenes. Al final, al enterarse de la existencia de este blog, me preguntó de si escribiría sobre este valor.

Decidí hacerlo, aunque he encontrado tanto material, en mis libros y en la web, que me retrasé en escribir, pues pensé que ya todo estaba dicho al respecto y no quería redundar. Sin embargo, permíteme reflexionar brevemente sobre ello y compartirlo contigo.

El respeto es el valor que nos lleva a honrar la dignidad de las personas y atender sus derechos. Es el reconocimiento, aprecio y consideración de las cualidades y derechos de los demás, ya sea por su valor como persona, conocimiento, experiencia, actuación o leyes.

Ya esta descripción nos introduce en cuánta razón tenía la señora para pedirme que hablara y escribiera sobre ello. Percibimos su importancia, especialmente cuando somos sujetos del irrespeto de los demás y no me consideran como persona, como madre o padre, como hijo/a, como amigo, como vecino o ciudadano. Y seguramente tenemos experiencia de cuántos sentimientos de “luz roja” se experimentan en esos momentos.

Ha habido dos ocasiones en la que percibí, de manera clara, cuando se me ha respetado o irrespetado. En una ocasión, tuve que asistir a una oficina pública, para buscar unos requerimientos. La primera empleada con la que me topé, le pregunté por mi solicitud y ella, sin levantar los ojos, pintándose las uñas, me refirió a otra oficina, con un tono de desdén y desprecio. Resultó que era ella la que tenía que atenderme. Me sentí muy incómodo, pues juzgué que se me había irrespetado como persona y como ciudadano. Pero en la otra oportunidad reciente, la secretaria de un hospital, me atendió tan gentil, amable y eficazmente que me sentí valorado. Pensé, y se lo comuniqué, que ese es el prototipo del respeto a los demás, máxime en la atención pública.

La persona respetuosa toma en cuenta los valores y los sentimientos de los demás, tanto en la convivencia diaria, como en eventuales conflictos. En estos últimos casos se sabe separar los hechos de las personas. Una conducta inapropiada se corrige, pero a la persona se le comprende. Proceder de ese modo es hacerlo con respeto. Pudiera ser el caso de una madre respetuosa de su hijo, al verse menospreciada por él, le llama la atención, comenta su desagrado, pero no le responde con irrespeto ni con violencia e incluso hará el esfuerzo de alcanzarlo en sus sentimientos y motivaciones, a la vez que le corrige.

La afirmación de Jesús en el Evangelio “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39) recoge la esencia del respeto: tratar y respetar a los demás de la misma manera que yo deseo ser respetado y amado. Un filósofo alemán, llamado Hermann Graf Keyserling, entre sus máximas y proverbios resume las reglas elementales del respeto: “alabar lo bueno de los otros, suprimir los reproches, dar importancia a los demás y prestarles atención”.

De la máxima bíblica, así como del pensamiento del autor, podemos afirmar que ser respetuoso no es otra cosa que vivir los buenos modales, las normas de educación, la cortesía, la admiración, atención, compostura, consideración, humildad, obediencia, recato y sobretodo, tolerancia. De ahí que el valor del “respeto” supone otra gama de valores.

El respeto a sí mismo y a los demás es la base  de una convivencia pacífica en todos los ámbitos: en ella se fundamenta la relación entre padres e hijos, la vida conyugal, el trato con los vecinos, el trabajo en equipo y cualquier trato humano. Para hablar de comunicación entre las personas, de los derechos sociales, del amor al otro o de cualquier otro aspecto de las relaciones interpersonales, hay que suponer, como previo y fundamental requisito, el respeto.

Todo ser humano, sin ninguna discriminación, merece consideración de su dignidad. No importa cuan diferente pensemos o seamos, ni cuál posición ocupemos, todos merecemos un trato cortés y amable, comprensión de las limitaciones y fallas, reconocimiento de los valores y de su posición o rol que desempeñe en el grupo social o familiar.

Especialmente, dado la coyuntura que vivimos, debemos tener especial respeto por nuestros padres. Respetarlos durante toda la vida, por haber sido los co-autores de nuestras vidas y ser sus educadores, no por sus cualidades específicas. El respeto es decir a los padres con delicadeza y sin herir, ni violentar, las dudas que tengan sobre las decisiones tomadas hacia ellos, en el caso que las consideren injustas o no razonables. Respetarlos por encima de nuestros amigos, pues ellos serán siempre los padres, mientras que la amistad pudiera desaparecer. Ejemplos de faltas de respeto con los padres son los actos voluntarios contrarios a la buena educación (desplantes, portazos, malas contestaciones, rebeldías, gritos, etc.), ya que no son el trato adecuado a las personas y a la sociedad. Respetarlos, de manera especial, cuando estén de edad avanzada, recordando aquello que nos dice el libro del eclesiástico o sirácides: (3, 12-14)  “Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo

El respeto propio, se gana, no se exige. Empecemos primero por respetarnos a nosotros mismos, para así reconocer y tolerar a las otras personas. Por ello, en una relación de pareja, por ejemplo, en donde haya habido maltratos físicos y violencia de género, si la parte afectada, especialmente la mujer, no se valora a sí misma, siempre será sujeto del irrespeto de parte del agresor. Respetarse será la base para no permitir esa injusta agresión.

Existen otras actitudes y comportamientos que revelan este valor del respeto: aceptar y comprender la forma de ser y de pensar de los demás, aunque sea diferente a la nuestra; reconocer los méritos de los demás, sin apropiarse de las ideas ajenas; valorar la fama, el tiempo y la pertenecía de los demás; y de manera particular, respetar es no hablar mal de los otros, pues la crítica injusta y la murmuración destruye todo tipo de relación y el ambiente grupal o social, además de ser una injusticia y rebaja la dignidad de la persona.

El respeto debe ser interior y exterior, teniendo mucho cuidado en el desprecio interior, las palabras injuriosas, la actitud despectiva y los malos tratos. No se trata de mantener una compostura respetuosa en las relaciones humanas, pero el corazón anda lleno de juicios y desprecios a los otros.
Finalmente, el respeto se debe fundamentalmente a las personas, pero por ellas, hay que respetar también a la naturaleza y las instituciones. Respetar la naturaleza, respetar los libros, los bienes materiales e inmateriales, las propiedades ajenas, las instituciones civiles y públicas, las reglas de juego, es decir, obedecerlas para que puedan cumplir su función, etc.

Para finalizar les dejo algunas preguntas que les pueden ayudar a interiorizar este valor: ¿Trato a todos con respeto que se merecen como seres humanos? ¿Soy tolerante con las ideas y punto de vista de los demás? ¿Practico los buenos modales y los detalles de cortesía y buena educación? ¿Actúo de modo comprensivo con quien comete un error? ¿Evito la crítica y el chisme?