“No
salga de sus bocas ni una palabra mala,
sino
la palabra que hacía falta y que deja algo a los oyentes.”
(Efesios 4, 29)
Hace días, visitando una comunidad, una señora me pidió que en la Misa
hablara del respeto, pues pensaba que era el valor más importante que debía
practicarse y que le asustaba lo que estaba pasando, especialmente con los
jóvenes. Al final, al enterarse de la existencia de este blog, me preguntó de
si escribiría sobre este valor.
Decidí hacerlo, aunque he encontrado tanto material, en mis libros y
en la web, que me retrasé en escribir, pues pensé que ya todo estaba dicho al
respecto y no quería redundar. Sin embargo, permíteme reflexionar brevemente
sobre ello y compartirlo contigo.
El respeto es el valor que nos lleva a honrar la dignidad de las
personas y atender sus derechos. Es el reconocimiento, aprecio y consideración de
las cualidades y derechos de los demás, ya sea por su valor como persona,
conocimiento, experiencia, actuación o leyes.
Ya esta descripción nos introduce en cuánta razón tenía la señora para
pedirme que hablara y escribiera sobre ello. Percibimos su importancia,
especialmente cuando somos sujetos del irrespeto de los demás y no me
consideran como persona, como madre o padre, como hijo/a, como amigo, como
vecino o ciudadano. Y seguramente tenemos experiencia de cuántos sentimientos
de “luz roja” se experimentan en esos momentos.
Ha habido dos ocasiones en la que percibí, de manera clara, cuando se
me ha respetado o irrespetado. En una ocasión, tuve que asistir a una oficina
pública, para buscar unos requerimientos. La primera empleada con la que me
topé, le pregunté por mi solicitud y ella, sin levantar los ojos, pintándose las
uñas, me refirió a otra oficina, con un tono de desdén y desprecio. Resultó que
era ella la que tenía que atenderme. Me sentí muy incómodo, pues juzgué que se
me había irrespetado como persona y como ciudadano. Pero en la otra oportunidad
reciente, la secretaria de un hospital, me atendió tan gentil, amable y
eficazmente que me sentí valorado. Pensé, y se lo comuniqué, que ese es el
prototipo del respeto a los demás, máxime en la atención pública.
La persona respetuosa toma en cuenta los valores y los sentimientos de
los demás, tanto en la convivencia diaria, como en eventuales conflictos. En
estos últimos casos se sabe separar los hechos de las personas. Una conducta
inapropiada se corrige, pero a la persona se le comprende. Proceder de ese modo
es hacerlo con respeto. Pudiera ser el caso de una madre respetuosa de su hijo,
al verse menospreciada por él, le llama la atención, comenta su desagrado, pero
no le responde con irrespeto ni con violencia e incluso hará el esfuerzo de
alcanzarlo en sus sentimientos y motivaciones, a la vez que le corrige.
La afirmación de Jesús en el Evangelio “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39) recoge la esencia
del respeto: tratar y respetar a los demás de la misma manera que yo deseo ser
respetado y amado. Un filósofo alemán, llamado Hermann Graf Keyserling, entre
sus máximas y proverbios resume las reglas elementales del respeto: “alabar lo bueno de los otros, suprimir los
reproches, dar importancia a los demás y prestarles atención”.
De la máxima bíblica, así como del pensamiento del autor, podemos
afirmar que ser respetuoso no es otra cosa que vivir los buenos modales, las
normas de educación, la cortesía, la admiración, atención, compostura, consideración,
humildad, obediencia, recato y sobretodo, tolerancia. De ahí que el valor del “respeto”
supone otra gama de valores.
El respeto a sí mismo y a los demás es la base de una convivencia pacífica en todos los
ámbitos: en ella se fundamenta la relación entre padres e hijos, la vida
conyugal, el trato con los vecinos, el trabajo en equipo y cualquier trato
humano. Para hablar de comunicación entre las personas, de los derechos
sociales, del amor al otro o de cualquier otro aspecto de las relaciones
interpersonales, hay que suponer, como previo y fundamental requisito, el
respeto.
Todo ser humano, sin ninguna discriminación, merece consideración de
su dignidad. No importa cuan diferente pensemos o seamos, ni cuál posición
ocupemos, todos merecemos un trato cortés y amable, comprensión de las limitaciones
y fallas, reconocimiento de los valores y de su posición o rol que desempeñe en
el grupo social o familiar.
Especialmente, dado la coyuntura que vivimos, debemos tener especial
respeto por nuestros padres. Respetarlos durante toda la vida, por haber sido
los co-autores de nuestras vidas y ser sus educadores, no por sus cualidades
específicas. El respeto es decir a los padres con delicadeza y sin herir, ni
violentar, las dudas que tengan sobre las decisiones tomadas hacia ellos, en el
caso que las consideren injustas o no razonables. Respetarlos por encima de
nuestros amigos, pues ellos serán siempre los padres, mientras que la amistad
pudiera desaparecer. Ejemplos de faltas de respeto con los padres son los actos
voluntarios contrarios a la buena educación (desplantes, portazos, malas
contestaciones, rebeldías, gritos, etc.), ya que no son el trato adecuado a las
personas y a la sociedad. Respetarlos, de manera especial, cuando estén de edad
avanzada, recordando aquello que nos dice el libro del eclesiástico o
sirácides: (3, 12-14) “Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a
viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu,
aguántalo
El respeto propio, se gana, no se exige. Empecemos primero por
respetarnos a nosotros mismos, para así reconocer y tolerar a las otras
personas. Por ello, en una relación de pareja, por ejemplo, en donde haya
habido maltratos físicos y violencia de género, si la parte afectada,
especialmente la mujer, no se valora a sí misma, siempre será sujeto del
irrespeto de parte del agresor. Respetarse será la base para no permitir esa
injusta agresión.
Existen otras actitudes y comportamientos que revelan este valor del
respeto: aceptar y comprender la forma de ser y de pensar de los demás, aunque
sea diferente a la nuestra; reconocer los méritos de los demás, sin apropiarse de
las ideas ajenas; valorar la fama, el tiempo y la pertenecía de los demás; y de
manera particular, respetar es no hablar mal de los otros, pues la crítica
injusta y la murmuración destruye todo tipo de relación y el ambiente grupal o
social, además de ser una injusticia y rebaja la dignidad de la persona.
El respeto debe ser interior y exterior, teniendo mucho cuidado en el
desprecio interior, las palabras injuriosas, la actitud despectiva y los malos
tratos. No se trata de mantener una compostura respetuosa en las relaciones
humanas, pero el corazón anda lleno de juicios y desprecios a los otros.
Finalmente, el respeto se debe fundamentalmente a las personas, pero
por ellas, hay que respetar también a la naturaleza y las instituciones. Respetar
la naturaleza, respetar los libros, los bienes materiales e inmateriales, las
propiedades ajenas, las instituciones civiles y públicas, las reglas de juego,
es decir, obedecerlas para que puedan cumplir su función, etc.
Para finalizar les dejo algunas preguntas que les pueden ayudar a
interiorizar este valor: ¿Trato a todos con respeto que se merecen como seres
humanos? ¿Soy tolerante con las ideas y punto de vista de los demás? ¿Practico
los buenos modales y los detalles de cortesía y buena educación? ¿Actúo de modo
comprensivo con quien comete un error? ¿Evito la crítica y el chisme?
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