martes, 6 de agosto de 2013

¡Mujer, qué grande es tu fe!


Mateo 15:21-28
"Jesús se dirigió de allí a la región de Tiro y Sidón. Y una mujer cananea, de aquella región, se le acercó, gritando:
—¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho! Jesús no le contestó nada.
Entonces sus discípulos se acercaron a él y le rogaron:
—Dile a esa mujer que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros.
Jesús dijo:
—Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Pero la mujer fue a arrodillarse delante de él, diciendo:
—¡Señor, ayúdame!
Jesús le contestó:
—No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros.
Ella le dijo:
—Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces le dijo Jesús:
—¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana."
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a) Una mujer extranjera consigue de Jesús la curación de su hija. Es una escena breve, pero significativa. Jesús sale por primera vez fuera del territorio de Israel, a Tiro y Sidón, el actual Líbano.
Mateo no sólo quiere probar el buen corazón de Jesús y su fuerza curativa, sino también el acierto de que la Iglesia en el momento en que escribe su evangelio se haya vuelto claramente hacia los paganos. Eso sí, anunciando primero a Israel el cumplimiento de las promesas, antes de pasar a los otros pueblos.
Desde luego, Jesús no le pone la cosa fácil a la buena mujer. Primero, hace ver que no ha oído. Luego, le pone unas dificultades que parecen duras: lo de Israel y los paganos, o lo de los hijos y los perritos. Ella no parece interpretar tan negativas estas palabras y reacciona con humildad e insistencia. Hasta llegar a merecer la alabanza de Jesús: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas».
b)La mujer pagana es un modelo de fe. Su oración por su hija enferma, que ella cree que está poseída por «un demonio muy malo», es sencilla y honda: «Ten compasión de mí, Señor» (en griego: Kyrie, eleison).
No se da por vencida ante la respuesta de Jesús y va respondiendo a las «dificultades» que la ponen a prueba. Es uno de los casos en que Jesús alaba la fe de los extranjeros (el buen samaritano, el otro samaritano curado de la lepra, el centurión romano), en contraposición a los judíos, los de casa, a los que se les podría suponer una fe mayor que a los de fuera. La fe de esta mujer nos interpela a los que somos «de casa» y que, por eso mismo, a lo mejor estamos tan satisfechos y autosuficientes, que olvidamos la humildad en nuestra actitud ante Dios y los demás. Tal vez, la oración de tantas personas alejadas, que no saben rezar litúrgicamente, pero que la dicen desde la hondura de su ser, le es más agradable a Dios que nuestros cantos y plegarias, si son rutinarios y satisfechos.
J. Aldazabal
Enséñame tus caminos





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