viernes, 28 de noviembre de 2014

Parábola de la higuera


San Lucas 21,29-33

«Jesús les dijo también una parábola: "Miren la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan las hojas, al verlo, ustedes mismos saben que el verano ya está cerca. Asimismo ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan que el reino de Dios está cerca. 
En verdad les digo que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán.» 
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús

a) Jesús toma una comparación de la vida del campo para que sus oyentes entiendan la dinámica de los tiempos futuros: cuando la higuera empieza a echar brotes, sabemos que la primavera está cercana.  

Así, los que estén atentos comprenderán a su tiempo "que está cerca el Reino de Dios", porque sabrán interpretar los signos de los tiempos. Algunas de las cosas que anunciaba Jesús, como la ruina de Jerusalén, sucederán en la presente generación. Otras, mucho más tarde. Pero "sus palabras no pasarán".  

b) Jesús inauguró ya hace dos mil años el Reino de Dios. Pero todavía está madurando, y no ha alcanzado su plenitud.  

Eso nos lo ha encomendado a nosotros, a su Iglesia, animada en todo momento por el Espíritu. Como el árbol tiene savia interior, y recibe de la tierra su alimento, y produce a su tiempo brotes y luego hojas y flores y frutos, así la historia que Cristo inició.  

No hace falta que pensemos en la inminencia del fin del mundo. Estamos continuamente creciendo, caminando hacia delante. Cayó Jerusalén. Luego cayó Roma. Más tarde otros muchos imperios e ideologías. Pero la comunidad de Jesús, generación tras generación, estamos intentando transmitir al mundo sus valores, evangelizarlo, para que el árbol dé frutos y la salvación alcance a todos.  

Permanezcamos vigilantes. En el Adviento, que empezamos mañana por la tarde, en vísperas del primer domingo, se nos exhortará a que estemos atentos a la venida del Señor a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un "kairós", un tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva.  

c) Señor, gracias por mostrarme la importancia de instaurar tu Reino acá en medio de los hombres. Ayúdame a ser un evangelizador que no tema anunciarte a los demás y que con parresía proclame tu Buena Nueva a todos las gentes. Amén 


martes, 25 de noviembre de 2014

Con su perseverancia salvarán sus almas


San Lucas 21,12-19

«Pero antes de todas estas cosas, a ustedes les echarán mano, y los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y cárceles, llevándolos ante reyes y gobernadores por causa de Mi nombre. Esto les dará oportunidad de testificar. Por tanto, propónganse en sus corazones no preparar de antemano su defensa; porque Yo les daré a ustedes palabras y sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. 
Pero serán entregados aun por padres, hermanos, parientes y amigos; y matarán a algunos de ustedes, y serán odiados de todos por causa de Mi nombre. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Con su perseverancia  salvarán sus almas.»
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús 

a) Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar testimonio de él.

Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los hombres.

b) Cuando Lucas escribía su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía mucha experiencia de persecuciones y cárceles y martirios, por parte de los enemigos de fuera, y de dificultades, divisiones y traiciones desde dentro.

A lo largo de dos mil años, la Iglesia ha seguido teniendo esta misma experiencia: los cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos, llevados a la muerte. ¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y viven según sus criterios con admirable energía y constancia.

Jesús nos lo ha anunciado, en el momento en que él mismo estaba a punto de entregarse en la cruz, no para asustarnos, sino para darnos confianza, para animarnos a ser fuertes en la lucha de cada día: "con su perseverancia salvarán sus almas".

El amor, la amistad y la fortaleza -y nuestra fe- no se muestran tanto cuando todo va bien, sino cuando se ponen a prueba.

Nos lo avisó: "si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes" (Jn 15,20), pero también nos aseguró: "les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí; en el mundo tendrán tribulación, pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

c) Oh Señor, tú que eres "el Sufriente" por excelencia, ayúdanos a comprender que de la fidelidad a nuestra misión brota la disponibilidad al sufrimiento: sufrir para ser fieles a nuestra propia vocación o, mejor aún, a ti, que nos has llamado por nuestro nombre. Sufrir no como masoquistas, sino para llevar a cabo un designio de liberación en favor de los hermanos y para tu gloria. Sufrir para ser coherentes con un plan de valores, pagando con la rebelión de nuestras pasiones y con el rechazo de quienes no piensan como nosotros. Sufrir convencidos de que podemos y debemos eliminar el sufrimiento inútil sustituyéndolo por un sufrimiento consciente y paciente.

Sólo así tendremos esa paz que simboliza el mar de cristal y se ofrece a quien, tras haber pasado por el fuego de la prueba, sale de él purificado y renovado. Oh Señor, da vigor a tus promesas, haznos perseverantes en tu amor, tú que eres el Dios fiel. Amén 

Señales antes del fin


San Lucas 21,5-11

«Algunos estaban hablando del templo, de la belleza de sus piedras y de las ofrendas votivas que lo adornaban. 
Jesús dijo: 
—Vendrán días en que de todo esto que ustedes están viendo no quedará ni una piedra sobre otra. Todo será destruido. 
Entonces le preguntaron: 
—Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto? ¿Cuál será la señal de que estas cosas ya están a punto de suceder? 
Jesús contestó: 
—Tengan cuidado para no dejarse engañar. Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí. Dirán: “Yo soy”, y “Ahora es el tiempo.” Pero ustedes no los sigan. Y cuando tengan noticias de guerras y revoluciones, no se asusten, pues esto tiene que ocurrir primero; sin embargo, aún no habrá llegado el fin. 
Siguió diciéndoles: 
—Una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro. Habrá grandes terremotos, y hambres y enfermedades en diferentes lugares, y en el cielo se verán cosas espantosas y grandes señales.»
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús 

a) A partir de hoy, y hasta el sábado, leemos el "discurso escatológico" de Jesús, el que nos habla de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo que es coherente con esta semana, la última del Año Litúrgico, que hemos iniciado con la solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Escuchamos el segundo lamento de Jesús sobre su ciudad, Jerusalén anunciando su próxima ruina. Pero Lucas lo cuenta mezclando planos con otro acontecimiento más lejano, el final de los tiempos. Es difícil deslindar los dos.

La perspectiva futura la anuncia Jesús con un lenguaje apocalíptico y misterioso: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo. Pero "el final no vendrá en seguida", y no hay que hacer caso de los que vayan diciendo "yo soy", o "el momento está cerca"

b) La ruina de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano y Tito, para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra". Nos hace humildes el ver qué caducas son las instituciones humanas en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos -y con razón- de la belleza de su capital y de su templo, el construido por el rey Herodes. Pero estaba próximo su fin.

El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. El mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de esta vida, sino hacernos sabios, porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios y que es el que conduce a la plenitud. Lo que nos advierte Jesús es que no seamos crédulos cuando empiecen los anuncios del presunto final. Al cabo de dos mil años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó, de personas que se presentan como mesiánicas y salvadoras, o que asustaban con la inminente llegada del fin del mundo? "Cuidado que nadie los engañe: el final no vendrá en seguida".

Esta semana, y durante el Adviento, escuchamos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes. Que es la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia. Cada día es tiempo de salvación, si estamos atentos a la cercanía y a la venida de Dios a nuestras vidas.

c) Oh Señor, ayúdame a establecer una sabia relación con el tiempo: no una relación atrincherada en el pasado, que ya no es, ni una relación perdida en el futuro, que todavía no es. Haz que toda mi energía se dirija al presente para dar significado a toda acción y para valorar cada acontecimiento, 
Sé que la vida es una misión de la que deberé rendir cuentas: haz que permanezca vigilante para que no me haga culpable de dejar correr el tiempo como un niño deja correr la arena entre sus dedos.
Oh Señor, haz que tus palabras, "Estén preparados para cuando venga", caminen siempre delante de mí. Amén 

domingo, 23 de noviembre de 2014

La ofrenda de la viuda pobre


San Lucas 21,1-4

«Jesús estaba viendo a los ricos echar dinero en los cofres de las ofrendas, y vio también a una viuda pobre que echaba dos moneditas de cobre. Entonces dijo: 
—De veras les digo que esta viuda pobre ha dado más que todos; pues todos dan ofrendas de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir.»
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús 

a) Ella creyó que nadie la veía, pero Jesús sí se dio cuenta y llamó la atención de todos.

Otros, más ricos, echaban donativos mayores en el cepillo del templo. Ella, que era una viuda pobre, echó los dos reales que tenía.

b) No importa la cantidad de lo que damos, sino el amor con que lo damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la actitud con que se nos ha hecho.

La buena mujer dio poco, pero lo dio con humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba. Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está en el evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones. Y si no estuviera en el evangelio, Dios sí la conoce y aplaude su amor.

¿Qué damos nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos? ¿lo damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura? ¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra.

Dios se nos ha dado totalmente: nos ha enviado a su Hijo, que se ha entregado por todos, y que se nos sigue ofreciendo como alimento en la Eucaristía. ¿Podremos reservarnos nosotros en la entrega a lo largo del día de hoy?

Al final de una jornada, al hacer durante unos momentos ese sabio examen de conciencia con que vamos ritmando nuestra vida, ¿podemos decir que hemos sido generosos, que hemos echado nuestros dos reales para el bien común? Más aún, ¿se puede decir que nos hemos dado a nosotros mismos? Teníamos dolor de cabeza, estábamos cansados, pero hemos seguido trabajando igual, y hasta hemos echado una mano para ayudar a otros. Nadie se ha dado cuenta ni nos han aplaudido. Pero Dios sí lo ha visto, y ha sonreído, y lo ha escrito en su evangelio.

c) Señor, no te puedo dar nada que no haya recibido de Ti, por lo que pongo en tus manos mi amor y mi total dependencia a tu voluntad. Con tu gracia podré vivir desprendido de las cosas y sabré darme con más generosidad y más amor a los demás. Amén 

viernes, 21 de noviembre de 2014

Jesús purifica el templo

        

San Lucas 19,45-48

«Después de esto, Jesús entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que estaban vendiendo, y les dijo: 
—En las Escrituras se dice: “Mi casa será casa de oración”, pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones. 
Todos los días Jesús enseñaba en el templo, y los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y también los jefes del pueblo andaban buscando cómo matarlo. Pero no encontraban la manera de hacerlo, porque toda la gente estaba pendiente de lo que él decía.»
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús 

a) Jesús ya está en Jerusalén. Ayer lloró sobre su ciudad, triste por la ruina que se le avecina. Hoy realiza un gesto profético valiente: "se puso a echar a los vendedores", diciéndoles: "ustedes han convertido mi casa en una cueva de bandidos". Lucas no habla, como hace Juan, del látigo que esgrimió Jesús en este momento.

Y así Jesús, con una libertad que hacia el final de su vida se acentúa y se hace más atrevida, sigue enseñando en el Templo, suscitando, naturalmente, la ira de sus enemigos, "que intentaban quitarlo de en medio".

b) Isaías (Is 56,7) había dicho que el Templo tenía que ser "casa de oración para todos los pueblos". Jeremías (Jr 7,11) se quejaba de que, por el contrario, algunos lo convertían en cueva de ladrones.

Jesús une las dos citas en la misma queja. Probablemente el clima de feria de negocios que reinaba en los atrios del Templo, con la venta de animales para los sacrificios y el cambio de monedas para los que venían del extranjero, es lo que él desautorizó, aunque todo ello se hiciera con el consentimiento de las autoridades.

¿Necesita la Iglesia de hoy purificarse de alguna adherencia similar? Ciertamente es legítima la aportación económica de los fieles para el culto y para la ayuda de los pobres.

Recordemos la alabanza de Jesús a aquella pobre viuda que echaba lo que tenía en el cepillo del Templo. Pero ¿no sería necesario alejar de nuestros lugares de culto todo "ruido de dinero", toda apariencia de negocio dudoso? ¿tendría que defender Jesús nuestros templos para que sean en verdad casas de oración, abiertas a todos, y lugar donde él sigue enseñando con la fuerza salvadora de su Palabra?

El mensaje de Jesús es claro: "Mi casa es casa de oración" ¿Qué querrá decirnos Jesús a nosotros de forma personal? Quizá esté pensando el Señor en aquel cristiano que utiliza la Iglesia o el servicio para beneficio propio. Es el cristiano corrupto. Bien nos recuerda el Papa Francisco las siguientes palabras: 

"Los que gestionaban el Templo eran ladrones. Eran sacerdotes, pero ladrones. Iban detrás del poder, detrás del dinero, explotaban a la gente, se aprovechaban de las limosnas, de los regalos y el Señor les castiga fuerte. Esta es la figura del cristiano corrupto, del laico corrupto, del sacerdote corrupto, del obispo corrupto, que se aprovecha de su situación, de su privilegio de la fe, de ser cristiano y su corazón acaba corrupto, como sucede a Judas. De un corazón corrupto sale la traición. Judas traiciona a Jesús..."

c) Señor, así como purificaste el templo de Jerusalén, te suplico vengas hoy a mi vida, para que me muestres qué tengo que expulsar de mi vida para quedar purificado, reconciliado, digno de Ti, porque anhelo que vengas hacer en mí tu morada. No permitas nunca, Señor, que yo sea un cristiano corrupto. Amén 

jueves, 20 de noviembre de 2014

Jesús llora por Jerusalén

         

San Lucas 19,41-44

«Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, Jesús lloró por ella, diciendo: ¡Si en este día tú también entendieras lo que puede darte paz! Pero ahora eso te está escondido y no puedes verlo. Pues van a venir para ti días malos, en que tus enemigos harán un muro a tu alrededor, y te rodearán y atacarán por todos lados, y te destruirán por completo. Matarán a tus habitantes, y no dejarán en ti ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el momento en que Dios vino a visitarte.» 
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor Jesús 

a) Jesús lloró una vez por la muerte de su amigo Lázaro. Hoy nos lo describe Lucas llorando por Jerusalén, previendo su ruina. Después del largo camino desde Galilea a la capital, en vez de prorrumpir en cantos de gozo -"¡qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!"-, a Jesús se le saltan las lágrimas.

Su ciudad preferida no ha sabido "comprender en este día lo que conduce a la paz", "no reconociste el momento de mi venida", y no sabe que se acerca la gran desgracia. La destrucción que, en efecto, le acarrearon las tropas de Vespasiano y Tito el año 70.

b) ¿Qué resumen podría hacer Jesús de nuestra historia? ¿tendría que lamentarse porque tampoco nosotros hemos "reconocido el momento de su venida"? ¿o nos alabaría porque le hemos sido fieles?

Todos podríamos aprovechar mejor las gracias que nos concede Dios. Ayer se nos decía lo de las monedas de oro que deben producir beneficios. Hoy se nos pone delante, para escarmiento, la imagen de un pueblo que no ha sabido abrir los ojos y comprender el momento de la gracia de Dios.

Dentro de pocos días iniciaremos un nuevo año con el Adviento. Una y otra vez se nos dirá que hemos de estar vigilantes, porque Dios viene continuamente a nuestras vidas, y es una pena que nos encuentre dormidos, bloqueados por preocupaciones sin importancia, distraídos en valores que no son decisivos.

¿Dejaremos escapar tantas oportunidades como nos pone Dios en nuestro camino, oportunidades que nos traerían la verdadera felicidad? No pensemos tanto en si Jesús lloraría hoy por la situación de nuestro mundo. Pensemos más bien en si cada uno de nosotros le estamos correspondiendo como él quisiera, o le estamos defraudando.

c) Jesús, hoy es una oportunidad para mostrarte mi amor, ilumínalo porque hay muchas cosas que me distraen. Mírame, Señor, con ese amor con que miraste a Jerusalén y ven a hospedarte en mi alma para poder resistir las tentaciones del mundo. Amén 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Jesus y Zaqueo


San Lucas 19,1-10

«Jesús entró en Jericó y comenzó a atravesar la ciudad. Vivía allí un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de los que cobraban impuestos para Roma. Éste quería conocer a Jesús, pero no conseguía verlo porque había mucha gente y Zaqueo era pequeño de estatura. Por eso corrió adelante y, para alcanzar a verlo, se subió a un árbol cerca de donde Jesús tenía que pasar. Cuando Jesús pasaba por allí, miró hacia arriba y le dijo: 
—Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que quedarme en tu casa. 
Zaqueo bajó aprisa, y con gusto recibió a Jesús. Al ver esto, todos comenzaron a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en la casa de un pecador. Zaqueo se levantó entonces y le dijo al Señor: 
—Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo; y si le he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más. 
Jesús le dijo: 
—Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.»
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús

a) Lucas es el único evangelista que nos cuenta la famosa escena de la conversión de Zaqueo. Es, en verdad, el evangelista de la misericordia y del perdón.

Como publicano -recaudador de impuestos, y además para la potencia ocupante, los romanos-, Zaqueo era despreciado y sus negocios debieron ser un tanto dudosos ("si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más"). Pero Jesús, con elegancia, se hace invitar a su casa y consigue lo que quería, lo que había venido a hacer a este mundo: "hoy ha sido la salvación de esta casa, porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Los demás excomulgan a Zaqueo. Jesús va a comer con él.

La de cosas que sucedieron en aquella sobremesa. Si ayer Jesús devolvió la vista a un ciego, hoy devuelve la paz a una persona de vida complicada.

b) ¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿como Jesús, que no tiene inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo, o como los fariseos, que murmuraban porque "ha entrado en casa de un pecador"?

Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser "pequeños de estatura", como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de "ver a Jesús", y pueden llegar a ser auténticos "hijos de Abrahán".

¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados? ¿tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo? ¿o nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie?

"Hoy voy a comer en tu casa". "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Cada vez que celebramos la Eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida y que cambia nuestra actitud con los demás.

c) Jesús, yo como Zaqueo quiero conocerte mejor, pero hay muchas cosas que me lo impiden y me distraen. Mírame Señor, con ese amor con que miraste a Zaqueo, ven a hospedarte en mi vida. 
El ejemplo de Zaqueo me hace ver que quien te deja entrar en su vida, no pierde nada de lo que realmente hace la vida bella, buena y grande. Tu amistad abre las puertas de un horizonte inmenso. Ayúdame a hacer la misma experiencia y a no tener miedo de abrirte de par en par las puertas de mi corazón. Amén 

domingo, 16 de noviembre de 2014

Jesús sana al ciego de Jericó


San Lucas 18,35-43

«Cuando ya se encontraba Jesús cerca de Jericó, un ciego que estaba sentado junto al camino pidiendo limosna, al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le dijeron que Jesús de Nazaret pasaba por allí, y él gritó: 
—¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! 
Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más todavía: 
—¡Hijo de David, ten compasión de mí! 
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo cerca, le preguntó: 
—¿Qué quieres que haga por ti? 
El ciego contestó: 
—Señor, quiero recobrar la vista. 
Jesús le dijo: 
—¡Recóbrala! Por tu fe has sido sanado. 
En aquel mismo momento el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús alabando a Dios. Y toda la gente que vio esto, también alababa a Dios.» 
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús

a) La curación del ciego está contada por Lucas con detalles muy expresivos.

Alguien explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". La gente se enfada por esos gritos, pero Jesús "se paró y mandó que se lo trajeran". La gente no le quiere ayudar, pero Jesús sí. El diálogo es breve: "Señor, que vea otra vez", "recobra tu vista, tu fe te ha curado". Y el buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios.

b) Nosotros no podemos devolver la vista corporal a los ciegos. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras.

Ante todo, porque también nosotros recobramos la luz cuando nos acercamos a Jesús.

El que le sigue no anda en tinieblas. Y nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús. Con su Palabra, que escuchamos tan a menudo, él nos enseña sus caminos e ilumina nuestros ojos para que no tropecemos. ¿O tal vez estamos en un período malo de nuestra vida en que nos sale espontánea la oración: "Señor, que vea otra vez"?

También podemos preguntarnos qué hacemos para que otros recobren la vista: ¿somos de los que ayudan a que alguien se entere de que está pasando Jesús? ¿o más bien de los que no quieren oír los gritos de los que buscan luz y ayuda? Si somos seguidores de Jesús, ¿no tendríamos que imitarle en su actitud de atención a los ciegos que hay al borde del camino? ¿sabemos pararnos y ayudar al que está en búsqueda, al que quiere ver? ¿o sólo nos interesamos por los sanos y los simpáticos y los que no molestan?

Esos "ciegos" que buscan y no encuentran tal vez estén más cerca de lo que pensamos: pueden ser jóvenes desorientados, hijos o hermanos con problemas, amigos que empiezan a ir por malos caminos. ¿Les ayudamos? ¿les llevamos hacia Jesús, que es la Luz del mundo?

c) ¡Señor, verdadera luz de mi vida, haz que vea! 
Para conocer tu voluntad sobre mi vida y caminar siempre por las sendas de tus mandatos. ¡Señor, haz que yo vea!
Para cumplir con mi misión de llevar alegría y esperanza a mi alrededor. ¡Señor, haz que yo vea!
Para descubrir tus planes sobre el mundo y secundarlo con mis acciones y mis palabras. ¡Señor, haz que yo vea!
Para continuar sirviéndote a pesar de las dificultades que encuentre en el camino. ¡Señor, haz que yo vea!
Para superar momentos tristes y servir a mis hermanos, a pesar de de las ingratitudes. ¡Señor, haz que yo vea!
Para cantar por siempre tu bondad tantas veces probada, seguro de que este árbol mío dejado marchitar dará fruto a su tiempo, ¡haz, Señor, que yo vea!
¡Señor, verdadera luz de mi vida, haz que vea! Amén 

domingo, 9 de noviembre de 2014

Señor, auméntanos la fe


San Lucas, 17,1-6

Dijo Jesús a sus discípulos:
"Es imposible que no haya escándalos y caídas, pero ¡pobre del que hace caer a los demás! Mejor sería que lo arrojaran al mar con una piedra de molino atada al cuello, antes que hacer caer a uno de estos pequeños. Cuídense ustedes mismos.
Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Si te ofende siete veces al día y otras tantas vuelve arrepentido y te dice: "Lo siento", perdónalo."
Los apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe."
El Señor respondió:
"Si ustedes tienen un poco de fe, no más grande que un granito de mostaza, dirán a ese árbol: Arráncate y plántate en el mar, y el árbol les obedecerá.
Palabra del Señor
Gloria a Ti, Señor, Jesús

a) Escuchamos hoy varias recomendaciones breves de Jesús sobre el escándalo, el perdón y la fe.

Sobre el escándalo dice palabras muy duras: el que escandaliza a los débiles -o sea, el que les hace caer, el que les sirve de tropiezo- más le valdría que lo arrojaran al fondo del mar. Además nos enseña a tener corazón generoso y saber perdonar al hermano, hasta siete veces en un día.

Los apóstoles, un poco asustados de un estilo tan exigente de vida, le piden a Jesús que aumente su fe.

b) En los tres aspectos podemos aplicar el pensamiento de Jesús a nuestra vida.

Podemos ser ocasión de escándalo para los demás, con nuestra conducta. No somos islas. Influimos en bien o en mal en los que conviven con nosotros. Si hay personas débiles, que a duras penas tienen ánimos para ser fieles, y nos ven a nosotros claudicar, contribuimos a que también ellas caigan. Si no acudo a la oración de la comunidad, también otros se sentirán dispensados y no irán. Al revés, si participo, a otros les estoy dando ánimos para que no falten. Y quien dice de la oración, dice de la conducta moral: si una familia está dando testimonio de vivir en cristiano, contra corriente de la mayoría, está influyendo en los ánimos de los demás. Mientras que, si cede a los criterios de este mundo, también a otros se les debilitarán los argumentos y fallarán.

La corrección fraterna, que es un buen acto de caridad si se realiza con delicadeza y amor, tiene que conjugarse con el saber perdonar y con el tener un corazón generoso. A todos nos cuesta perdonar. Se nos da mucho mejor lo de juzgar, condenar y echar en cara. Jesús nos dice que tenemos que saber perdonar, aunque se repita el motivo siete veces en un día.

Desde luego, para cumplir esto, tendremos que decirle al Señor, como los apóstoles: "Auméntanos la fe". Tendremos que rezar fuerte y apoyarnos en la gracia de Dios. Porque con criterios meramente humanos no tendremos fuerzas para evitar todo escándalo y para cumplir lo del perdón al hermano.

Cuando rezamos en el Padrenuestro lo de "perdónanos como nosotros perdonamos", nos parece imposible. Pero con la fuerza del Espíritu sí podrá suceder que a lo largo del día perdonemos al hermano. Que será algo tan sorprendente, al menos, como lo del árbol trasplantado al mar.

c) Te doy gracias, Buen Jesús, porque me amas con un amor cercano y me hablas en tu Evangelio. Por medio de él, me invitas a acrecentar mi fe, a descubrir que es un don que debo pedirte, así como tus apóstoles lo hicieron. Mi corazón anhela responderte y se descubre muchas veces insuficiente para realizar esa respuesta.


Señor Jesús, conozco mis fragilidades y limitaciones, conozco también las dificultades de un mundo que rechaza la idea de la entrega generosa para vivir el noble ideal de la vida cristiana; por eso te pido me ayudes: Señor mío, acrecienta mi fe. Concédeme la gracia para ser coherente, y así pueda yo testimoniar nuestra amistad al mundo entero. Amén

viernes, 7 de noviembre de 2014

La parábola del administrador astuto

      

San Lucas 16,1-8

«Jesús dijo también a sus discípulos: "Había un hombre rico que tenía un administrador, y le vinieron a decir que estaba malgastando sus bienes. Lo mandó llamar y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no continuarás en ese cargo." 
El administrador se dijo: "¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me despide de mi empleo? Para trabajar la tierra no tengo fuerzas, y pedir limosna me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me quiten el cargo, tenga gente que me reciba en su casa." 
Llamó uno por uno a los que tenían deudas con su patrón, y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi patrón?" Le contestó: "Cien barriles de aceite." Le dijo el administrador: "Toma tu recibo, siéntate y escribe en seguida cincuenta." Después dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto le debes?" Contestó: "Cuatrocientos quintales de trigo." Entonces le dijo: "Toma tu recibo y escribe trescientos." 
El patrón admiró la manera tan inteligente de actuar de ese administrador que lo estafaba. Pues es cierto que los ciudadanos de este mundo sacan más provecho de sus relaciones sociales que los hijos de la luz.» 
Palabra del Señor
Gloria a Ti, Señor, Jesús

a) La parábola del administrador infiel pero listo, puede parecernos un poco extraña.

Parece como si Jesús -o el amo del relato- alabara la actuación de ese empleado injusto.

No alaba su infidelidad: por eso le despide. Lo que le interesa a Jesús subrayar aquí es la inteligencia de ese gerente que, sabiéndose despedido, consigue, con nuevas trampas, granjearse amigos para cuando se quede sin trabajo.

Jesús no nos cuenta esta parábola para criticar las diversas trampas del mundo de la economía que también ahora se dan: las dobles contabilidades o los desvíos de capital o el cobro de comisiones ilegales que hace el gerente de esa empresa. Sino para que los cristianos seamos tan espabilados para nuestras cosas como ese gerente lo fue para las suyas: "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz".

b) ¿Somos igual de sabios y sagaces nosotros para las cosas del espíritu?

En nuestra vida personal, debemos hacer los oportunos cálculos para conseguir nuestros objetivos. El Señor nos amonesta con el ejemplo de este administrador, para que sepamos dar importancia a lo que la tiene de veras y, cuando nos toque dar cuentas de nuestra gestión al final de nuestra vida, ser ricos en lo que vale la pena, en lo que nos llevaremos con nosotros, no en lo que tenemos que dejar aquí abajo.

También en nuestra vida misionera -evangelización, catequesis, construcción de la comunidad- debemos mantenernos despiertos, ser inteligentes para buscar los medios mejores. Al menos con la misma diligencia que ponemos para nuestros negocios materiales.

Para que vaya bien el negocio nos sentamos y hacemos números para ver cómo reducir gastos, mejorar la producción, tener contentos a los clientes. ¿Cuidamos así nuestra tarea evangelizadora?

Los hijos de este mundo se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz y sal y fermento de este mundo, ¿ponemos igual empeño y esfuerzo para ser eficaces en nuestra misión? ¿somos hijos de la luz que iluminan a otros, o escondemos esa luz bajo la mesa?

c) Señor Jesús, quiero tener la audacia y habilidad para saber darte el lugar que te corresponde en mi vida. Concédeme la astucia necesaria para ocuparme de las cosas del espíritu y las habilidades para servirte a Ti en mis hermanos. Amén. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

Parábolas de la oveja y moneda perdidas


San Lucas 15,1-10

Todos los que cobraban impuestos para Roma y otra gente de mala fama se acercaban a Jesús, para oírlo. Los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban por esto, diciendo: 
—Éste recibe a los pecadores y come con ellos.  
Entonces Jesús les dijo esta parábola: "¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, contento la pone sobre sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido.” Les digo que así también hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.  
O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una de ellas, no enciende una lámpara y barre la casa buscando con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que había perdido.” 
Les digo que así también hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se convierte.»
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús 

a) El capítulo 15 de san Lucas ha sido llamado "el corazón del evangelio". Nos transmite unas parábolas muy características, las de la misericordia: hoy leemos la de la oveja descarriada y la de la moneda perdida. La del hijo pródigo, la más famosa, la leemos en Cuaresma.

La ocasión se la brindan a Jesús los fariseos y los letrados, que murmuraban porque él acogía a los publicanos y pecadores y comía con ellos. La lección, por tanto, va para estas personas que no tienen misericordia. Lo contrario de Jesús, y de Dios, que sienten gran alegría cuando la oveja que se había descarriado vuelve al redil y cuando la moneda que se había perdido, ha sido recuperada.

Son hermosas las imágenes del pastor que, lleno de alegría, se carga sobre los hombros a la oveja perdida, y la de la mujer que reune a sus vecinas para comunicarles su alegría por la moneda encontrada. Así es la alegría de Dios de "los ángeles de Dios"- "por un solo pecador que se convierta".

b) Dios es rico en misericordia. Su corazón está lleno de comprensión y clemencia. A pesar de que nosotros, a veces, nos alejemos de él, nos busca hasta encontrarnos y se alegra aún más que el pastor por la oveja y la mujer por la moneda.

Esta misericordia la emplea, ante todo, con nosotros mismos, que también tenemos nuestros momentos de alejamiento y despiste. Y también con todos los demás pecadores.

La Virgen María, en su Magníficat, cantaba a Dios porque "acogió a Israel su siervo acordándose de su misericordia". Si al pueblo elegido de Israel le tuvo que perdonar, también a nosotros, que no somos mucho mejores.

Pero la lección se orienta a nuestra actitud con los demás, cuando fallan. Sería una pena que estuviéramos retratados en los fariseos que murmuran por el perdón que Dios da a los pecadores. ¿Tenemos corazón mezquino o corazón de buen pastor?

Las parábolas nos las narra Jesús para que aprendamos a imitar la actitud de ese Dios que busca a los que han fallado, uno por uno, que les hace fácil el camino de vuelta, que les acoge, que se alegra y hace fiesta cuando se convierten. ¿Acogemos nosotros así a los demás cuando han fallado y se arrepienten? ¿qué cara les ponemos? ¿quisiéramos que recibieran un castigo ejemplar? ¿les echamos en cara su fallo una y otra vez? ¿les damos margen para la rehabilitación, como Jesús a Pedro después de su grave fallo?

Si somos tolerantes y sabemos perdonar con elegancia, entonces sí nos podemos llamar discípulos de Jesús. La imagen de Jesús como Buen Pastor que carga sobre sus hombros a la oveja descarriada (la famosa estatua del siglo III que se conserva en el Museo de Letrán en Roma), debería ser una de nuestras preferidas: nos enseña a ser buenos pastores y a no comportarnos como los fariseos puritanos que se creen justos, sino como seguidores de Jesús, que no vino a condenar sino a perdonar y a salvar.

c) Señor, mi Buen Pastor. Tú sabes que soy frágil y pecador y que, más que nadie, necesito de Ti. Es fácil convencerse de que tengo problemas o de que no tengo pecados, pero cuando veo tu rostro de amor, me doy cuenta que muchos de mis actos y pensamientos se alejan de Ti. Te pido Señor que me ayudes a ser humilde y reconocer la inmensa necesidad que tengo de tu misericordia. Ayúdame a no dejar nunca de aceptar que sólo en Ti podré ser plenamente feliz. Amén 

Lo que cuesta seguir a Jesús


San Lucas 14,25-33

«Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y dijo: 
"Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. 
Si alguno de ustedes quiere construir una torre, ¿acaso no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? De otra manera, si pone los cimientos y después no puede terminarla, todos los que lo vean comenzarán a burlarse de él, diciendo: “Este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar.” O si algún rey tiene que ir a la guerra contra otro rey, ¿acaso no se sienta primero a calcular si con diez mil soldados puede hacer frente a quien va a atacarlo con veinte mil? Y si no puede hacerle frente, cuando el otro rey esté todavía lejos, le mandará mensajeros a pedir la paz. 
Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo.»
Palabra del Señor.
Gloria a Ti, Señor, Jesús

a) El seguimiento de Jesús no va a ser fácil. Podemos explicarnos en parte lo que él lamentaba ayer, que algunos no aceptan la invitación al banquete de su Reino, porque es exigente y no se trata sólo de sentarse a su mesa.

Hoy nos dice que, para ser discípulos suyos, hay que "posponer al padre y a la madre, a la familia, e incluso a sí mismo", y que hay que estar dispuestos a "llevar la cruz detrás de él".

Pone Jesús dos ejemplos de personas que hacen cálculos, porque son sabias, y buscan los medios para conseguir lo que vale la pena. Uno que ajusta presupuestos para ver si puede construir la torre que quiere. Otro que hace números, para averiguar si tiene suficientes soldados y armas para la batalla que prepara. Así deberían ser de espabilados los que quieren conseguir la salvación.

b) Seguir a Jesús es algo serio. Comporta renuncias y cargar con la cruz y posponer otros valores que también nos son muy queridos.

Si se tratara de hacer una selección en las páginas del evangelio, y construirnos un cristianismo a nuestra medida, "a la carta", entonces sí que podríamos prepararnos un camino fácil y consolador. Pero el estilo de vida de Jesús es exigente y radical, y hay que aceptarlo entero. La fe en Cristo abarca toda nuestra vida.

¿Hemos hecho bien los cálculos sobre lo que nos conviene hacer para conseguir la vida eterna? ¿a qué estamos dispuestos a renunciar para ser discípulos de Jesús y asegurarnos así los valores definitivos? ¿somos inteligentes al hacer bien los números y los presupuestos, o nos exponemos a gastar nuestras energías en la dirección que no nos va a llevar a la felicidad? Para las cosas de este mundo solemos ser muy sabios, y las programamos y revisamos muy bien: negocios, estudios, deportes. ¿También nos sentamos a hacer números en las cosas del espíritu?

Jesús, para llevar a cabo su misión salvadora de la humanidad, renunció a todo, incluso a su vida. Por eso fue constituido Señor y Salvador de todos. Y nos dice que también nosotros debemos saber llevar la cruz de cada día, para hacer el bien como él y con él.

c) Gracias, Señor, por tu mensaje. Tú me invitas a tomar mi cruz y seguirte cada día. ¡Me cuesta tanto, Señor, no quejarme y seguirte con confianza y alegría! Por eso te pido, Buen Amigo, que me ayudes a ser tu Cireneo y que cargando mi cruz cotidiana pueda ayudarte, aunque sea humildemente, cargando la tuya. Amén.

martes, 4 de noviembre de 2014

La parábola de la gran cena


San Lucas 14,15-24

«Al oír esto, uno de los que estaban sentados a la mesa le dijo a Jesús: 
—¡Dichoso el que participe del banquete del reino de Dios! Jesús le dijo: —Un hombre dio una gran cena, y mandó invitar a muchas personas. A la hora de la cena mandó a su criado a decir a los invitados: “Vengan, porque ya la cena está lista.” Pero todos comenzaron a disculparse. El primero dijo: “Acabo de comprar un terreno, y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.” Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes.” Y otro dijo: “Acabo de casarme, y no puedo ir.” El criado regresó y se lo contó todo a su amo. Entonces el amo se enojó, y le dijo al criado: “Ve pronto por las calles y los callejones de la ciudad, y trae acá a los pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos.” Más tarde, el criado dijo: “Señor, ya hice lo que usted me mandó, y todavía hay lugar.” Entonces el amo le dijo al criado: “Ve por los caminos y los cercados, y obliga a otros a entrar, para que se llene mi casa. Porque les digo que ninguno de aquellos primeros invitados comerá de mi cena.” 
Palabra del Señor 
Gloria a Ti, Señor, Jesús 

a) Sigue el clima de una comida. Esta vez propone Jesús la parábola de los invitados al banquete del Reino.

La alusión debía ser muy clara: los del pueblo de Israel eran los que antes que nadie recibieron la invitación para el "banquete del Reino de Dios". Pero, cuando llegó la hora, rehusaron asistir, poniendo excusas: la compra de un campo o de unos bueyes, la boda reciente.

Pero Dios no cierra la puerta del convite: invita a otros, los que los israelitas consideraban "pobres, lisiados, ciegos y cojos". Dios quiere "que se le llene la casa". Ya que no han querido los titulares de la invitación, que la aprovechen otros.

b) ¿Son sólo los israelitas los ingratos, que no saben aprovechar la invitación y se autoexcluyen del banquete?

Cada uno de nosotros debería hacerse un chequeo -una ecografía de intenciones y de corazón- para ver si mereceríamos también la queja de Jesús por no haber sabido aprovechar su invitación.

Si nos invitaran a hacer penitencia o a un trabajo enorme, se podría entender la negativa. Pero nos invita a un banquete. A la felicidad, a la alegría, a la salvación. ¿Cómo es que no sabemos aprovechar esa inmensa suerte, mientras que otros, mucho menos favorecidos que nosotros, saben responder mejor a Dios? Cuando Lucas escribía este evangelio, ya se veía que Israel, al menos en su mayoría, había rechazado al Mesías, mientras que otros muchos, procedentes del paganismo, sí lo aceptaban.

La Palabra de Dios que escuchamos, su perdón, su gracia, la fe que nos ha dado, la comunidad eclesial a la que pertenecemos, los sacramentos, la Eucaristía, el ejemplo de tantos Santos y Santas, el ejemplo también de tantas personas que nos estimulan con su fidelidad: ¿no estamos desperdiciando las invitaciones que nos envía continuamente Dios? ¿qué excusas esgrimo para no darme por enterado? ¿hago como los niños que no aceptaban ni la música alegre ni la triste? ¿o como los que no acogieron ni al Bautista, por austero, ni a Jesús, por demasiado humano? Cuando llegue la hora del banquete, Irán delante de nosotros Zaqueo, y la Magdalena, y el buen ladrón, y la adúltera: ellos no eran oficialmente tan buenos como nosotros, pero aceptaron agradecidos y gozosos la invitación de Jesús.

En cada Eucaristía somos invitados a participar de este banquete sacramental, que es anticipo del definitivo del cielo: "dichosos los invitados a la cena del Señor". Celebrar la Eucaristía debe ser el signo diario de que celebramos también todos los demás bienes que Dios nos ofrece.

c) Gracias Jesús por tu palabra. Sé que a semejanza del señor de la parábola Tú sales a mi encuentro y quieres que yo participe del banquete de la felicidad eterna. Ayúdame Señor a responder con generosidad a tu invitación haciéndome digno de Ti con mis acciones. Y que pueda, también, salir al encuentro de mis hermanos invitándolos a encontrarse contigo, para que así, no queden más puestos vacíos en tu Reino. Amén 

lunes, 3 de noviembre de 2014

Invitar a los pobres



San Lucas 14,12-14


«Dijo también al hombre que lo había invitado: 

—Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; porque ellos, a su vez, te invitarán, y así quedarás ya recompensado. Al contrario, cuando tú des un banquete, invita a los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos; y serás feliz. Pues ellos no te pueden pagar, pero tú tendrás tu recompensa el día en que los justos resuciten». 

Palabra del Señor 

Gloria a Ti, Señor, Jesús 


a) El sábado pasado leíamos la recomendación de Jesús sobre no ir buscando los primeros puestos al ser invitados. Hoy sigue con el tema, pero esta vez diciéndonos a quién deberíamos invitar preferentemente a comer.


Puede resultar paradójico el consejo: "no invites a tus amigas ni a los vecinos ricos". El motivo es que, si lo hacemos así, lo que estamos buscando en el fondo es que luego ellos nos inviten: "ellos corresponderán invitándote y quedarás pagado".


Mientras que si seguimos el criterio de Jesús, invitando "a pobres, lisiados, cojos y ciegos", estas personas no podrán pagarnos, y entonces el que nos premiará será Dios, "cuando resuciten los justos".


b) El evangelio se nos presenta muchas veces opuesto a nuestros criterios espontáneos y a las directrices de este mundo.


Cuando hacemos un favor a otro, sería bueno que examináramos nuestras intenciones profundas: ¿lo hacemos por amor a Dios y por amor a la persona en sí misma, o bien buscamos que nos pueda corresponder? ¿nos gusta convidar a los ricos (y así estaríamos invitándonos a nosotros mismos) o hacemos la opción de invitar a los pobres, que no nos pagarán? Jesús, en el sermón de la montaña, nos enseñó que no tenemos que buscar el premio o el aplauso de las personas, sino hacer el bien discretamente, sin pregonarlo (él decía gráficamente, que nuestra mano izquierda no sepa el bien que hace la derecha), y entonces Dios, que sí ve en lo escondido, nos premiará.


Si hacemos un favor a una persona porque ya nos lo ha hecho ella antes a nosotros, o porque esperamos que nos lo haga, eso no es amor gratuito, sino comercio: "te doy para que me des". Jesús nos había dicho: "si amas sólo al que te ama, ¿qué mérito tienes?; si haces el bien sólo a los que te hacen bien, ¿qué mérito tienes?" (Lc 6,32). Nuestro amor ha de ser desinteresado, sin pasar factura por el bien que hacemos. Si hacemos favores a quienes "no pueden pagarnos", ya nos lo pagará él. Y él es buen pagador.


Hoy podríamos tener con alguien un detalle de amor gratuito, sin que se note, sin pasar factura. Y que se convierta en costumbre...


c) Oh Señor Jesús, tú buscaste a los pobres y a los hambrientos y me dices: "Comparte con ellos tu abundancia, y ellos creerán que yo soy el Pan de la vida".


Oh Señor Jesús, tú buscaste a los pobres y a los hambrientos y me dices: "Comparte con ellos tu abundancia, y ellos creerán que yo soy el Pan de la vida".


Oh Señor Jesús, tú invitaste a tu mesa a los oprimidos y a los perseguidos y me dices: «Lucha por su libertad, y ellos creerán que yo soy la Luz del mundo».


Así serás pobre, misericordioso, limpio de corazón, obrador de la paz. En una palabra, ¡serás bienaventurado! Amén