lunes, 7 de febrero de 2011

Lectura orante de segunda multiplicación de los panes (Marcos 8, 1-10)


Te ofrezco la próxima lectura orante de nuestra comunidad parroquial. Relata la segunda multiplicación de los panes realizada por Jesús. La primera la reflexionamos antes de iniciar este blog.

Invocamos al Espíritu Santo, autor-inspirador de las Escrituras. Le suplicamos que nos ayude a comprenderla y a meditarla, para que luego, bajo su inspiración, podamos dirigirnos en oración al Señor.

Lectura (¿Qué dice el texto?): Leemos y releemos el texto con pausa y atención. Evitamos distracciones y dejamos que la Palabra de Dios nos sorprenda.

 (1) En aquellos días se juntó otra vez muchísima gente, y no tenían nada que comer. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: (2) Siento compasión por esta gente, pues hace ya tres días que están conmigo y no tienen nada para comer.  (3) Si los mando a sus casas sin comer, desfallecerán por el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos. (4) Sus discípulos le contestaron: "¿De dónde podemos sacar, en este lugar desierto, el pan que necesitan?" (5) Jesús les preguntó: "¿Cuántos panes tienen?" Respondieron: "Siete. (6) Entonces mandó a la gente que se sentara en el suelo y, tomando los siete panes, dio gracias, los partió y empezó a darlos a sus discípulos para que los repartieran. Ellos se los sirvieron a la gente. (7) Tenían también algunos pescaditos. Jesús pronunció la bendición y mandó que también los repartieran. (8) Todos comieron hasta saciarse, y de los pedazos que sobraron, recogieron siete cestos. (9) Eran unos cuatro mil los que habían comido. Luego Jesús los despidió. (10) En seguida subió a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

Ideas que pueden ayudarnos a comprender el texto:

- Seguimos ubicados en territorio pagano. De nuevo el contexto geográfico no es banal. La escena que se contará es una "segunda multiplicación de los panes". La primera está narrada en Marcos 6, 34-44. Este segundo relato los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la "mesa de Jesús" está abierta a todos, incluidos los paganos. Sus dos claves fundamentales son la compasión de Jesús, más desarrollada ahora que en el primer relato, y la solidaridad con quienes están necesitados, a la cual son invitados los apóstoles.

- Un cuadro comparativo entre los dos relatos pudiera ayudarnos a entender mejor la intencionalidad del autor en resaltar algunos datos que resaltan el carácter universal y abierto a los paganos de este segundo episodio. Desde la época patrística se ha pensado que la «segunda multiplicación de los panes» era para Marcos un signo de la misericordia de Jesús hacia los paganos, así como la primera lo fue para el pueblo de Israel.


Primera multiplicación (Marcos 6)
Segunda multiplicación (Marcos 8)
En territorio judío
En territorio pagano de la Decápolis
La inquietud es de los apóstoles y plantean despedir a la gente, sobre la cual Jesús sentía compasión pues andaban como “ovejas sin pastor” (v34). Cita de Isaías 40,11 que los judíos conocían
Cristo toma la iniciativa de ser solidarios con un pueblo que “venían de lejos”, frase de Isaías 60,4 aludiendo a la universalidad del mensaje mesiánico. Los discípulos no toman iniciativa en un pueblo pagano
Jesús "bendijo" los panes, término familiar a los judíos... "eu-logein" en griego.
Jesús "da gracias", término familiar a los paganos... "eu-caristein" en griego.
“Doce canastos”: Eran canastos de mimbre rígido, típico de los judíos.
“Siete cestos”: Estos cestos eran bolsas plegables, propias de los giegos.
"Doce" es la cifra de las "doce tribus de Israel". La primera comunidad "judeo-cristiana" estaba organizada alrededor de los "doce", como los "doce patriarcas" del primer pueblo de Israel.
"Siete" es la cifra de los "siete  diáconos" que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión de estar a la misma mesa (Hechos 6)
“Cinco mil” hombres alimentados, haciendo referencia a una cantidad indefinida y la comunidad del Espíritu (2 Rey 2,7)
“Cuatro mil” hombres alimentados, haciendo referencia a la universalidad de los cuatro puntos cardinales.
 
- San Marcos tiene pues el interés de mostrar la evangelización de los paganos en el ministerio de Jesús. Los dos relatos anteriores que hemos compartido en el blog (la curación de la hija de la sirofenicia y la curación del sordomudo) van encaminados también a mostrar la orientación misionera de Jesús. Es necesario que los apóstoles amplíen su horizonte. ¡La Mesa ofrecida por Jesús está abierta a todos!

- El hecho de que los Evangelios de Marcos y Mateo relaten en dos ocasiones la multiplicación de los panes, nos permite pensar que este acontecimiento marcó de manera importante a los primeros cristianos. Tanto que el Evangelio de San Juan, que habitualmente no escribe los acontecimientos de la misma manera que los otros 3, en esta ocasión también relata el hecho, en su capítulo 6, donde nos relata las enseñanzas de Jesús sobre la Eucaristía. En efecto, ese milagro por el que Jesús manifiesta su poder ante los judíos y los paganos, señala por su amplitud uno de los rasgos esenciales del Mesías “colma de bienes a los hambrientos” y prepara a los hombres para acogerlo a él, que es el Pan de vida en el banquete de la eucaristía.

- La compasión de Jesús está bien resaltada en esta narración: sintió compasión por la gente que no tenían que comer y llevaban tres días con él; además, su preocupación se debía también a que si despedía a la gente podían desfallecer por el camino, pues muchos venían de muy lejos. Esta compasión de Jesús se dirige a la necesidad material de la gente. En el relato de la primera multiplicación se resalta que su compasión se debía a que andaban “como ovejas sin pastor”, es decir, se debía al hambre de la Palabra y de la enseñanza.

- La Iglesia, o sea nosotros, hemos recibido también el encargo de anunciar la Palabra y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de consentir un mundo más justo. Debemos aprender de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.

- En el pasaje que contemplamos se subraya también el rol de los discípulos de Jesús. Son asociados al Señor para saciar el hambre de tantos; lanzados por Jesús a la acción; ven bien lo que tienen que hacer, pero no tienen los medios; Jesús pide y acepta su colaboración, pero es Él quien pone la mayor parte y termina la obra de manera espléndida y generosa. Eso mismo pasa hoy: el misionero está llamado a hacer lo puede hacer y con lo que tiene, Jesús terminará la obra, pero no podemos quedarnos ociosos ante la necesidad ajena. Nos llama el Señor a hacer solidarios ante la necesidad material de los hermanos.

- Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes. En las dos multiplicaciones de panes hay "residuos". Esto indica que el alimento distribuido es inagotable y de que Jesús da mucho más allá de la necesidad inmediata... es el símbolo de un "acto que tendrá que repetirse constantemente", un alimento que debe ponerse sin cesar a disposición de los demás. La sociedad actual maneja unos principios distintos a los de Jesús. La propuesta del “mundo” es la de acaparar, producir hasta el máximo, no importa a expensa de qué o de quiénes. Los bienes de la tierra, abundantes, están en pocas manos y la distribución es desigual. Ante esto la propuesta de Jesús es la de la solidaridad abundante, no la de la simple limosna. No dar de lo que nos sobra, sino de nuestra sustancia.

- Dando gracias, los partió... Es una comida "de acción de gracias" -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían... el rito esencial de su comunidad era la "cena del Señor". Así como en el relato anterior, el de la curación del sordomudo, hacíamos referencia al rito de iniciación cristiana, el de ahora se dirige a la eucaristía. La Eucaristía es, por otra parte, la multiplicación que Cristo nos regala: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo y Sangre como alimento. Esa comida eucarística es la que luego nos tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos: nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados de este mundo.

Meditación (¿Qué me dice a mí el texto?): Pasamos ahora a actualizar la Palabra de Dios, en una reflexión personal y detallada, a la luz del texto leído. Nos pueden ayudar estas preguntas:

- Jesús multiplica el pan a los paganos: ¿Siento yo también el ansia de ser misionero y multiplicar el pan de su Palabra y la caridad con todos o estoy encerrado en mi comodidad en mi zona de confort que me impide hacer algo por los demás?

- Jesús sintió compasión: ¿Experimento en vida la compasión ante la necesidad ajena? ¿Mi compasión me lleva a la acción o queda en el estéril lamento de la injusticia y de la miseria ajena?

- Los discípulos colaboraron: ¿Qué estoy haciendo yo ante la necesidad de evangelización y de justicia social en la sociedad actual? ¿Pongo todo lo que puedo poner, confiando que el Señor es quien hace su obra? ¿Me quejo y paralizo ante la falta de recursos humanos para la obra misionera y de caridad?

- Jesús tuvo una solidaridad abundante: ¿Qué quiere el Señor de mí en este mundo de tantos hambrientos? ¿Tengo yo que hacer algo en la multiplicación de los panes hoy?

- Jesús dio gracias y partió el pan: ¿Cómo vivo la eucaristía? ¿Es alimento para mi trabajo y mi solidaridad? ¿La celebración eucarística me compromete ante el Señor y ante la necesidad espiritual y material de mis hermanos?

Oración (¿Qué me hace decirle al Señor el texto?): Una vez que la Palabra ha caído en tierra buena, ahora es el momento para devolverle al Señor los frutos que ella ha producido en mi corazón, pero con palabras de agradecimiento, de perdón, de súplica y de peticiones. Te pueden servir este modelo o a la luz de ella puedes dirigirte al Señor libre y espontáneamente.

Señor Jesús, quiero darte gracias por tu Palabra, por el ejemplo maravilloso de misericordia y compasión que hoy nos has comunicado y por el deseo y compromiso que has puesto en mi corazón de ser solidario ante la miseria ajena. Gracias también, Señor, por tantos hermanos nuestros que nos han dado ejemplo de esa entrega, imitándote a ti. Te pedimos, Jesús, por los misioneros de tu Palabra, para que no desfallezcan en su misión. No permitas que el plan consumista y egoísta del mundo nos invada y nos cierre a las necesidades ajenas. Te suplicamos por todos aquellos hambrientos de tu Palabra, para que le llegue abundantemente, pero igual te imploramos por aquellos otros tantos que están hambrientos de pan y de justicia. Señor, haz que el mundo entienda tu plan de solidaridad y permíteme ser un ejemplo de ella. Ayúdame, Señor a ser solidario, a ser generoso, a que no sea indiferente ante la miseria humana. Perdóname, Señor, por las veces en la que he sido egoísta, en la que me he escudado ante las excusas de mi comodidad para no hacer nada por los demás. Te alabo y te bendigo por toda la grandeza de la creación que has puesto para el bien de todos y no de unos pocos. Te alabo y te bendigo por tu Iglesia misionera y por tu Palabra fecunda.

Contemplación (¿Qué inspira en mi vida la Palabra?): Una vez que hemos leído, meditado y orado la Palabra, ahora es el momento de saborearla y sacarle frutos. Imaginemos la escena leída y apliquémosla a nuestra vida diaria. Podemos hacer propósitos de vida: ser solidarios con la necesidad ajena, comprometiéndome a una acción evangelizadora en la parroquia o a una acción social en la comunidad.

sábado, 5 de febrero de 2011

El Respeto...no hagas a otro lo que no quieres que te hagan


“No salga de sus bocas ni una palabra mala,
sino la palabra que hacía falta y que deja algo a los oyentes.”
(Efesios 4, 29)

Hace días, visitando una comunidad, una señora me pidió que en la Misa hablara del respeto, pues pensaba que era el valor más importante que debía practicarse y que le asustaba lo que estaba pasando, especialmente con los jóvenes. Al final, al enterarse de la existencia de este blog, me preguntó de si escribiría sobre este valor.

Decidí hacerlo, aunque he encontrado tanto material, en mis libros y en la web, que me retrasé en escribir, pues pensé que ya todo estaba dicho al respecto y no quería redundar. Sin embargo, permíteme reflexionar brevemente sobre ello y compartirlo contigo.

El respeto es el valor que nos lleva a honrar la dignidad de las personas y atender sus derechos. Es el reconocimiento, aprecio y consideración de las cualidades y derechos de los demás, ya sea por su valor como persona, conocimiento, experiencia, actuación o leyes.

Ya esta descripción nos introduce en cuánta razón tenía la señora para pedirme que hablara y escribiera sobre ello. Percibimos su importancia, especialmente cuando somos sujetos del irrespeto de los demás y no me consideran como persona, como madre o padre, como hijo/a, como amigo, como vecino o ciudadano. Y seguramente tenemos experiencia de cuántos sentimientos de “luz roja” se experimentan en esos momentos.

Ha habido dos ocasiones en la que percibí, de manera clara, cuando se me ha respetado o irrespetado. En una ocasión, tuve que asistir a una oficina pública, para buscar unos requerimientos. La primera empleada con la que me topé, le pregunté por mi solicitud y ella, sin levantar los ojos, pintándose las uñas, me refirió a otra oficina, con un tono de desdén y desprecio. Resultó que era ella la que tenía que atenderme. Me sentí muy incómodo, pues juzgué que se me había irrespetado como persona y como ciudadano. Pero en la otra oportunidad reciente, la secretaria de un hospital, me atendió tan gentil, amable y eficazmente que me sentí valorado. Pensé, y se lo comuniqué, que ese es el prototipo del respeto a los demás, máxime en la atención pública.

La persona respetuosa toma en cuenta los valores y los sentimientos de los demás, tanto en la convivencia diaria, como en eventuales conflictos. En estos últimos casos se sabe separar los hechos de las personas. Una conducta inapropiada se corrige, pero a la persona se le comprende. Proceder de ese modo es hacerlo con respeto. Pudiera ser el caso de una madre respetuosa de su hijo, al verse menospreciada por él, le llama la atención, comenta su desagrado, pero no le responde con irrespeto ni con violencia e incluso hará el esfuerzo de alcanzarlo en sus sentimientos y motivaciones, a la vez que le corrige.

La afirmación de Jesús en el Evangelio “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39) recoge la esencia del respeto: tratar y respetar a los demás de la misma manera que yo deseo ser respetado y amado. Un filósofo alemán, llamado Hermann Graf Keyserling, entre sus máximas y proverbios resume las reglas elementales del respeto: “alabar lo bueno de los otros, suprimir los reproches, dar importancia a los demás y prestarles atención”.

De la máxima bíblica, así como del pensamiento del autor, podemos afirmar que ser respetuoso no es otra cosa que vivir los buenos modales, las normas de educación, la cortesía, la admiración, atención, compostura, consideración, humildad, obediencia, recato y sobretodo, tolerancia. De ahí que el valor del “respeto” supone otra gama de valores.

El respeto a sí mismo y a los demás es la base  de una convivencia pacífica en todos los ámbitos: en ella se fundamenta la relación entre padres e hijos, la vida conyugal, el trato con los vecinos, el trabajo en equipo y cualquier trato humano. Para hablar de comunicación entre las personas, de los derechos sociales, del amor al otro o de cualquier otro aspecto de las relaciones interpersonales, hay que suponer, como previo y fundamental requisito, el respeto.

Todo ser humano, sin ninguna discriminación, merece consideración de su dignidad. No importa cuan diferente pensemos o seamos, ni cuál posición ocupemos, todos merecemos un trato cortés y amable, comprensión de las limitaciones y fallas, reconocimiento de los valores y de su posición o rol que desempeñe en el grupo social o familiar.

Especialmente, dado la coyuntura que vivimos, debemos tener especial respeto por nuestros padres. Respetarlos durante toda la vida, por haber sido los co-autores de nuestras vidas y ser sus educadores, no por sus cualidades específicas. El respeto es decir a los padres con delicadeza y sin herir, ni violentar, las dudas que tengan sobre las decisiones tomadas hacia ellos, en el caso que las consideren injustas o no razonables. Respetarlos por encima de nuestros amigos, pues ellos serán siempre los padres, mientras que la amistad pudiera desaparecer. Ejemplos de faltas de respeto con los padres son los actos voluntarios contrarios a la buena educación (desplantes, portazos, malas contestaciones, rebeldías, gritos, etc.), ya que no son el trato adecuado a las personas y a la sociedad. Respetarlos, de manera especial, cuando estén de edad avanzada, recordando aquello que nos dice el libro del eclesiástico o sirácides: (3, 12-14)  “Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo

El respeto propio, se gana, no se exige. Empecemos primero por respetarnos a nosotros mismos, para así reconocer y tolerar a las otras personas. Por ello, en una relación de pareja, por ejemplo, en donde haya habido maltratos físicos y violencia de género, si la parte afectada, especialmente la mujer, no se valora a sí misma, siempre será sujeto del irrespeto de parte del agresor. Respetarse será la base para no permitir esa injusta agresión.

Existen otras actitudes y comportamientos que revelan este valor del respeto: aceptar y comprender la forma de ser y de pensar de los demás, aunque sea diferente a la nuestra; reconocer los méritos de los demás, sin apropiarse de las ideas ajenas; valorar la fama, el tiempo y la pertenecía de los demás; y de manera particular, respetar es no hablar mal de los otros, pues la crítica injusta y la murmuración destruye todo tipo de relación y el ambiente grupal o social, además de ser una injusticia y rebaja la dignidad de la persona.

El respeto debe ser interior y exterior, teniendo mucho cuidado en el desprecio interior, las palabras injuriosas, la actitud despectiva y los malos tratos. No se trata de mantener una compostura respetuosa en las relaciones humanas, pero el corazón anda lleno de juicios y desprecios a los otros.
Finalmente, el respeto se debe fundamentalmente a las personas, pero por ellas, hay que respetar también a la naturaleza y las instituciones. Respetar la naturaleza, respetar los libros, los bienes materiales e inmateriales, las propiedades ajenas, las instituciones civiles y públicas, las reglas de juego, es decir, obedecerlas para que puedan cumplir su función, etc.

Para finalizar les dejo algunas preguntas que les pueden ayudar a interiorizar este valor: ¿Trato a todos con respeto que se merecen como seres humanos? ¿Soy tolerante con las ideas y punto de vista de los demás? ¿Practico los buenos modales y los detalles de cortesía y buena educación? ¿Actúo de modo comprensivo con quien comete un error? ¿Evito la crítica y el chisme?

viernes, 28 de enero de 2011

Lectura orante de la curación de un sordomudo (Marcos 7, 31-37)

Te presento la próxima lectura orante que realizaremos en nuestra comunidad parroquial. Es continuación de la que presentamos en la entrada anterior.

Invocamos al Espíritu Santo, antes de leer su Palabra inspirada. Nos disponemos a un momento de intimidad con Dios, de oración y reflexión. Es la ambientación propicia para la escucha.

Lectura (¿Qué dice el texto?) Leemos el texto con mucha atención. Incluso puedes releerlo y detenerte en cada palabra o frase que te haya llamado la atención. La idea es que te imagines la escena que nos presenta el Evangelio.

(31) “Saliendo de las tierras de Tiro, Jesús pasó por Sidón y, dando la vuelta al lago de Galilea, llegó al territorio de la Decápolis.  (32)  Allí le presentaron un sordo que hablaba con dificultad, y le pidieron que le impusiera la mano.  (33)  Jesús lo apartó de la gente, le metió los dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.  (34)  En seguida levantó los ojos al cielo, suspiró y dijo: "Effetá", que quiere decir: "Abrete.  (35)  Al instante se le abrieron los oídos, le desapareció el defecto de la lengua y comenzó a hablar correctamente.  (36)  Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, tanto más ellos lo publicaban.  (37)  Estaban fuera de sí y decían muy asombrados: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Algunas ideas que te pueden ayudar a entender el texto:

- Al igual que la curación de la hija de la mujer sirofenicia de los versículos anteriores, seguimos ubicados en tierra extranjera, esta vez en la Decápolis (Literalmente “Diez Ciudades”: Era una región de diez ciudades al sureste de Galilea, cuya población era pagana). La acción salvífica de Jesús va dirigida a los paganos. Una vez más la idea de la apertura a todos sin discriminación. La universalidad de la salvación.

- En esta ocasión, la sanación es a un sordomudo. Más concretamente le trajeron a un hombre “sordo” y también con un defecto para hablar. El término que se usa para describirlo (μογιλάλον-mogilalos) lo interpretan los autores en dos sentidos: “mudo” o con un defecto para hablar: “tartamudo.”

- El sordomudo simboliza la actitud cerrada del mundo pagano frente al proyecto de Dios: sordo para escucharlo y tartamudo para proclamarlo. La sanación del sordomudo ratifica la actitud de los paganos que poco a poco abren sus oídos a la Palabra de Dios. Pero también puede simbolizar a tantos que se encuentra incapacitados para comunicarse y se encuentra muy solos. Y así como algunos llevaron a Jesús al sordomudo para que lo curara, del mismo modo debemos preocuparnos de llevar ante el Señor, a los que sufren sordera para la Palabra y  a otros mudez para proclamar la Palabra de Dios.

- En esta sanación obrada por Jesús se observa también la relación que existe con otros pasajes bíblicos. El primero del Antiguo Testamento, el de Isaías 35, 5-6. Y es precisamente este pasaje de Isaías el que citan las gentes: Es admirable todo lo que hace, los sordos oyen y hablan bien los tartamudos. Marcos subraya pues que Jesús cumple la gran esperanza prometida por Isaías. Es como una nueva creación, un hombre nuevo, ¡con oídos bien abiertos para oír y con la lengua bien suelta para hablar! Con la venida de Jesús hay un perfeccionamiento del hombre, una mejora de sus facultades: por la fe la humanidad adquiere como unos "sentidos" nuevos, más afinados.

- El otro pasaje con la que se relaciona es la sanación del ciego (Mc 8, 22-26). En ambos casos encontramos sucesivamente un mismo "apartamiento" del enfermo (7, 33; 8, 23), una misma insalivación (7, 33; 8, 23), la misma insistencia de Cristo en recomendar silencio al beneficiario del milagro (7, 36ñ; 8, 26), una misma imposición de las manos (7, 32; 8, 22, 23), una misma reacción de los amigos que "llevan" al enfermo (7, 32; 8, 22). De ambos relatos se desprende, pues, una misma lección: no oír y no ver son signos de castigo (Mc 4, 10-12; 8, 22): la curación de la vista y la del oído son signos de salvación. Pero la salvación otorgada por Dios supone una ruptura respecto al mundo: si Cristo "lleva" al mudo y al ciego "fuera" para que vean y oigan, es porque la multitud, en cuanto tal, es incapaz de ver y de oír.

- “Jesús lo apartó de la gente...” y después del milagro les “mandó que no se lo dijera a nadie…” Consigna del silencio. Hay que evitar que la muchedumbre saque enseguida la conclusión: es el Mesías. Pues este título es demasiado ambiguo. Debe ser purificado, desmitologizado por la muerte en la cruz. Cuando Cristo habrá sido crucificado, solamente entonces podrá decirse que es el Mesías. Esto sigue valiendo. No podemos ver en Jesús con ojos “demasiado humanos”, ni podemos esperar éxitos fáciles. Hay que pasar por la cruz primero.

- La curación del “tartamudo” es realizada por el Señor con gestos muy significativos y diferentes a otras curaciones: “Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua… levantó los ojos al cielo, suspiró y dijo: ‘¡Effeta!’... Abrete".

“Gestos humanos, corporales y sensibles de Jesús. Dichos gestos hubiesen proyectado, a quienes le veían o  a nosotros, una imagen de rito mágico, pero su mirar al cielo indica la presencia de Dios y fue el mismo gesto que usó en la multiplicación de los panes (Marcos 6, 41). "Suspiró" como una profunda llamada a Dios, un momento de oración, traslucida en su cuerpo. Es una oración emotiva.


- Todos los sacramentos, son también gestos sensibles, humanos, corporales. La gracia más divina, más espiritual, pasa por esos humildes y modestos "signos". La Iglesia ha usado de algunos de estos gestos en la Liturgia. En especial en la Eucaristía (levantar los ojos) y en el bautizo (tocarle los oídos y la boca) con el rito del “Efetá”, para simbolizar que a quienes se les bautiza, se le pide a Dios que abra sus oídos para escuchar su Palabra y su boca para proclamarla.

- En ese mismo instante, los oídos del sordo se abrieron y el hombre empezó a hablar correctamente. Jesús quiere que la gente abra el oído y suelte la lengua con respecto a su Palabra, a su acción salvífica.

Meditación (¿Qué me dice a mí el texto?) Es el momento de la interiorización y personalización de la Palabra. Es dejarnos que su Palabra nos interpele, nos sacuda interiormente. Estas preguntas te pueden ayudar:

- ¿Sigo el ejemplo del Señor Jesús al ser abierto y universal, incluso con quienes son comparten conmigo mi misma fe ni ideas?

- ¿Tengo mis oídos abiertos a la escucha de su Palabra o al diálogo con los demás?  Me comunico sin “trabas” con Dios o con mis hermanos?

- ¿He llevado a la gente que no escucha al Señor ante Jesús en mi oración? ¿Soy apostólico o misionero o me encierro en mi propia zona de comodidad?

- ¿Cómo veo a Jesús? ¿Sólo tengo miradas humanas hacia su Persona o su mensaje o lo veo como mi Salvador, como el “Dios con nosotros”? ¿Tengo la capacidad de admirarme de las obras del Señor y de agradecerle sus dones?

- ¿Cuánto valoro los gestos simbólicos de los sacramentos de la Iglesia? ¿Soy capaz de ver más allá que los simples gestos humanos y descubro en ellos los signos sensibles instituidos por Cristo y trasmitidos por su Iglesia, para concedernos la gracia del Señor?

Oración (¿Qué me hace decirle al Señor el texto?). Una vez que el Señor me ha hablado con su Palabra y la he interiorizado con mi meditación, ahora se la devuelvo con mi oración de alabanza, de agradecimiento, de perdón y de súplica confiada.

“Señor, quiero darte gracias por tu Palabra. Me has retado a ser más discípulo y misionero de tu Palabra. Gracias por haberme hecho cristiano y haberme abierto los oídos y la boca. Gracias por quienes me han trasmitido esta fe. Te pedimos, Señor, por todos aquellos que están cerrados tu mensaje… por quienes no creen en Ti, por quienes son indiferentes a tu Palabra, por quienes se han alejado de tu Iglesia, por quienes la conocen, pero distorsionadamente, en fin, por todos los que tienen impedimentos para oírte y oír a tu Iglesia. Te pido perdón por las veces en la que me encerrado a dialogar contigo y a no estar atento a la escucha de los demás; por las veces en la que no me he comunicado correctamente y me he mantenido asilado de mis hermanos. Te alabamos Señor, porque todo lo hace bien, haces cosas buenas y hermosas, Te alabamos Señor, porque cuidas lo que has creado y nos muestras su belleza.”

Contemplación (¿Qué inspira en mi vida la Palabra?). Es el momento de mirar mi propia vida a la luz de la Palabra y movernos a la conversión. Podemos empezar imaginándonos la escena, siendo nosotros mismos los “sordos y tartamudos”. Recordamos a quienes nos llevaron ante el Señor para nuestra sanación, para nuestro bautismo o nuestra conversión. Sacamos propósitos de ser nosotros portadores a los demás de esta Buena Nueva del Señor y miramos nuestra vida, nuestra comunicación con Dios o con mis hermanos o compañeros de trabajo…. Y nos proponemos ser mejor “escucha”, derribando las barreras que nos impiden comunicarnos

miércoles, 26 de enero de 2011

Solidaridad: “No hay amor más grande…”

Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y los pecadores. 
(Lucas 6, 35)

 
¡Cuánto valoramos una mano amiga ante las necesidades! ¡Qué bien nos hemos sentido cuando alguien nos ha ayudado o hemos ayudado a alguien en momentos de dificultad! En ambos momentos hemos percibido el valor de la SOLIDARIDAD.

Precisamente de ese valor quisiera compartir contigo esta reflexión.

Quisiera comenzar recordando la historia de San Maximiliano María Kolbe. (Polonia, 8 de enero de 1894 - Auschwitz, 14 de agosto de 1941). Fue un fraile franciscano conventual polaco muerto por los nazis en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo emblemático de SOLIDARIDAD. Para ello te invito a ver este video y luego que sigas leyendo la reflexión que te dejo sobre este valor.


La solidaridad la define el diccionario como: “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Es un sentido de pertenencia a la sociedad que inclina a la persona a sentirse unido a sus semejantes y a colaborar con ellos.

La solidaridad no es una obligación ni un sentimiento superficial. No se puede ver como un simple deber por pertenecer a un grupo (familiar, laboral, político o religioso), ni como un sentimiento que me nace cuando veo a los demás ante necesidades. Es más bien una actitud de entrega, de apoyo, de colaboración que se asume voluntariamente, de forma constante y que supone generosidad.

En la tragedia del estado Vargas (Venezuela), en el año 1999, así como en los diversos embates de la naturaleza que nuestro pueblo ha sufrido, hemos visto la solidaridad del venezolano y de los otros pueblos de Latinoamérica y del mundo. Sin embargo, ser solidario no puede circunscribirse sólo a momentos de aprieto. Seremos verdaderamente solidarios, si habitualmente apoyamos a los demás. Si nuestra conciencia nos hace un llamado reiterado a la igualdad, a buscar soluciones para aliviar la pobreza, la marginación y la falta de recursos de otros seres humanos.

La solidaridad no puede ser tampoco un mero sentimentalismo. No es que no se deba “experimentar sentimientos” ante las necesidades ajenas. Eso es humano. Lo malo es otorgar a los sentimientos la dirección de la conducta. Que sean ellos los que desencadenen nuestras respuestas o utilizarlos como criterio para la acción. Si así fuese, cuando “no sienta nada” no me moveré a socorrer y actuaré indiferente ante las dificultades ajenas. Más bien debemos pasar del corazón a la razón y de ahí a la acción comprometida.

Quizá la mejor manera de poder lograr el hábito de la solidaridad es comprometerse como voluntario en un grupo organizado. Por ejemplo, en la acción social parroquial,  en los consejos comunales, en los bomberos, en los hospitales o en cualquier otro que exista, que nos brinde un espacio para la solidaridad. Ningún ser humano nos debe ser indiferente, siempre habrá una forma de manifestar nuestra solidaridad.

Hace algún tiempo un joven, hablándole de la importancia de ser solidario con los demás, me dijo que se le hacía difícil vivirla y practicarla, porque no siempre veía a una “viejita” cruzar una calle para apoyarla. La solidaridad no es meramente circunstancial. Implica compartir tiempo, espacio y energía con todos los demás miembro de la sociedad, cooperar y comprometerse. Todos, de alguna manera, podemos poner nuestro “granito de arena” para paliar el sufrimiento ajeno y ayudar al prójimo en sus necesidades.

Vivir la solidaridad llena el corazón de seguridad, estímulo y paz. ¿Quién no ha experimentado la alegría de poder ser útil a los otros y ver sonreír a quien se apoya o ayuda ante la adversidad? Uno se ve estimulado a auxiliar a los demás de manera frecuente y se posee la convicción de que es la manera correcta de obrar en esas circunstancias.

En la solidaridad el interés por los demás debe ser genuino, sin motivaciones ocultas que puedan enturbiar la ayuda prestada. Si somos solidarios con los demás para conseguir “votos”, “fama”, “prebendas”, etc, dejamos de ser solidarios para convertirnos en interesados, usureros, aprovechados, en fin, miserables. Eso suele proyectarse, verse a flor de piel, cuando la solidaridad no es verdadera. Se le identifica con el egoísta, con el que no presta ayuda. Y no podemos olvidar que el egoísmo es pagado por los demás con frialdad, lejanía y aislamiento. Se recoge lo que se siembra.

La solidaridad debe prestarse en la vida diaria y de todas las formas posibles. A veces es más fácil prestar ayuda a gente lejana a nosotros que a esas otras que se convive a diario. La familia, el trabajo o la comunidad son espacios magníficos en la que podemos ser solidarios de forma habitual. Con los que cohabitamos podemos dar diversas manifestaciones de solidaridad. Por ejemplo, hasta de manera verbal. Dar apoyo moral, escucha atenta, acompañamientos, servicios, etc.

Finalmente, tendríamos que aprender a pedir ayuda. Que sean solidarios con nosotros depende de nosotros mismos. No conviene suponer que se darán cuenta, ni dejarse llevar por el orgullo del que piensa que sólo saldrá adelante.

Preguntas que pueden ayudar a interiorizar este valor de la solidaridad: ¿Me siento responsable por la suerte de los demás? ¿Detecto y me duele cualquier injusticia que se cometa con una persona? ¿Tengo la determinación de trabajar por los demás, por la sociedad, por el bien común? ¿Dedico tiempo y espacio a obras de solidaridad?

lunes, 24 de enero de 2011

Lectura orante de Marcos 7, 24-30

Te ofrezco la primera lectura orante en el blog "Palabra y valores". Comenzamos por el texto que próximamente haré con mi comunidad, así te hacemos partícipes de nuestra experiencia parroquial.


Invocamos, antes de iniciar la lectura, al Espíritu Santo para que nos ayude a interiorizar y profundizar en su Palabra. Él fue quien la inspiró. Roguémosle que nos ayude a comprenderla y a vivirla.

Lectura (¿Qué dice el texto?): Leemos el texto con pausa y atención, con la intención de escuchar al Señor que nos habla a través de su Palabra.

(24) “Jesús decidió irse hacia las tierras de Tiro. Entró en una casa, y su intención era que nadie lo supiera, pero no logró pasar inadvertido.  (25)  Una mujer, cuya hija estaba en poder de un espíritu malo, se enteró de su venida y fue en seguida a arrodillarse a sus pies.  (26)  Esta mujer era de habla griega y de raza sirofenicia, y pidió a Jesús que echara al demonio de su hija.  (27)  Jesús le dijo: "Espera que se sacien los hijos primero, pues no está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perritos.  (28)  Pero ella le respondió: "Señor, los perritos bajo la mesa comen las migajas que dejan caer los hijos.  (29)  Entonces Jesús le dijo: "Puedes irte; por lo que has dicho el demonio ya ha salido de tu hija.  (30)  Cuando la mujer llegó a su casa, encontró a la niña acostada en la cama; el demonio se había ido”

Algunas ideas que te pueden ayudar a entender mejor el texto:

Ubiquemos el pasaje: Jesús está en “las tierras de Tiro”, o sea, no se encuentra en su tierra. Está en tierra extranjera. Esta ubicación no es secundaria. Después del problema del legalismo judío parece como si el evangelista quisiera orientar la mirada de sus lectores hacia el mundo pagano. De hecho con este episodio comienza Jesús una larga correría apostólica, incluso en tierras extranjeras.

El Señor “entró en una casa” para ocultarse, pero no le fue posible. Jesús no busca las acciones brillantes. Siempre el secreto mesiánico, resaltado en varias ocasiones por el evangelista Marcos. La obra de Dios es una labor escondida, que no hace ruido... ni busca hacerlo.

El encuentro de Jesús con una mujer extranjera y de otra religión es también significativo. El Señor supera las fronteras del territorio nacional y acoge a una mujer extranjera que no pertenece al pueblo y con la que estaba prohibido conversar. Estas iniciativas de Jesús, nacidas de su experiencia de Dios como Padre, eran extrañas para la mentalidad de la gente de la época. Jesús ayuda a la gente a abrir su manera de experimentar a Dios en la vida.

La buena mujer se le acerca con fe, para pedirle la curación de su hija, que está poseída por el demonio. Jesús pone a prueba esta fe, con palabras que a nosotros nos pueden parecer duras (los judíos serían los hijos, mientras que los paganos son comparados a los perritos), pero que a la mujer no parecen desanimarla. A Jesús le gusta su respuesta sobre los perritos que también comen las migajas de la casa y le concede lo que pide. Lo que puede la súplica de una madre. La de esta mujer la podemos considerar un modelo de oración humilde y confiada.

A los contemporáneos de Jesús el episodio les muestra claramente que la salvación mesiánica no es exclusiva del pueblo judío, sino que también los extranjeros pueden ser admitidos a ella, si tienen fe. No es la raza lo que cuenta, sino la disposición de cada persona ante la salvación que Dios ofrece.

Lo que Jesús dice de que primero son los hijos de la casa es razonable: la promesa mesiánica es ante todo para el pueblo de Israel. También Pablo, cuando iba de ciudad en ciudad, primero acudía a la sinagoga a anunciar la buena nueva a los judíos. Sólo después pasaba a los paganos.

Para nosotros también es una lección de universalismo. No tenemos monopolio de Dios, ni de la gracia, ni de la salvación. También los que nos parecen alejados o marginados pueden tener fe y recibir el don de Dios. Esto nos tendría que poner sobre aviso: tenemos que saber acoger a los extraños, a los que no piensan como nosotros, a los que no pertenecen a nuestro círculo.

Igual que la primera comunidad apostólica tuvieron sus dudas sobre la apertura a los paganos, a pesar de estos ejemplos diáfanos por parte de Jesús, también nosotros a veces tenemos la mente o el corazón pequeños, y nos encerramos en nuestros puntos de vista, cuando no en nuestros privilegios y tradiciones, para negar a otros el pan y la sal, para no reconocer que también otros pueden tener una parte de razón y sabiduría.

Deberíamos corregir nuestra pequeñez de corazón en el ámbito familiar (por ejemplo en las relaciones de los jóvenes con los mayores), en el trato social (los de otra cultura y lengua), en el terreno religioso (sin discriminaciones de ningún tipo).

Para tu meditación (¿Qué me dice a mí el texto?): Estas preguntas te pueden ayudar ahora a  interiorizar la Palabra. Es hacer una revisión de tu vida a la luz de lo que leíste, con ayuda de la ideas o sin ellas.

¿Mi oración es sencilla como la de mujer sirofenicia? Ante mis dificultades y problemas, ¿confío en el Señor? ¿Acudo a Él con la confianza y la humildad que hoy me muestra en su Palabra? ¿Ruego al Señor pidiendo por los demás, especialmente por mi familia, como la hacía la mujer?

Para tu oración (¿Qué me hace decirle al Señor el texto?): Después que le ocupamos unos minutos a la meditación e interiorización de la Palabra, ahora es hora de invocar, suplicar y agradecer al Señor por su Palabra. La idea en este momento es que, usando las cosas que Jesús te haya inspirado o te haya hecho pensar, formules una oración espontánea y libre. En ella puedes pedir o suplicar, puedes dar gracias, puedes solicitar perdón al Señor o simplemente alabarle.

Te puede servir esta oración o cualquier otra que nazca de tu corazón: “Señor, enséñame a ser católico (universal).  A estar abierto a las necesidades de mis hermanos y no cerrarme a particularismos que me impiden ser como tú. Jesús, humildemente, reconociendo mis miserias, mis limitaciones, te suplico por……. (coloca tus intenciones). Escucha atentamente mis oraciones, pues confío plenamente en ti, Señor. Perdóname, por la veces que he sido egoísta y excluyente. Te doy gracias, Jesús, por tu Palabra de hoy y por las gracias que me has inspirado” Amén.

Finalmente, contempla la escena…Imagínate siendo la mujer sirofenicia, suplicando por tus necesidades. Haz un propósito a la luz de esta Palabra. Quizá la ser más misionero, como Jesús y la estar abierto a las necesidades de los demás en esta semana.

Próximamente, en los comentarios a esta entrada del blog, agregaré alguna otra idea que me surja a mí o cualquiera de mis hermanos de la comunidad parroquial con quienes practicaré esta Lectura Orante.