lunes, 28 de noviembre de 2016

Marcos 6, 35-44


Espíritu de Dios, ilumínanos en este encuentro con tu Palabra, para que ella sea alimento espiritual y lo sepamos multiplicar a los demás

Marcos 6, 35-44

35 Se había hecho tarde. Los discípulos se le acercaron y le dijeron: «Estamos en un lugar despoblado y ya se ha hecho tarde; 36 despide a la gente para que vayan a las aldeas y a los pueblos más cercanos y se compren algo de comer.»
37 Jesús les contestó: «Denles ustedes de comer.» Ellos dijeron: «¿Y quieres que vayamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para dárselo?» 38 Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver.» Volvieron y le dijeron: «Hay cinco, y además hay dos pescados.»
39 Entonces les dijo que hicieran sentar a la gente en grupos sobre el pasto verde. 40 Se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta. 41 Tomó Jesús los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Asimismo repartió los dos pescados entre todos.
42 Comieron todos hasta saciarse; 43 incluso se llenaron doce canastos con los pedazos de pan, sin contar lo que sobró de los pescados. 44 Los que habían comido eran unos cinco mil hombres.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús

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a) Una de las manifestaciones más amables y expresivas de la misión mesiánica de Jesús fue la multiplicación de los panes. Se compadece de la gente: andan como ovejas sin pastor. Jesús está cerca de los que sufren, de los que buscan. No está alejado del pueblo, sino en medio de él. Como nuevo Moisés, da de comer a los suyos en el desierto. Su amor es concreto, comprensivo de la situación de cada uno. Da de comer y predica el Reino, alivia los sufrimientos anímicos y los corporales. Y a la vez evangeliza.

b) Tenemos un espejo bien cercano: el de Cristo Jesús, tal como aparece ya en sus primeras intervenciones como misionero del Reino, y como seguirá a lo largo de todas las páginas del evangelio. Siempre atiende a los sufren.

Siempre tiene tiempo para los demás. Nunca pasa al lado de uno que sufre sin dedicarle su presencia y su ayuda. Hasta que al final entregue su vida por todos.

El amor es entrega: Dios que entrega a su Hijo, Cristo Jesús que se entrega a sí mismo en la cruz. ¿Cómo es nuestro amor a los hermanos? ¿Somos capaces de entregarnos por los demás? ¿O termina nuestro amor apenas decrece el interés o empieza el sacrificio?

El pan multiplicado que nos ofrece cada día Cristo Jesús es su Cuerpo y su Sangre. Él ya sabía que nuestro camino no iba a ser fácil. Que el cansancio, el hambre y la sed iban a acosarnos a lo largo de nuestra vida. Y quiso ser él mismo nuestro alimento. El Señor Resucitado se identifica con ese pan y ese vino que aportamos al altar y así se convierte en Pan de Vida y Vino de salvación para nosotros. Nunca agradeceremos y aprovecharemos bastante la entrega eucarística de Jesús a los suyos.

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Señor, gracias por alimentarnos diariamente con el pan de tu Palabra. Gracias por el alimento y el pan de cada día, pero sobre todo gracias por el Pan de de tu Cuerpo y de tu Sangre. Haz que tengamos siempre hambre y sed de Ti. Amén

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Marcos 6, 30-34


Señor, haz que este momento de escucha de tu Palabra sea una ocasión de silencio interior y de encuentro contigo en la soledad de mi oración

Marcos 6, 30-34

30 Al volver los apóstoles a donde estaba Jesús, le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. 31 Jesús les dijo: «Vámonos aparte, a un lugar retirado, y descansarán un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba tiempo ni para comer. 32 Y se fueron solos en una barca a un lugar despoblado.
33 Pero la gente vio cómo se iban, y muchos cayeron en la cuenta y se dirigieron allá a pie. De todos los pueblos la gente se fue corriendo y llegaron antes que ellos.
34 Al desembarcar, Jesús vio toda aquella gente, y sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles largamente.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús

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a) La escena es muy humana y expresiva de los sentimientos de Jesús: Los apóstoles, a quienes había enviado de dos en dos a evangelizar, vuelven muy satisfechos. Cuentan los éxitos que han tenido en su salida apostólica. Jesús se da cuenta de que están cansados y de que lo que más necesitan en ese momento es un poco de descanso y un retiro con él, para reponer fuerzas y revisar su actuación. Ese es el plan que les propone.

Pero la gente se les adelantó y les salió al encuentro, porque adivinaron a dónde iban, y Jesús, cuando vio a la gente, «le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor», y se acabó el retiro que pensaban hacer: «y se puso a enseñarles con calma».

b) Podemos vernos reflejados en esta escena de varias maneras.

A lo largo de nuestras jornadas, en nuestro trabajo cosechamos algunos éxitos, seguramente mezclados con fracasos. Lo que les pasó a los apóstoles y al mismo Jesús, a quien no todos le hacían caso. Ojalá tengamos siempre a alguien con quien compartir lo vivido, que sepa escucharnos y con el que podamos hablar de nuestras varias experiencias, para revisar y remotivar lo que vamos haciendo.

Ojalá tengamos también la oportunidad de algún retiro: todos necesitamos un poco de paz en la vida, momentos de oración, de silencio, de retiro físico y espiritual, con el Maestro.

Además de que cada semana, el domingo está pensado para que sea un reencuentro sereno con Dios, con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás. El activismo nos agota y empobrece. El stress no es bueno, aunque sea el espiritual. Los apóstoles estaban llenos de «todo lo que habían hecho y enseñado». A veces dice el evangelio que «no tenían tiempo ni para comer». Necesitamos paz y serenidad. Cuando no hay equilibrio interior, todo son nervios y disminuye la eficacia humana y la evangelizadora.

A la vez, hay otro factor importante en nuestra vida: la caridad fraterna, la entrega a la misión que tengamos encomendada. A veces esta caridad se antepone al deseo del descanso o del retiro, como en el caso de Jesús y los suyos. Jesús conjuga bien el trabajo y la oración. Se dedica prioritariamente a la evangelización. Pero sabe buscar momentos de silencio y oración para sí y para los suyos, aunque en esta ocasión no haya sido con éxito.

Otra lección que nos da Jesús es que no parece tener prisa. No hace ver que le han estropeado el plan. «Se puso a enseñarles con calma». Porque vio que iban desorientados, como ovejas sin pastor. Tener tiempo para los demás, a pesar de que todos andamos escasos de tiempo y con mil cosas que hacer, es una finura espiritual que Jesús nos enseña con su ejemplo: tratar a cada persona que sale a nuestro encuentro como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

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La oración, Señor, no resulta tan fácil. Es preciso hacer silencio dentro de nosotros, retirarnos aparte, si no físicamente, sí al menos con el pensamiento y en lo que atañe a las preocupaciones.

Ayúdame, Señor, porque no sé buscar la soledad donde pueda estar solo contigo. No sé ni siquiera buscar el reposo, y el «tiempo libre» me dispersa en mil distracciones. Libérame tú, Señor, del apremio que supone tener siempre algo que hacer, del frenesí de estar siempre en medio de la gente, de la búsqueda extenuante de rumores y confusión. Ya no sabemos escuchar el silencio, y hasta en los templos, durante las celebraciones, llenamos todos los huecos de músicas y cantos.

Concédeme la capacidad de descubrir tu voz en las cosas pequeñas: en el reposo, en el sueño, cuando todo lo demás está en silencio y sólo tú puedes entrar en lo íntimo de los corazones. Amén

lunes, 7 de noviembre de 2016

Marcos 6, 14-29


Señor, queremos amar tu Palabra y proclamarla ante los demás, a ejemplo de Juan el Bautista.

Marcos 6, 14-19

14 El rey Herodes oyó hablar de Jesús, ya que su nombre se había hecho famoso. Algunos decían: «Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él poderes milagrosos.» 15 Otros decían: «Es Elías», y otros: «Es un profeta como los antiguos profetas». 16 Herodes, por su parte, pensaba: «Debe de ser Juan, al que le hice cortar la cabeza, que ha resucitado.»
17 En efecto, Herodes había mandado apresar a Juan y lo había encadenado en la cárcel por el asunto de Herodías, mujer de su hermano Filipo, con la que se había casado. 18 Pues Juan le decía: «No te está permitido tener a la mujer de tu hermano.» 19 Herodías lo odiaba y quería matarlo, pero no podía, 20 pues Herodes veía que Juan era un hombre justo y santo, y le tenía respeto. Por eso lo protegía, y lo escuchaba con gusto, aunque quedaba muy perplejo al oírlo.
21 Herodías tuvo su oportunidad cuando Herodes, el día de su cumpleaños, dio un banquete a sus nobles, a sus oficiales y a los personajes principales de Galilea. 22 En esa ocasión entró la hija de Herodías, bailó y gustó mucho a Herodes y a sus invitados. Entonces el rey dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» 23 Y le prometió con juramento: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.» 24 Salió ella a consultar a su madre: «¿Qué pido?» La madre le respondió: «La cabeza de Juan el Bautista.» 25 Inmediatamente corrió a donde estaba el rey y le dijo: «Quiero que ahora mismo me des la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja.»
26 El rey se sintió muy molesto, pero no quiso negárselo, porque se había comprometido con juramento delante de los invitados. 27 Ordenó, pues, a un verdugo que le trajera la cabeza de Juan. Este fue a la cárcel y le cortó la cabeza. 28 Luego, trayéndola en una bandeja, se la entregó a la muchacha y ésta se la pasó a su madre. 29 Cuando la noticia llegó a los discípulos de Juan, vinieron a recoger el cuerpo y lo enterraron.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús

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a) La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal.

Marcos nos presenta el motivo de su muerte: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».

Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer.

b) De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.

Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias».

Cuando fue el caso, denunció con coraje el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia!

Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos.

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Señor, hazme firme en la fe. Concédeme el coraje ante las dificultades. Hazme superar el respeto humano que me impide dar testimonio de ti frente al mundo.


Haz que no vacile ante el deber de elegir. El débil Herodes, la oportunista Herodías, la superficial Salomé, están muy cerca de mí: concédeme, Señor, la fuerza de ponerme de parte de Juan el Bautista, de parte de la verdadera vida. Haz que no tenga más que tu Palabra en mi corazón.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Marcos 6, 6-13


Señor, queremos hoy escuchar tu voz y que ella me comprometa a anunciar tu Palabra a los demás.

Marcos 6, 6-13

6 Jesús recorría todos los pueblos de los alrededores enseñando. 7 Llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. 8 Les ordenó que no llevaran nada para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni morral, ni dinero; 9 que llevaran calzado corriente y un solo manto.
10 Y les decía: «Quédense en la primera casa en que les den alojamiento, hasta que se vayan de ese sitio. 11 Y si en algún lugar no los reciben ni los escuchan, no se alejen de allí sin haber sacudido el polvo de sus pies: con esto darán testimonio contra ellos.»
12 Fueron, pues, a predicar, invitando a la conversión. 13 Expulsaban a muchos espíritus malos y sanaban a numerosos enfermos, ungiéndoles con aceite.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús

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a) El envío de los apóstoles a una misión evangelizadora, de dos en dos está sencillamente contado por Marcos, aunque con matices muy interesantes.

Les había elegido para que estuvieran con él y luego les pudiera enviar a misionar. Ya han convivido con él, le han escuchado, han aprendido: ahora les envía a que prediquen la Buena Nueva, con autoridad para expulsar demonios y con el aviso de que puede ser que en algunos lugares sí les reciban y en otros no. Les hace partícipes de su misión mesiánica. Se hace ayudar. Busca quien colabore en la tarea de la evangelización.

Para ello les recomienda un estilo de austeridad y pobreza -la pobreza «evangélica»-, de modo que no pongan énfasis en los medios humanos, económicos o técnicos, sino en la fuerza de Dios que él les transmite.

b) Los cristianos somos enviados en medio de este mundo a evangelizar. Dios no se sirve normalmente de ángeles ni de revelaciones directas. Es la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la obra salvadora de Cristo.

Como los doce apóstoles, que «estaban con Jesús», luego fueron a dar testimonio de Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, luego somos invitados a dar testimonio en la vida. Tal vez no individualmente, cada uno por su cuenta, sino con una cierta organización, de dos en dos, enviados y no tanto autoenviados.

También para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que vayamos a la misión más ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos demasiado en los medios humanos -que no habrá que descuidar, por otra parte- sino en la fe en Dios. Es Dios el que hace crecer, el que da vida a todo lo que hagamos nosotros.

Deberíamos dar ejemplo de la austeridad y pobreza que quería Jesús: todos deberían poder ver que no nos dedicamos a acumular «bastones, dinero, sandalias, túnicas». Que nos sentimos más peregrinos que instalados. Que, contando naturalmente con los medios que hacen falta para la evangelización del mundo, nos apoyamos sobre todo en la gracia de Dios y nuestra fe, sin buscar seguridades y prestigios humanos. Es el lenguaje que más fácilmente nos entenderá el mundo de hoy: la austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien.

También a nosotros, como a los apóstoles, y al mismo Cristo, en algunos lugares nos admitirán. En otros, no. Estamos avisados. Se nos ha anunciado la incomprensión y hasta la persecución. Pero no seguimos a Cristo porque nos haya prometido éxitos y aplausos fáciles. Sino porque estamos convencidos de que también para el mundo de hoy la vida que ofrece Cristo Jesús es la verdadera salvación y la puerta de la felicidad auténtica. No sólo queremos «salvarnos nosotros», sino colaborar para que todos, nuestros familiares y conocidos, se enteren y acepten el Reino de Dios en sus vidas.
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Señor, ayúdame a buscar en primer lugar tu voluntad. Libérame de las preocupaciones sofocantes de la vida cotidiana. Señor, me gustaría ser capaz de dar testimonio de ti, de llevar tu Palabra a los hombres en el mundo en el que vivo. Pero me atosigan las dificultades, tengo demasiado miedo a no salir bien del envite, soy tímido y me falta seguridad. Hazme comprender que el éxito no depende de mis capacidades, sino de tu voluntad. Amén

jueves, 3 de noviembre de 2016

Marcos 6, 1-6



Señor, abre nuestros oídos a la escucha de tu Palabra. Queremos aceptarte a ti mismo a través de tu Palabra. Dame un corazón sencillo para aceptarte.


Marcos 6, 1-6

1 Al irse Jesús de allí, volvió a su tierra, y sus discípulos se fueron con él. 2 Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga y mucha gente lo escuchaba con estupor. Se preguntaban: «¿De dónde le viene todo esto? ¿Y qué pensar de la sabiduría que ha recibido, con esos milagros que salen de sus manos? 3 Pero no es más que el carpintero, el hijo de María; es un hermano de Santiago, de Joset, de Judas y Simón. ¿Y sus hermanas no están aquí entre nosotros?» Se escandalizaban y no lo reconocían.
4 Jesús les dijo: «Si hay un lugar donde un profeta es despreciado, es en su tierra, entre sus parientes y en su propia familia.» 5 Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. 6 Jesús se admiraba de cómo se negaban a creer.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús.

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a) A partir de aquí, y durante tres capítulos, Marcos nos va a ir presentando cómo reaccionan ante la persona de Jesús sus propios discípulos. Antes habían sido los fariseos y luego el pueblo en general: ahora, los más allegados.

De nuevo se ve que Jesús no tiene demasiado éxito entre sus familiares y vecinos de Nazaret. Sí, admiran sus palabras y no dejan de hablar de sus curaciones milagrosas. Pero no aciertan a dar el salto: si es el carpintero, «el hijo de María» y aquí tiene a sus hermanos, ¿cómo se puede explicar lo que hace y lo que dice? «Y desconfiaban de él». No llegaron a dar el paso a la fe: «Jesús se extrañó de su falta de fe». Tal vez si hubiera aparecido como un Mesías más guerrero y político le hubieran aceptado.

Se cumple una vez más lo de que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron», o como lo expresa Jesús: «nadie es profeta en su tierra». El anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.

Lo de llamar «hermanos» a Santiago, José, Judas y Simón, nos dicen los expertos que en las lenguas semitas puede significar otros grados de parentesco, por ejemplo primos. De dos de ellos nos dirá más adelante Marcos (15,40) quién era su madre, que también se llamaba María.

b) Equivalentemente, nosotros somos ahora «los de su casa», los más cercanos al Señor, los que escuchamos su Palabra. ¿Puede hacer «milagros» porque en verdad creemos en él, o se puede extrañar de nuestra falta de fe y no hacer ninguno? ¿No es verdad que algunas veces otras personas más alejadas de la fe nos podrían ganar en generosidad y en entrega?

La excesiva familiaridad y la rutina son enemigas del aprecio y del amor. Nos impiden reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de su presencia: en los acontecimientos, en la naturaleza, en los ejemplos de las personas que viven con nosotros, a veces muy sencillas e insignificantes según el mundo, pero ricas en dones espirituales y verdaderos «profetas» de Dios.

Tal vez podemos defendernos de tales testimonios como los vecinos de Nazaret, con un simple: «¿Pero no es éste el carpintero?», y seguir tranquilamente nuestro camino. ¿Cómo podía hablar Dios a los de Nazaret por medio de un obrero humilde, sin cultura, a quien además conocen desde hace años? ¿Cómo puede el «hijo de María» ser el Mesías?

Es algo parecido a lo que sucede en los que no acaban de aceptar la figura de la Virgen María tal como aparece en las páginas del evangelio, sencilla, mujer de pueblo, sin milagros, experta en dolor, presente en los momentos más críticos y no en los gloriosos y espectaculares. Prefieren milagros y apariciones: mientras que Dios nos habla a través de las cosas de cada día y de las personas más humildes. La figura evangélica de María es la más recia y la más cercana a nuestra vida, si la sabemos leer bien.
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Señor, perdona mi falta de confianza en ti. No haces prodigios para mí porque yo, como los nazarenos, no creo en ti. Ayúdame, Señor. Tú no estás lejos de mí: soy yo el que estoy lejos de mí mismo y de ti. Aumenta mi fe en ti. Amén

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Marcos 5, 21-43


Señor, hoy deseamos que tu Palabra sanadora y vivificadora nos robustezca en nuestras debilidades y nos dé aliento de vida en nuestro caminar

Marcos 5, 21-43

21 Jesús, entonces, atravesó el lago, y al volver a la otra orilla, una gran muchedumbre se juntó en la playa en torno a él. 22 En eso llegó un oficial de la sinagoga, llamado Jairo, y al ver a Jesús, se postró a sus pies 23 suplicándole: «Mi hija está agonizando; ven e impón tus manos sobre ella para que se mejore y siga viviendo.»
24 Jesús se fue con Jairo; estaban en medio de un gran gentío, que lo oprimía. 25 Se encontraba allí una mujer que padecía un derrame de sangre desde hacía doce años. 26 Había sufrido mucho en manos de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía, pero en lugar de mejorar, estaba cada vez peor. 27 Como había oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto. 28 La mujer pensaba: «Si logro tocar, aunque sólo sea su ropa, sanaré.» 29 Al momento cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba sana.
30 Pero Jesús se dio cuenta de que un poder había salido de él, y dándose vuelta en medio del gentío, preguntó: «¿Quién me ha tocado la ropa?» 31 Sus discípulos le contestaron: «Ya ves cómo te oprime toda esta gente ¿y preguntas quién te tocó?» 32 Pero él seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. 33 Entonces la mujer, que sabía muy bien lo que le había pasado, asustada y temblando, se postró ante él y le contó toda la verdad.
34 Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu enfermedad.»
35 Jesús estaba todavía hablando cuando llegaron algunos de la casa del oficial de la sinagoga para informarle: «Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar ya al Maestro?» 36 Jesús se hizo el desentendido y dijo al oficial: «No tengas miedo, solamente ten fe.» 37 Pero no dejó que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
38 Cuando llegaron a la casa del oficial, Jesús vio un gran alboroto: unos lloraban y otros gritaban. 39 Jesús entró y les dijo: «¿Por qué este alboroto y tanto llanto? La niña no está muerta, sino dormida.»
40 Y se burlaban de él. Pero Jesús los hizo salir a todos, tomó consigo al padre, a la madre y a los que venían con él, y entró donde estaba la niña. 41 Tomándola de la mano, dijo a la niña: «Talitá kumi», que quiere decir: «Niña, te lo digo, ¡levántate!»
42 La jovencita se levantó al instante y empezó a caminar (tenía doce años). ¡Qué estupor más grande! Quedaron fuera de sí. 43 Pero Jesús les pidió insistentemente que no lo contaran a nadie, y les dijo que dieran algo de comer a la niña.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús.

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a) En la página evangélica de hoy se nos cuentan dos milagros de Jesús intercalados el uno en el otro: cuando va camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- cura a la mujer que padece flujos de sangre. Son dos escenas muy expresivas del poder salvador de Jesús. Ha llegado el Reino prometido. Está ya actuando la fuerza de Dios, que a la vez se encuentra con la fe que tienen estas personas en Jesús.

El jefe de la sinagoga le pide que cure a su hija. En efecto, la tomó de la mano y la resucitó, ante el asombro de todos. La escena termina con un detalle bien humano: «y les dijo que dieran de comer a la niña».

La mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y le toca el borde del manto. Jesús «notó que había salido fuerza de él» y luego dirigió unas palabras amables a la mujer a la que acababa de curar.

En las dos ocasiones Jesús apela a la fe, no quiere que las curaciones se consideren como algo mágico: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».

b) Jesús, el Señor, sigue curando y resucitando. Como entonces, en tierras de Palestina, sigue enfrentándose ahora con dos realidades importantes: la enfermedad y la muerte.

Todo dependerá de si tenemos fe. La acción salvadora de Cristo está siempre en acto.

Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dice: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a Jesús y pedirle humilde y confiadamente que nos cure.

Ante las dos realidades que tanto nos preocupan, la Iglesia debe anunciar la respuesta positiva de Cristo. La enfermedad, como experiencia de debilidad. y la muerte, como el gran interrogante, tienen en Cristo, no una solución del enigma, pero sí un sentido profundo. Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida. Eso se nos ha revelado en Cristo Jesús. Y sigue en pie la promesa de Jesús: «El que cree en mi, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».

Puede ser útil recordar el proceso de la buena mujer que se acerca a Jesús. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar el manto de Jesús. ¿Es una actitud en que mezcla su fe con un poco de superstición? Pero Jesús no la rechaza porque esté mal preparada. Convierte el gesto en un encuentro humano y personal, la atiende a pesar de que todos la consideran «impura» y le concede su curación.

Los cristianos tendríamos que aprender esta actitud de Jesús Buen Pastor, que con amable acogida, ayuda a todos a encontrarse con la salvación de Dios, estén o no al principio bien preparados.

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Señor, pon en mis labios la invocación silenciosa de la mujer enferma. Pon en mi corazón su confianza: basta con tocar tu manto para curar. Concédeme la humildad de Jairo. Escucha las palabras que no sé decirte. Haz, Señor, que no busque grandes cosas, sino sólo la paz de tu reino. Amén

martes, 1 de noviembre de 2016

Marcos 5, 1-20


Espíritu Santo, concédenos el don del entendimiento para que descubramos las riquezas de tus enseñanzas en la Palabra revelada. Que esa Palabra nos libere de nuestras ataduras y pecados.

Marcos 5, 1-20

1 Llegaron a la otra orilla del lago, que es la región de los gerasenos. 2 Apenas había bajado Jesús de la barca, un hombre vino a su encuentro, saliendo de entre los sepulcros, pues estaba poseído por un espíritu malo.
3 El hombre vivía entre los sepulcros, y nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas. 4 Varias veces lo habían amarrado con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie lograba dominarlo. 5 Día y noche andaba por los cerros, entre los sepulcros, gritando y lastimándose con piedras.
6 Al divisar a Jesús, fue corriendo y se echó de rodillas a sus pies. 7 Entre gritos le decía: «¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! Te ruego por Dios que no me atormentes.» 8 Es que Jesús le había dicho: «Espíritu malo, sal de este hombre.» 9 Cuando Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?», contestó: «Me llamo Multitud, porque somos muchos.» 10 Y rogaban insistentemente a Jesús que no los echara de aquella región.
11 Había allí una gran piara de cerdos comiendo al pie del cerro. 12 Los espíritus le rogaron: «Envíanos a esa piara y déjanos entrar en los cerdos.» Y Jesús se lo permitió. 13 Entonces los espíritus impuros salieron del hombre y entraron en los cerdos; en un instante las piaras se arrojaron al agua desde lo alto del acantilado y todos los cerdos se ahogaron en el lago. 14 Los cuidadores de los cerdos huyeron y contaron lo ocurrido en la ciudad y por el campo, de modo que toda la gente fue a ver lo que había sucedido.
15 Se acercaron a Jesús y vieron al hombre endemoniado, el que había estado en poder de la Multitud, sentado, vestido y en su sano juicio. Todos se asustaron. 16 Los testigos les contaron lo ocurrido al endemoniado y a los cerdos, 17 y ellos rogaban a Jesús que se alejara de sus tierras.
18 Cuando Jesús subía a la barca, el hombre que había tenido un demonio le pidió insistentemente que le permitiera irse con él. 19 Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti.» 20 El hombre se fue y empezó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos quedaban admirados.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús

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a) Después de calmar la tempestad en la escena de ayer, esta vez el milagro de Jesús sucede en territorio pagano, Gerasa o Gadara: libera a un enfermo de su posesión diabólica. Se acumulan los detalles que simbolizan el poder del mal: en tierra extranjera, un enfermo poseído por el demonio, que habita entre tumbas, y el destino de la legión de demonios a los cerdos, los animales inmundos por excelencia para los judíos.

Seguramente quiere subrayar que Jesús es el dominador del mal o del maligno. En su primer encuentro con paganos -abandona la tierra propia y se aventura al extranjero en una actitud misionera- Jesús libera al hombre de sus males corporales y anímicos. Parece menos importante el curioso final de la piara de cerdos y la consiguiente petición de los campesinos de que abandone sus tierras este profeta que hace cosas tan extrañas.

b) La Iglesia ha sido encargada de continuar este poder liberador, la lucha y la victoria contra todo mal. Para eso anuncia la Buena Nueva y celebra los sacramentos, que nos comunican la vida de Cristo y nos reconcilian con Dios. A veces esto lo tiene que hacer en terreno extraño: con valentía misionera, adentrándose entre los paganos, como Jesús, o dirigiéndose a los neopaganos del mundo de hoy. También con los marginados, a los que Jesús no tenía ningún reparo en acercarse y tratar, para transmitirles su esperanza y su salvación. Después del encuentro con Jesús, el enfermo de Gerasa quedó «sentado, vestido y en su juicio».

Todos necesitamos ser liberados de la legión de malas tendencias que experimentamos: orgullo, sensualidad, ambición, envidia, egoísmo, violencia, intolerancia, avaricia, miedo.

Jesús quiere liberarnos de todo mal que nos aflige, si le dejamos. ¿De veras queremos ser salvados? ¿Decimos con seriedad la petición: «líbranos del mal»? ¿O tal vez preferimos no entrar en profundidades y le pedimos a Jesús que pase de largo en nuestra vida?

En Gerasa los demonios le obedecieron, como le obedecían las fuerzas de la naturaleza. Pero los habitantes del país, por intereses económicos, le pidieron que se marchara. El único que puede resistirse a Cristo es siempre la persona humana, con su libertad. ¿Nos resistimos nosotros, o nos dejamos liberar de nuestros demonios?
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Ayúdame y libérame, Señor, de mis cadenas, no de las que puedo romper en un ímpetu de rabia, sino de esas otras interiores del pecado, que tal vez no consigo reconocer ni siquiera ver, pero que son el verdadero enemigo de quien sólo tú me salvas. Amén