miércoles, 2 de noviembre de 2016

Marcos 5, 21-43


Señor, hoy deseamos que tu Palabra sanadora y vivificadora nos robustezca en nuestras debilidades y nos dé aliento de vida en nuestro caminar

Marcos 5, 21-43

21 Jesús, entonces, atravesó el lago, y al volver a la otra orilla, una gran muchedumbre se juntó en la playa en torno a él. 22 En eso llegó un oficial de la sinagoga, llamado Jairo, y al ver a Jesús, se postró a sus pies 23 suplicándole: «Mi hija está agonizando; ven e impón tus manos sobre ella para que se mejore y siga viviendo.»
24 Jesús se fue con Jairo; estaban en medio de un gran gentío, que lo oprimía. 25 Se encontraba allí una mujer que padecía un derrame de sangre desde hacía doce años. 26 Había sufrido mucho en manos de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía, pero en lugar de mejorar, estaba cada vez peor. 27 Como había oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto. 28 La mujer pensaba: «Si logro tocar, aunque sólo sea su ropa, sanaré.» 29 Al momento cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba sana.
30 Pero Jesús se dio cuenta de que un poder había salido de él, y dándose vuelta en medio del gentío, preguntó: «¿Quién me ha tocado la ropa?» 31 Sus discípulos le contestaron: «Ya ves cómo te oprime toda esta gente ¿y preguntas quién te tocó?» 32 Pero él seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. 33 Entonces la mujer, que sabía muy bien lo que le había pasado, asustada y temblando, se postró ante él y le contó toda la verdad.
34 Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu enfermedad.»
35 Jesús estaba todavía hablando cuando llegaron algunos de la casa del oficial de la sinagoga para informarle: «Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar ya al Maestro?» 36 Jesús se hizo el desentendido y dijo al oficial: «No tengas miedo, solamente ten fe.» 37 Pero no dejó que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
38 Cuando llegaron a la casa del oficial, Jesús vio un gran alboroto: unos lloraban y otros gritaban. 39 Jesús entró y les dijo: «¿Por qué este alboroto y tanto llanto? La niña no está muerta, sino dormida.»
40 Y se burlaban de él. Pero Jesús los hizo salir a todos, tomó consigo al padre, a la madre y a los que venían con él, y entró donde estaba la niña. 41 Tomándola de la mano, dijo a la niña: «Talitá kumi», que quiere decir: «Niña, te lo digo, ¡levántate!»
42 La jovencita se levantó al instante y empezó a caminar (tenía doce años). ¡Qué estupor más grande! Quedaron fuera de sí. 43 Pero Jesús les pidió insistentemente que no lo contaran a nadie, y les dijo que dieran algo de comer a la niña.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús.

---------------------------------

a) En la página evangélica de hoy se nos cuentan dos milagros de Jesús intercalados el uno en el otro: cuando va camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- cura a la mujer que padece flujos de sangre. Son dos escenas muy expresivas del poder salvador de Jesús. Ha llegado el Reino prometido. Está ya actuando la fuerza de Dios, que a la vez se encuentra con la fe que tienen estas personas en Jesús.

El jefe de la sinagoga le pide que cure a su hija. En efecto, la tomó de la mano y la resucitó, ante el asombro de todos. La escena termina con un detalle bien humano: «y les dijo que dieran de comer a la niña».

La mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y le toca el borde del manto. Jesús «notó que había salido fuerza de él» y luego dirigió unas palabras amables a la mujer a la que acababa de curar.

En las dos ocasiones Jesús apela a la fe, no quiere que las curaciones se consideren como algo mágico: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».

b) Jesús, el Señor, sigue curando y resucitando. Como entonces, en tierras de Palestina, sigue enfrentándose ahora con dos realidades importantes: la enfermedad y la muerte.

Todo dependerá de si tenemos fe. La acción salvadora de Cristo está siempre en acto.

Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dice: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a Jesús y pedirle humilde y confiadamente que nos cure.

Ante las dos realidades que tanto nos preocupan, la Iglesia debe anunciar la respuesta positiva de Cristo. La enfermedad, como experiencia de debilidad. y la muerte, como el gran interrogante, tienen en Cristo, no una solución del enigma, pero sí un sentido profundo. Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida. Eso se nos ha revelado en Cristo Jesús. Y sigue en pie la promesa de Jesús: «El que cree en mi, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».

Puede ser útil recordar el proceso de la buena mujer que se acerca a Jesús. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar el manto de Jesús. ¿Es una actitud en que mezcla su fe con un poco de superstición? Pero Jesús no la rechaza porque esté mal preparada. Convierte el gesto en un encuentro humano y personal, la atiende a pesar de que todos la consideran «impura» y le concede su curación.

Los cristianos tendríamos que aprender esta actitud de Jesús Buen Pastor, que con amable acogida, ayuda a todos a encontrarse con la salvación de Dios, estén o no al principio bien preparados.

---------------------------------


Señor, pon en mis labios la invocación silenciosa de la mujer enferma. Pon en mi corazón su confianza: basta con tocar tu manto para curar. Concédeme la humildad de Jairo. Escucha las palabras que no sé decirte. Haz, Señor, que no busque grandes cosas, sino sólo la paz de tu reino. Amén

No hay comentarios:

Publicar un comentario