domingo, 31 de agosto de 2014

El Espíritu del Señor está sobre mí


San Lucas 4,16-30


«Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito: 

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor."

Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los que estaban allí tenían la vista fija en él. Él comenzó a hablar, diciendo: 

—Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír. 

Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas que decía. 

Se preguntaban: 

—¿No es éste el hijo de José? 

Jesús les respondió: 

—Seguramente ustedes me dirán este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo.” Y además me dirán: “Lo que oímos que hiciste en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu propia tierra.” 

Y siguió diciendo: 

—Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. Verdaderamente, había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país; pero Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón. También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero no fue sanado ninguno de ellos, sino Naamán, que era de Siria. 

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enojaron mucho. Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús, llevándolo a lo alto del monte sobre el cual el pueblo estaba construido, para arrojarlo abajo desde allí. Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.»

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor, Jesús 


a) Vamos a leer desde hoy hasta el final del Año Cristiano, a las puertas del Adviento, al evangelista Lucas.


Empezamos con su capítulo cuarto, porque en Adviento y Navidad ya lo hicimos con los tres primeros: la anunciación, el nacimiento, la infancia de Jesús y su Bautismo en el Jordán.


Y empezamos con una escena bien significativa, programática, que se puede decir que da sentido a todo el ministerio mesiánico de Jesús: su primera predicación en la sinagoga de su pueblo Nazaret.


Una escena densa, muy bien narrada por Lucas, con una serie de detalles significativos:


- la costumbre de ir a la sinagoga todos los sábados,


- el pasaje de Isaías lo recuerda Lucas, porque es como el programa mesiánico de Jesús.  "el Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para dar la libertad a los oprimidos... para anunciar el año de gracia del Señor";


- el comentario es del mismo Jesús (sentado), con unas primeras palabras que son como la definición de lo que es una homilía: "hoy se cumple esta Escritura que acaban de oir";


- las primeras reacciones de admiración y aprobación por parte de sus paisanos,


- que, sin embargo, quedan bloqueados en su camino de fe porque conocen demasiado a Jesús: "¿no es éste el hijo de José?";


- la queja de Jesús sobre esta falta de fe, comparada con la acogida que ha encontrado en otros pueblos; cita dos refranes o dichos de la época: "médico, cúrate a ti mismo", y "ningún profeta es bien mirado en su tierra";


- la segunda reacción, esta vez de ira, ante estas palabras, hasta el punto de querer acabar con él despeñándolo por el barranco;


- pero Jesús "se abrió paso entre ellos y se alejaba".


b) Jesús aparece desde la primera página como el Enviado de Dios, su Ungido, el lleno del Espíritu. Y aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.


Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. "Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres".  Es un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. ¿Es éste también el programa de su comunidad, o sea, de nosotros? ¿se puede decir que estamos anunciando la buena noticia a los pobres? ¿y somos nosotros mismos esos pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?


La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio, acabando en la cruz. Y también de lo que pasará a su Iglesia a lo largo de los siglos, como muy bien se encargó de describir el mismo Lucas en su libro de los Hechos. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección. Pero, mientras tanto, no nos extraña que fracasen muchos de nuestros esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones.


Jesús es en verdad el "año de gracia" que Dios ha preparado para la humanidad, al enviarlo como salvador y "evangelizador". Ojalá también nosotros le miremos como sus paisanos al principio: "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él". 


"Hoy se cumple esta Escritura". Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal y la homilía deben buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación.


c) Señor, yo sé que el Padre ha enviado su Espíritu y me ayuda en mi vida cotidiana a seguir el Plan que tiene para mí. Ayúdame a no temer ser un profeta que anuncie tu amor al mundo y transmita la esperanza a tantos que la necesitan. Dame fortaleza y valentía para optar siempre por Ti.


jueves, 28 de agosto de 2014

Martirio de Juan el Bautista


San Marcos 6,17-29


«En aquel tiempo Herodes había mandado arrestar a Juan, y lo había hecho encadenar en la cárcel. Herodías era esposa de Filipo, hermano de Herodes, pero Herodes se había casado con ella. Y Juan había dicho a Herodes: "No debes tener como tuya a la mujer de tu hermano." Herodías odiaba por eso a Juan, y quería matarlo; pero no podía, porque Herodes le tenía miedo, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Y aunque al oírlo se quedaba sin saber qué hacer, Herodes escuchaba a Juan de buena gana. Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y el baile gustó tanto a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha: 

—Pídeme lo que quieras, y te lo daré. Y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuera la mitad del país que él gobernaba. 

Ella salió, y le preguntó a su madre: ¿Qué pediré? 

Le contestó: Pídele la cabeza de Juan el Bautista. La muchacha entró de prisa donde estaba el rey, y le dijo: 

—Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. El rey se puso muy triste; pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que le pedía. Así que mandó en seguida a un soldado con la orden de llevarle la cabeza de Juan. Fue el soldado a la cárcel, le cortó la cabeza a Juan y se la llevó en un plato. Se la dio a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. 

Cuando los seguidores de Juan lo supieron, recogieron el cuerpo y se lo llevaron a enterrar.»

Palabra del Señor 

Gloria a Ti, Señor, Jesús 


a) Celebramos hoy la memoria de san Juan Bautista, el que nació, vivió y murió para anunciar y señalar con el dedo al Mesías. Su vida no tendría sentido sin la de Jesús, y su muerte tampoco. Al recordar hoy el desenlace de su vida, su martirio, celebramos sobre todo su misma persona, su integridad personal, que hizo exclamar a Jesús: “Entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan” (Lc 7,28).

San Juan fue mártir, aunque no por confesar a Cristo directamente, sino por ser testigo de la verdad, primero, y de la Verdad de Jesús, después. Todo un modelo del testimonio que la mayoría de nosotros estamos llamados a ofrecer. 


Herodes Antipas era un rey débil y contradictorio. Por una parte, “respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo”, y, simultáneamente, “lo había mandado prender y lo había metido en la cárcel encadenado”. ¿Cómo compaginaba Herodes el respeto con el encarcelamiento del inocente? Son contradicciones que, a veces, tenemos los humanos. Y, en el caso de Herodes, hubo mediaciones que facilitaron su actuación. El Bautista había denunciado su situación matrimonial irregular, y esta denuncia motivó que Herodías, “mujer de su hermano Filipo con la que Herodes se había casado”, aborreciera a Juan y quisiera matarlo.


La ocasión para Herodías llegó cuando Herodes juró a la hija de Herodías lo que nunca tenía que haber jurado, y ésta ofreció a su madre lo que nunca tenía que haber ofrecido; ésta, a su vez, aconsejó a su hija lo que nunca tenía que haber pedido, y el rey mandó ejecutar el deseo de la joven que, aunque lo hubiera jurado, nunca tenía que haber cumplido.


b) De Juan aprendemos, en particular, reciedumbre de carácter, todo lo contrario de Herodes, y coherencia de vida. Vivía como predicaba, y comía y vestía en consonancia con lo que decía. Nadie pudo encontrar en él doblez alguna. Era un hombre de una pieza. Hasta encontrarse con Jesús tiene discípulos; una vez que lo señala no tiene problema alguno en decir a sus discípulos que sigan a Jesús, porque su papel ya está cumplido.


Fue un hombre austero, íntegro y honrado. Su misión fue dar testimonio de la Verdad y, por ella y por él, predicar las verdades con minúscula a soldados, devotos, pecadores, reyes, a todos para que todos pudieran llegar y alcanzar la Verdad hecha carne. Y por amor a la verdad y denunciar la mentira fue encarcelado, encadenado y, finalmente, decapitado.

El martirio de Juan nos invita a intentar vivir, y si fuera necesario morir, dando testimonio de Cristo, con palabras –que si son verdaderas siempre denuncian- y con la vida, que hará creíbles nuestras palabras.


c) Señor, el que saltó de gozo en el vientre de su madre en testimonio de tu presencia dentro de María, termina su vida con el martirio en testimonio de la Verdad. Juan me enseña a ser testigo tuyo en los momentos de gozo y en circunstancias de sufrimiento, hasta la muerte. Siempre a tu lado, siempre de tu parte. Amén 


miércoles, 27 de agosto de 2014

¡Manténganse despiertos!


San Mateo 24,42-51


«Manténganse ustedes despiertos, porque no saben qué día va a venir su Señor. Pero sepan esto, que si el dueño de una casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto y no dejaría que nadie se metiera en su casa a robar. Por eso, ustedes también estén preparados; porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen. 

¿Quién es el criado fiel y atento, a quien su amo deja encargado de los de su casa, para darles de comer a su debido tiempo? Dichoso el criado a quien su amo, cuando llega, lo encuentra cumpliendo con su deber. Les aseguro que el amo lo pondrá como encargado de todos sus bienes. Pero si ese criado es un malvado, y pensando que su amo va a tardar comienza a maltratar a los otros criados, y se junta con borrachos a comer y beber, el día que menos lo espere y a una hora que no sabe, llegará su amo y lo castigará, condenándolo a correr la misma suerte que los hipócritas. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.»

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor, Jesús 


a) Nos quedan tres días de lectura del evangelio de san Mateo. Y los tres tienen un mismo tema: el discurso "escatológico" de Jesús, el quinto y último de los que Mateo nos ofrece en su evangelio, organizando los dichos de Jesús.


El discurso escatológico se refiere a los acontecimientos finales y, en concreto, a la actitud de vigilancia que debemos tener respecto a la venida última de Jesús.


Hoy nos lo dice con dos comparaciones muy expresivas: el ladrón puede venir en cualquier momento, sin avisar previamente; el amo puede regresar a la hora en que los criados menos se lo esperan. En ambos casos, la vigilancia hará que el ladrón o el amo nos encuentren preparados.


b) ¡Qué bueno que nos recomienden la vigilancia en nuestra vida!


No es que sea inminente el fin del mundo, con la aparición gloriosa de Cristo. Ni que necesariamente esté próxima nuestra muerte. Pero es que la venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos hace estar preparados para la otra, la definitiva. Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado: ¿desperdiciamos nosotros otras ocasiones de encuentro con el Señor?


El estudiante estudia desde el principio de curso. El deportista se esfuerza desde que empieza la etapa o el campeonato. El campesino piensa en el resultado final ya desde la siembra. Aunque no sean inminentes ni el examen ni la meta definitiva ni la cosecha. No es de insensatos pensar en el futuro. Es de sabios. Día a día se trabaja el éxito final. Día a día se vive el futuro y, si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final.


"Manténganse despiertos": buena consigna para la Iglesia, pueblo peregrino, pueblo en marcha, que camina hacia la Venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y a dónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo o de los acontecimientos, que no se quedan adormecidos por el camino.


Estar en vela no significa vivir con temor, ni menos con angustia, pero sí con seriedad. Porque todos queremos escuchar, al final, las palabras de Jesús: "muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor".


c) Señor Jesús, te doy gracias por el don de la Fe. Te agradezco de todo corazón por ayudarme a creer en Ti, que eres la única Palabra de vida Eterna. Ayúdame a mantenerme siempre en vela como el siervo fiel, para que con humildad y paciencia, pueda avanzar cada vez más en mi camino de santidad.



martes, 26 de agosto de 2014

Sepulcros blanqueados


San Mateo 23,27-32


«¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados, bien arreglados por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muertos y de toda clase de impureza. Así son ustedes: por fuera aparentan ser gente honrada, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan los monumentos de los justos, y luego dicen: “Si nosotros hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos tomado parte en la muerte de los profetas.” Ya con esto, ustedes mismos reconocen que son descendientes de los que mataron a los profetas. ¡Terminen de hacer, pues, lo que sus antepasados comenzaron.»

Palabra del Señor 

Gloria a Ti, Señor, Jesús 


Dos acusaciones más de Jesús contra los fariseos, con los que terminamos esta serie, nada halagadora para las clases dirigentes de Israel.


Según él, esos letrados y fariseos hipócritas se parecen a "sepulcros blanqueados", por fuera "con buena apariencia", pero por dentro "llenos de podredumbre". Los sepulcros se blanqueaban, entre otras cosas, para que se pudieran distinguir bien y no tocarlos, porque eso dejaba impura a la persona.


Además, los fariseos levantan mausoleos o adornan los sepulcros de los profetas muertos por sus antepasados: pero ellos mismos rechazan a los profetas vivientes, y están a punto de asesinar al enviado de Dios, con lo que van a "terminar de hacer lo que sus antepasados comenzaron".


Jesús sigue fustigando el pecado de hipocresía: aparecer por fuera lo que no se es por dentro. Como había condenado los árboles que sólo tienen apariencia y no dan fruto, aquí desautoriza a las personas que cuidan su buena opinión ante los demás, pero dentro están llenos de maldad.


¿Se nos podría achacar algo de esto? ¿no andamos preocupados por lo que los demás piensan de nosotros, cuando en lo que tendríamos que trabajar es en mejorar nuestro interior, en la presencia de Dios, a quien no podemos engañar? ¿es auténtica o falsa nuestra apariencia de piedad? ¿seria muy exagerado tacharnos de "sepulcros blanqueados"?


También conviene que nos evaluemos en el otro aspecto que Jesús denuncia: ¿somos de las personas que, de palabra, se distancian de los malos, como los fariseos de sus antepasados ("nosotros no hubiéramos hecho eso de ninguna manera"), pero en realidad somos tan malos o peores que ellos, cuando se nos presenta la ocasión? Se podría decir algo así de la Iglesia, que denuncia, y con razón, los defectos de la sociedad, pero que puede caer en las mismas faltas que critica, como la ambición o la violencia o el interés por el poder? Y también de cada uno de nosotros, los "buenos", siempre tentados de creernos los mejores, los perfectos, cuando en realidad tal vez somos espiritualmente más pobres que los que tenemos por alejados o no creyentes.


Te agradezco Señor por mostrarme la importancia de ser auténtico y coherente. No permitas que viva la hipocresía de los fariseos que sólo aparentaban amar a Dios exteriormente, pero no lo amaban con todo el corazón. Te pido Señor, que tanto mi interior como todos mis actos reflejen siempre mi amor por Ti.



lunes, 25 de agosto de 2014

Limpia primero por dentro el vaso y así quedará limpio por fuera


San Mateo 23,23-26


«¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que separan para Dios la décima parte de la menta, del anís y del comino, pero no hacen caso de las enseñanzas más importantes de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que deben hacer, sin dejar de hacer lo otro. ¡Ustedes, guías ciegos, cuelan el mosquito, pero se tragan el camello! 

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que limpian por fuera el vaso y el plato, pero no les importa llenarlos con el robo y la avaricia. ¡Fariseo ciego: primero limpia por dentro el vaso, y así quedará limpio también por fuera!»

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesús 


Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena.


Jesús se lo echa en cara: "pagan el diezmo de la menta... y descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad". De un modo muy expresivo les dice: "cuelan el mosquito, pero se tragan el camello". El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf. Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida.


Otra de las acusaciones contra los fariseos es que "limpian por fuera el vaso y el plato, pero no les importa llenarlos con el robo y la avaricia". Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.


Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros.


En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia?


Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: "esto es lo que habría que practicar (lo de la justicia, la misericordia y la fidelidad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)". A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes.


También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de "robo y desenfreno". Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro, el corazón lo tenemos impresentable.


Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús.


Señor, hoy quiero pedirte perdón por la veces en la que me he mostrado como los maestros de la Ley y los fariseos hipócritas: cuando he cambiado lo esencial por lo marginal, lo importante por lo urgente, el ser por el parecer. Perdón por las ocasiones en la que me he preocupado más de lo exterior, olvidando la pureza y la belleza interior. Dame la gracia de ser justo, misericordioso y fiel, sin descuidar las cosas pequeñas. Que sea, como lo fuiste tu, de una pieza ante Ti y ante mía hermanos. Amén 




domingo, 24 de agosto de 2014

¡Ay de ustedes, guías ciegos!


San Mateo 23,13-22


«¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que cierran la puerta del reino de los cielos para que otros no entren. Y ni ustedes mismos entran, ni dejan entrar a los que quieren hacerlo.

¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que recorren tierra y mar para ganar un adepto, y cuando lo han logrado, hacen de él una persona dos veces más merecedora del infierno que ustedes mismos. 

¡Ay de ustedes, guías ciegos!, que dicen: “Quien hace una promesa jurando por el templo, no se compromete a nada; pero si jura por el oro del templo, entonces sí queda comprometido.” 

¡Tontos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro, o el templo por cuya causa el oro queda consagrado? 

También dicen ustedes: “Quien hace una promesa jurando por el altar, no se compromete a nada; pero si jura por la ofrenda que está sobre el altar, entonces sí queda comprometido.” ¡Ciegos! ¿Qué es más importante: la ofrenda, o el altar por cuya causa la ofrenda queda consagrada? El que jura por el altar, no está jurando solamente por el altar, sino también por todo lo que hay encima; y el que jura por el templo, no está jurando solamente por el templo, sino también por Dios, que vive allí. Y el que jura por el cielo, está jurando por el trono de Dios, y a la vez por Dios, que se sienta en él.»

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor, Jesús 


Los ataques de Jesús contra los fariseos empezamos a leerlos el sábado pasado ("no hacen lo que dicen") y van a continuar durante tres días, con una serie de lamentaciones que les descalifican: "ay de ustedes..."


Las acusaciones de Jesús son muy directas:


- no entran en el Reino, ni dejan entrar a los demás: porque no quieren reconocer al que es la Puerta, Jesús, y atosigan al pueblo con interpretaciones rigoristas;


- con el pretexto de oraciones, "devoran los bienes de las viudas";


- hacen proselitismo, pero cuando encuentran a una persona dispuesta, no la convierten a Dios, sino a sus propias opiniones;


- caen en una casuística inútil, por ejemplo, sobre los juramentos, perdiendo el tiempo y angustiando a los fieles con cosas que no tienen importancia.


Son "guías ciegos y necios". Mal van a poder conducir al pueblo.


Con las personas normales, por débiles y pecadoras que sean, Jesús no se suele mostrar tan duro. Pero sí, con los que son -deberían ser- guías del pueblo, o constituidos en autoridad: "su sentencia será más severa".


Los que tenemos alguna responsabilidad en la vida de la familia o en el campo de la educación o de la comunidad eclesial, tenemos mayor obligación de dar ejemplo a los demás, de no llevar una "doble vida" (entre lo que enseñamos y lo que luego hacemos), de no ser exigentes con los demás y tolerantes con nosotros mismos (la "ley del embudo"), de no ser como los hipócritas, que presentan por fuera una fachada, pero por dentro son otra cosa...


Las acusaciones de Jesús nos las hemos de aplicar a nosotros, porque dentro de cada uno puede esconderse un pequeño o gran fariseo. ¿Qué actitudes farisaicas descubro en mí? Repasemos la lista y respondamos sinceramente si se nos podría tildar de "guías ciegos y necios", si buscamos y ayudamos a otros para vanidad nuestra más que para bien de los demás o para gloria de Dios, si perdemos el tiempo en inútiles discusiones de palabras, si hemos matado el espíritu con una casuística exagerada...


Te agradezco, Señor, por tu Palabra que me invita a vivir conforme a mi fe. Yo sé que muchas veces soy poco coherente y no vivo con radicalidad mi fe. Ayúdame, Buen Jesús, a esforzarme por ser coherente, a vivir la caridad con el prójimo y así amarte a Ti cada vez más plenamente. Amén.

martes, 19 de agosto de 2014

Los trabajadores de la viña


San Mateo 20,1-16


"Sucede con el reino de los cielos como con el dueño de una finca, que salió muy de mañana a contratar trabajadores para su viñedo. Se arregló con ellos para pagarles el salario de un día, y los mandó a trabajar a su viñedo. Volvió a salir como a las nueve de la mañana, y vio a otros que estaban en la plaza desocupados. Les dijo: 'Vayan también ustedes a trabajar a mi viñedo, y les daré lo que sea justo.' Y ellos fueron. El dueño salió de nuevo a eso del mediodía, y otra vez a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. 

Alrededor de las cinco de la tarde volvió a la plaza, y encontró en ella a otros que estaban desocupados. Les preguntó: '¿Por qué están ustedes aquí todo el día sin trabajar?' Le contestaron: 'Porque nadie nos ha contratado.' Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a trabajar a mi viñedo.'

Cuando llegó la noche, el dueño dijo al encargado del trabajo: 'Llama a los trabajadores, y págales comenzando por los últimos que entraron y terminando por los que entraron primero.' Se presentaron, pues, los que habían entrado a trabajar alrededor de las cinco de la tarde, y cada uno recibió el salario completo de un día. Después, cuando les tocó el turno a los que habían entrado primero, pensaron que iban a recibir más; pero cada uno de ellos recibió también el salario de un día. Al cobrarlo, comenzaron a murmurar contra el dueño, diciendo: 'Éstos, que llegaron al final, trabajaron solamente una hora, y usted les ha pagado igual que a nosotros, que hemos aguantado el trabajo y el calor de todo el día.' Pero el dueño contestó a uno de ellos: 'Amigo, no te estoy haciendo ninguna injusticia. ¿Acaso no te arreglaste conmigo por el salario de un día? Pues toma tu paga y vete. Si yo quiero darle a éste que entró a trabajar al final lo mismo que te doy a ti, es porque tengo el derecho de hacer lo que quiera con mi dinero. ¿O es que te da envidia que yo sea bondadoso.'

De modo que los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos."

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesús 


Hoy escuchamos la desconcertante parábola de los trabajadores de la viña, que trabajan un número desigual de horas y, sin embargo, reciben el mismo jornal.


La idea central no es el paro obrero (aunque Dios parece preocupado de que nadie se quede sin trabajo, sea cual sea la hora) ni la cuestión de los salarios ni la justicia social. La parábola no se fija en los trabajadores, sino en la actuación de Dios. Él da a todos según justicia, pero también es generoso con los últimos, aunque hayan trabajado menos.


Cuando Mateo escribió su evangelio, muchos paganos se iban incorporando a la Iglesia de Cristo, y podían suscitar, entre los provenientes del pueblo judío, el interrogante de cómo los últimos llegados recibían la misma herencia y paga. Es la sorpresa que Jesús describe en quienes habían trabajado desde primera hora de la mañana. La respuesta es el amor gratuito de Dios, que sobrepasa las medidas de la justicia y actúa libremente, también con los de la hora undécima. El tema no es si a los primeros les paga lo justo. Sino que Dios quiere pagar a los últimos también lo mismo, aunque parezca que no se lo hayan merecido tanto.


Los caminos de Dios son sorprendentes. No siguen nuestra lógica.


Él sigue llamando a su viña a jóvenes y mayores, a fuertes y a débiles, a hombres y mujeres, a religiosos y laicos. ¿Tendremos envidia de que Dios llame a otros "distintos", o que premie de la misma manera a quienes no tienen tantos méritos como creamos tener nosotros?¿nos duele que en la vida de la comunidad eclesial, los laicos tengan ahora más protagonismo que antes, o que haya más igualdad entre hombres y mujeres, o que las generaciones jóvenes vengan con ideas nuevas y con su estilo particular de actuación?


Algunos de nosotros hemos sido llamados desde muy niños, porque las condiciones de una familia cristiana lo hicieron posible. Otros han escuchado la voz de Dios más tarde. 


Si nos sentimos demasiado "de primera hora", mirando por encima del hombro a quienes se han incorporado al trabajo a horas más tardías, estamos adoptando la actitud de los fariseos, que se creían superiores a los demás.


Esto no es, naturalmente, una invitación a llegar tarde y trabajar lo menos posible. Sino un aviso de que el premio que esperamos de Dios no es cuestión de derechos y méritos, sino de gratuidad libre y amorosa por su parte. La parábola parece una respuesta a la pregunta de Pedro, uno de los de la primera hora, que todavía no estaba purificado en sus intenciones al seguir al Mesías: "a nosotros ¿qué nos va a tocar?".


Señor, te pido que me ayudes a ser un trabajador activo de tu viña. No dejes que mi mirada sea envidiosa por todas las bondades que le concedes a los otros. Sino más bien, ayúdame a responder con dedicación y disponibilidad a cada uno de los dones que me has concedido, para que así, puedan dar muchos frutos. Amén 



El mandamiento más importante



San Mateo 22,34-40


«Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos, y uno, que era maestro de la ley, para tenderle una trampa, le preguntó: 

—Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? 

Jesús le dijo: 

—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” Éste es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a éste; dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas.»

Palabra del Señor 

Gloria a Ti, Señor, Jesús 


Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor buena voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial.


La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo "como a ti mismo" (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: "estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas".


Lo principal para un cristiano sigue siendo amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial.


También nosotros tenemos, en el Código de Derecho Canónico, muchas normas, necesarias para la vida de la comunidad en sus múltiples aspectos. Pero Jesús nos enseña dónde está lo principal y la raíz de lo demás: el amor. 


¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada, que mi vida está movida por el amor? ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor?


San Pablo nos recomendó: "no tengan con nadie otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley... todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al enfermo... Seremos examinados del amor.


Gracias, Señor, por tu palabra. Ayúdame a interiorizar el mandamiento del amor, y a poner todo de mi parte para vivirlo cada día. Quiero amarte, Dios mío, porque eres lo más importante en mi vida. Y quiero amar a mi prójimo como Tú me enseñas a hacerlo. Amén 


La parábola del banquete de bodas

   

San Mateo 22,1-14


«Jesús comenzó a hablarles otra vez por medio de parábolas. Les dijo: "Sucede con el reino de los cielos como con un rey que hizo un banquete para la boda de su hijo. Mandó a sus criados que fueran a llamar a los invitados, pero éstos no quisieron asistir. Volvió a mandar otros criados, encargándoles: 'Digan a los invitados que ya tengo preparada la comida. Mandé matar mis reses y animales engordados, y todo está listo; que vengan al banquete.' Pero los invitados no hicieron caso. Uno de ellos se fue a sus terrenos, otro se fue a sus negocios, y los otros agarraron a los criados del rey y los maltrataron hasta matarlos. Entonces el rey se enojó mucho, y ordenó a sus soldados que mataran a aquellos asesinos y quemaran su pueblo. Luego dijo a sus criados: 'El banquete está listo, pero aquellos invitados no merecían venir. Vayan, pues, ustedes a las calles principales, e inviten al banquete a todos los que encuentren.' Los criados salieron a las calles y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y así la sala se llenó de gente."

Cuando el rey entró a ver a los invitados, se fijó en un hombre que no iba vestido con traje de boda. Le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí, si no traes traje de boda?” Pero el otro se quedó callado. Entonces el rey dijo a los que atendían las mesas: “Átenlo de pies y manos y échenlo a la oscuridad de afuera. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.” Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos.»

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesús


Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), escuchamos en Mateo otra parábola: la de los invitados a la boda.


La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia.


De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta.


La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar.


Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. Jesús lo compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia.


Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «Inviten al banquete a todos los que encuentren».


El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino.


También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos.


Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta.


Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10).


Señor, te doy gracias por haberme invitado a tu Reino y al banquete de tu amor en la Eucaristía y participar de los misterios de tu Iglesia. Dame la gracia de vivir siempre con la alegría de ser tu "llamado" y haz que siempre esté vestido con el traje de la caridad y de tu gracia. Amén. 


lunes, 18 de agosto de 2014

Entonces ¿quién se podrá salvar?


San Mateo 19,23-30


"Jesús dijo entonces a sus discípulos: 

—Les aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Les repito que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios. 

Al oírlo, sus discípulos se asombraron más aún, y decían: 

—Entonces, ¿quién podrá salvarse? 

Jesús los miró y les contestó: 

—Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible. 

Pedro le dijo entonces: 

—Nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido. ¿Qué vamos a recibir? 

Jesús les respondió: 

—Les aseguro que cuando llegue el tiempo en que todo sea renovado, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todos los que por causa mía hayan dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o terrenos, recibirán cien veces más, y también recibirán la vida eterna. Pero muchos que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros."

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesús 


Lo del camello que quiere pasar por el ojo de una aguja se ve que era un proverbio popular para indicar algo imposible. 


Lo que asusta a sus oyentes es que Jesús aplique este dicho a los ricos que quieren salvarse. Si uno está tan lleno de cosas que no necesita nada más, si se siente tan satisfecho de sí mismo, y no se puede desprender de su ansia de poseer y de la idolatría del dinero, ¿cómo puede aceptar como programa de vida el Reino que Dios le propone?


Las riquezas son buenas en sí, a no ser que se hayan acumulado injustamente. Pero lo que no es bueno es ser esclavo del dinero y no utilizarlo para lo que Dios quiere.


El comentario de Jesús sigue a la breve escena de ayer la del joven que no se decidió a abandonar sus riquezas para seguir a Jesús. Por eso Pedro le replica que ellos lo han abandonado "todo" y le han seguido. Se ve en seguida que, ni por parte de Pedro ni de los demás, es muy gratuito este seguimiento: "¿qué nos va a tocar?". Y Jesús les promete un premio cien veces mayor que lo que han dejado.


Nosotros, probablemente, no somos ricos en dinero. Pero podemos tener alguna clase de "posesiones" que nos llenan, que nos pueden hacer autosuficientes y hasta endurecer nuestra sensibilidad, tanto para con los demás como para con Dios, porque, en vez de poseer nosotros esos bienes, son ellos las que nos poseen a nosotros. No se puede servir a Dios y al dinero, como nos dijo Jesús en el sermón de la montaña (Mt 6,24)


Este aviso nos debe hacer pensar. Nuestro seguimiento de Jesús debería ser gratuito y desinteresado, sin preocuparnos de si llegaremos a ocupar los tronos para juzgar a las tribus de Israel, ni de la contabilidad exacta del ciento por uno de cuanto hemos abandonado. No vamos preguntando cada día: "¿qué nos vas a dar?".


Seguimos a Jesús por amor, porque nos sentimos llamados por él a colaborar en esta obra tan noble de la salvación del mundo. No por ventajas económicas ni humanas, ni siquiera espirituales, aunque estamos seguros de que Dios nos ganará en generosidad.


Señor, dame la valentía para vivir con pobreza de espíritu. Quiero vivir con esa apertura en todas las circunstancias de mi vida, especialmente en las que requiera un especial desprendimiento de mi propio ser, para ponerme a disposición de las necesidades de los demás, sin buscar recompensas efímeras, sino sólo el cumplir, por amor, tu voluntad. Amén. 



domingo, 17 de agosto de 2014

El joven rico


San Mateo 19,16-22


"Un joven fue a ver a Jesús, y le preguntó: 

—Maestro, ¿qué cosa buena debo hacer para tener vida eterna? 

Jesús le contestó: 

—¿Por qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Bueno solamente hay uno. Pero si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos. 

—¿Cuáles? —preguntó el joven. 

Y Jesús le dijo: 

—“No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.” 

—Todo eso ya lo he cumplido —dijo el joven—. ¿Qué más me falta? 

Jesús le contestó: 

—Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme. 

Cuando el joven oyó esto, se fue triste, porque era muy rico."

Palabra del Señor 

Gloria a Ti, Señor, Jesús 



La escena del joven que se acerca a Jesús porque quiere ser perfecto, se ha convertido en el prototipo de la llamada vocacional a una vida de seguimiento más cercano de Jesús.


Ese joven estaba bien dispuesto. No se conformaba con lo común, sino que buscaba un sentido más profundo para su vida. Los mandamientos los cumplía ya (por cierto, Jesús le recuerda, no los que se refieren a Dios, sino los que miran al prójimo). Pero, cuando oyó la respuesta de Jesús sobre lo que le faltaba -"vende... dalo a los pobres... vente conmigo"-, se asustó y no se atrevió a dar el paso. Se marchó triste. Era rico. Jesús también se quedó triste, lo mismo que los apóstoles que habían oído el diálogo.


Muchos cristianos no se conforman con cumplir los mandamientos. Quieren un ritmo de vida más significativo y generoso. Y, en efecto, Jesús nos ha propuesto un estilo de vida más exigente: vende lo que tienes, sígueme. Muchos lo han hecho y han decidido servir a Dios y a sus hermanos en la vida religiosa o consagrada o desde el ministerio ordenado.


No siempre tuvo éxito Jesús a la hora de llamar a sus seguidores. Algunos, como Pedro y los demás apóstoles, lo dejaron todo -redes, barca, casa, familia, la mesa de los impuestos- y le siguieron. Pero otros creyeron que el precio era excesivo.


Sea cual sea nuestra vocación especifica -también la de tantos laicos comprometidos en trabajos apostólicos y misioneros-, hoy nos sentimos interpelados por las palabras de Jesús y animados a renovar nuestro propósito de entregar nuestras mejores energías a colaborar con él en la mejora de este mundo.


Ya sabemos que, para conseguirlo, hemos de renunciar a ciertas cosas. A Jesús no se le puede seguir con demasiado equipaje. El joven se marchó triste: no logró vencer el apego al dinero. ¿A qué hemos renunciado nosotros?. "Vende lo que tienes, dalo... sígueme". Es la aventura de la pobreza o del desapego. Renunciar a algo por una causa noble es lo que más alegría interior nos produce, también en la vida humana.


Señor, me acercó a Ti como el ese joven que se creía muy bueno. Quiero confirmar qué he de hacer para ganar la vida eterna, qué tengo que cambiar, qué tengo que hacer… Dame la gracia de saber escucharte y tener el valor de ser desprendido de los bienes materiales, pero sobre todo, de mí mismo, para poder entregarme a tu amor y vivir la caridad. 



jueves, 14 de agosto de 2014

La Asunción de la Virgen María a los cielos



San Lucas 1,39-56


"Por aquellos días, María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se le estremeció en el vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo: 

—¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho! 

María dijo: 'Mi alma alaba la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y desde ahora siempre me llamarán dichosa; porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. ¡Santo es su nombre! Dios tiene siempre misericordia de quienes lo reverencian. Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Ayudó al pueblo de Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo con misericordia. Así lo había prometido a nuestros antepasados, a Abraham y a sus futuros descendientes.' 

María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa."

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesús


María se encamina presurosa hacia una montaña para visitar y servir a su prima Isabel. Pero en la solemnidad que hoy celebramos en la iglesia, la Asunción de María, la contemplamos subiendo hacia la montaña de Dios y entrando en la Jerusalén celestial, “vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”, como se lee en la lectura del Apocalipsis que se hace como primera lectura de la liturgia de hoy (Ap 12, 1).


Es una gran fiesta que celebramos hoy, fiesta de esperanza y de victoria. Victoria en tres niveles: 


Es la victoria de Cristo Jesús: el Señor Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, en la segunda lectura para hoy: "Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar." (1 Corintios 15,20). Él es la "primicia", el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia.


Es la victoria de la Virgen María, que, como primera seguidora de Jesús y la primera salvada por su Pascua, participa ya de la victoria de su Hijo, elevada también ella a la gloria definitiva en cuerpo y alma. Ella, que supo decir un "sí" radical a Dios, que creyó en él y le fue plenamente obediente en su vida, es ahora glorificada y asociada a la victoria de su Hijo. En verdad "ha hecho obras grandes" en ella el Señor.


Pero es también nuestra victoria, porque el triunfo de Cristo y de su Madre se proyecta a la Iglesia y a toda la humanidad. En María se retrata y condensa nuestro destino. Al igual que su "sí" fue como representante del nuestro, también el "sí" de Dios a ella, glorificándola, es también un sí a nosotros: nos señala el destino que Dios quiere para todos. La comunidad eclesial es una comunidad en marcha, en lucha constante contra el mal. La Mujer del Apocalipsis, la Iglesia misma, y dentro de ella de modo eminente la Virgen María, nos garantizan nuestra victoria final. La Virgen es "figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra", como dice el prefacio de la Misa de hoy. 


Señor Jesús, Tú eres la victoria. Te doy gracias por todo lo que has hecho por nosotros y te pido por intercesión de María, que está junto a Ti en el Cielo, que me des la fuerza para acoger tu victoria en mi vida, ser para mis familiares, amigos y conocidos un testimonio de luz en medio de las tinieblas, y poder yo también un día estar junto a Ti en la gloria. Amén.



miércoles, 13 de agosto de 2014

Perdonar hasta setenta veces siete



San Mateo 18,21-35


"Entonces Pedro fue y preguntó a Jesús: 

—Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete? Jesús le contestó: 

—No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. 

Por esto, sucede con el reino de los cielos como con un rey que quiso hacer cuentas con sus funcionarios. Estaba comenzando a hacerlas cuando le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como aquel funcionario no tenía con qué pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su esposa, sus hijos y todo lo que tenía, para que quedara pagada la deuda. El funcionario se arrodilló delante del rey, y le rogó: 'Tenga usted paciencia conmigo y se lo pagaré todo.' Y el rey tuvo compasión de él; así que le perdonó la deuda y lo puso en libertad. 

Pero al salir, aquel funcionario se encontró con un compañero suyo que le debía una pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo, diciéndole: '¡Págame lo que me debes!' El compañero, arrodillándose delante de él, le rogó: 'Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo.' Pero el otro no quiso, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Esto dolió mucho a los otros funcionarios, que fueron a contarle al rey todo lo sucedido. Entonces el rey lo mandó llamar, y le dijo: '¡Malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú también debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión de ti.' Y tanto se enojó el rey, que ordenó castigarlo hasta que pagara todo lo que debía. 

Jesús añadió: 

—Así hará también con ustedes mi Padre celestial, si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su hermano." 

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesus 


Si ayer era la corrección fraterna, hoy Jesús, en su "sermón comunitario", sigue dando consignas sobre el perdón de las ofensas.


La propuesta de Pedro ya parecía generosa. Pero Jesús va mucho más allá: setenta veces siete significa siempre.


La parábola exagera a propósito: la deuda perdonada al primer empleado es muy grande. La que él no perdona a su compañero, pequeñísima. El contraste sirve para destacar el perdón que Dios concede y la mezquindad de nuestro corazón, porque nos cuesta perdonar una insignificancia.


Lo propio de Dios es perdonar. Lo mismo han de hacer los seguidores de Jesús. El aviso es claro: "Así hará también con ustedes mi Padre celestial, si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su hermano."


Es el nuevo estilo de vida de Jesús, ciertamente más exigente que el de los diez mandamientos del AT.


¿No es demasiado ya perdonar siete veces? ¿y no será una exageración lo de setenta veces siete? ¿no estaremos favoreciendo que reincida el ofensor? ¿y dónde queda la justicia? Pero Jesús nos dice que sus seguidores deben perdonar. Como él, que murió perdonando a sus verdugos. Pedro, el de la pregunta de hoy, experimentó en su propia persona cómo Jesús le perdonó su pecado.


Nosotros también hoy debemos hacer el propósito de perdonar las ofensas cometidas. Podemos perdonar esas pequeñas rencillas con los que conviven con nosotros. Esposos que se perdonan algún fallo. Padres que saben olvidar un mal paso de su hijo o de su hija. Amigos que pasan por alto, elegantemente, una mala pasada de algún amigo. Religiosos que hacen ver que no han oído una palabra ofensiva que se le escapó a otro de la comunidad.


En el Padrenuestro, Jesús nos enseñó a decir: "perdónanos como nosotros perdonamos". En el sermón de la montaña nos dijo lo de ir a reconciliarnos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar y lo de saludar también al que no nos saluda... Ser seguidores de Jesús nos obliga a cosas difíciles. Recordemos que una de las bienaventuranzas era: "bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia".


El gesto de paz antes de ir a comulgar tiene esa intención: ya que unos y otros vamos a recibir al mismo Señor, que se entrega por nosotros, debemos estar, después, mucho más dispuestos a tolerar y perdonar a nuestros hermanos.


Señor Bueno, te agradezco por tu Palabra que me invita a perdonar siempre. Te pido que me ayudes a vivir genuinamente la misericordia sin que la venganza encuentre jamás espacio en mi vida. Que yo viva el perdón con mis hermanos así como Tú me perdonas en la Confesión, siempre gratuitamente y amando al prójimo como Tú, a pesar de mi ser yo un pecador. Amén 



Corrección fraterna


San Mateo 18,15-20


"Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos personas más, para que toda acusación se base en el testimonio de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso a ellos, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, entonces habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma. Les aseguro que lo que ustedes aten aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que ustedes desaten aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo. Esto les digo: Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesus 


Sigue el "discurso eclesial o comunitario" de Jesús, esta vez referido a la corrección fraterna.


La comunidad cristiana no es perfecta. Coexisten en ella el bien y el mal. ¿Cómo hemos de comportarnos con el hermano que falta? Jesús señala un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en su fallo.


Todos somos corresponsables en la comunidad. En otras ocasiones, Jesús habla de la misión de quienes tienen autoridad. Aquí afirma algo que se refiere a toda la comunidad: "lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo", "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".


Cuando un hermano ha faltado, la reacción de los demás no puede ser de indiferencia, que fue la actitud de Caín: "¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?". Un centinela tiene que avisar. Un padre no siempre tiene que callar, ni el maestro o el educador permitirlo todo, ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino, ni un párroco dejar de velar por su comunidad o un obispo dejar de ejercer su cuidado pastoral en la diócesis. No es que nos vayamos a meter continuamente en los asuntos de otros, pero nos debemos sentir corresponsables de su bien. La pregunta de Dios a Caín nos la dirige también a nosotros: "¿qué has hecho con tu hermano?".


Esta corrección no la ejercitamos desde la agresividad y la condena inmediata, con métodos de espionaje o policíacos, echando en cara y humillando. Nos tiene que guiar el amor, la comprensión, la búsqueda del bien del hermano: tender una mano, dirigir una palabra de ánimo, ayudar a rehabilitarse. La corrección fraterna es algo difícil, en la vida familiar como en la eclesial. Pero cuando se hace bien y a tiempo, es una suerte para todos: "has ganado a un hermano".


Una clave fundamental para esta corrección es la gradación de que nos habla Cristo: ante todo, un diálogo personal, no empezando, sin más, por una desautorización en público o la condena inmediata. Al final, podrá ocurrir que no haya nada que hacer, cuando el que falta se obstina en su actitud. Entonces, la comunidad puede "atar y desatar", y Jesús dice que su decisión será ratificada en el cielo. Se puede llegar a la "excomunión", pero eso es lo último. Antes hay que agotar todos los medios y los diálogos. Somos hermanos en la comunidad.


Corrección fraterna entre amigos, entre esposos, en el ámbito familiar, en una comunidad religiosa, en la Iglesia. Y acompañada de la oración: rezar por el que ha fallado es una de las mejores maneras de ayudarle y, además, nos enseñará a adoptar el tono justo en nuestra palabra de exhortación, cuando tenga que decirse.


Te agradezco Señor por mostrarme la importancia de velar por mis hermanos. Te ruego que me des la valentía y prudencia para poder cuidar la santidad de mis hermanos, amándolos, corrigiéndolos, reconociendo en ellos todo lo bueno y también sus pecados, y por sobre todo, perdonándolos como Tú nos has perdonado.




sábado, 9 de agosto de 2014

Jesús camina sobre las aguas



San Mateo 14:22-33


Después de esto, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca, para que cruzaran el lago antes que él y llegaran al otro lado mientras él despedía a la gente. Cuando la hubo despedido, Jesús subió a un cerro, para orar a solas. Al llegar la noche, estaba allí él solo, mientras la barca ya iba bastante lejos de tierra firme. Las olas azotaban la barca, porque tenían el viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el agua. Cuando los discípulos lo vieron andar sobre el agua, se asustaron, y gritaron llenos de miedo: —¡Es un fantasma! Pero Jesús les habló, diciéndoles: —¡Calma! ¡Soy yo: no tengan miedo! Entonces Pedro le respondió: —Señor, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre el agua. —Ven —dijo Jesús. Pedro entonces bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al notar la fuerza del viento, tuvo miedo; y como comenzaba a hundirse, gritó: —¡Sálvame, Señor! Al momento, Jesús lo tomó de la mano y le dijo: —¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué dudaste? En cuanto subieron a la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca se pusieron de rodillas delante de Jesús, y le dijeron: —¡En verdad tú eres el Hijo de Dios! 

Palabra del Señor 

Gloria a ti, Señor Jesus 


El simpático episodio de Pedro, que se hunde en las aguas del lago, describe bien el carácter de este impetuoso discípulo y nos ayuda a sacar lecciones provechosas para nuestra vida.


Después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira al monte a solas a orar, mientras sus discípulos suben a la barca y se adentran en el lago. Durante la noche se levanta el viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando ven llegar a Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas.


Ahí se convierte Pedro en protagonista: pide a Jesús que le deje ir hacia él del mismo modo, y empieza a hacerlo, aunque luego tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar y se hunde. Pedro es primario y un poco presuntuoso. Tiene que aprender todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas (el evangelio no nos dice qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro).


La presencia de Jesús hizo que amainara el viento. La reacción del grupo de apóstoles está llena de admiración: «realmente eres Hijo de Dios».


Ante todo, mirándonos al espejo de Jesús, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos retirarnos y hacer oración? ¿es la oración el motor de nuestra actividad? No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles.


Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios.


La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.


La aventura de Pedro también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió.


La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor, sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».


Señor, gracias por haberme revelado hoy que tu estas siempre en la barca de mi vida. No me permitas que dudé nunca de tu amor y de tu presencia. Hoy te suplico con humildad, ante mis caídas, ante mis contratiempos, ante las angustias de mi vida: "Sálvame, Señor, que me hundo". Quiero experimentar tu dulce y fuerte mano, diciéndome: "Aquí estoy contigo". Entonces, Señor, ¿por qué dudo? Confio en ti, Señor, hoy y siempre. Amén