jueves, 28 de agosto de 2014

Martirio de Juan el Bautista


San Marcos 6,17-29


«En aquel tiempo Herodes había mandado arrestar a Juan, y lo había hecho encadenar en la cárcel. Herodías era esposa de Filipo, hermano de Herodes, pero Herodes se había casado con ella. Y Juan había dicho a Herodes: "No debes tener como tuya a la mujer de tu hermano." Herodías odiaba por eso a Juan, y quería matarlo; pero no podía, porque Herodes le tenía miedo, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Y aunque al oírlo se quedaba sin saber qué hacer, Herodes escuchaba a Juan de buena gana. Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea. La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y el baile gustó tanto a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha: 

—Pídeme lo que quieras, y te lo daré. Y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuera la mitad del país que él gobernaba. 

Ella salió, y le preguntó a su madre: ¿Qué pediré? 

Le contestó: Pídele la cabeza de Juan el Bautista. La muchacha entró de prisa donde estaba el rey, y le dijo: 

—Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. El rey se puso muy triste; pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que le pedía. Así que mandó en seguida a un soldado con la orden de llevarle la cabeza de Juan. Fue el soldado a la cárcel, le cortó la cabeza a Juan y se la llevó en un plato. Se la dio a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. 

Cuando los seguidores de Juan lo supieron, recogieron el cuerpo y se lo llevaron a enterrar.»

Palabra del Señor 

Gloria a Ti, Señor, Jesús 


a) Celebramos hoy la memoria de san Juan Bautista, el que nació, vivió y murió para anunciar y señalar con el dedo al Mesías. Su vida no tendría sentido sin la de Jesús, y su muerte tampoco. Al recordar hoy el desenlace de su vida, su martirio, celebramos sobre todo su misma persona, su integridad personal, que hizo exclamar a Jesús: “Entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan” (Lc 7,28).

San Juan fue mártir, aunque no por confesar a Cristo directamente, sino por ser testigo de la verdad, primero, y de la Verdad de Jesús, después. Todo un modelo del testimonio que la mayoría de nosotros estamos llamados a ofrecer. 


Herodes Antipas era un rey débil y contradictorio. Por una parte, “respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo”, y, simultáneamente, “lo había mandado prender y lo había metido en la cárcel encadenado”. ¿Cómo compaginaba Herodes el respeto con el encarcelamiento del inocente? Son contradicciones que, a veces, tenemos los humanos. Y, en el caso de Herodes, hubo mediaciones que facilitaron su actuación. El Bautista había denunciado su situación matrimonial irregular, y esta denuncia motivó que Herodías, “mujer de su hermano Filipo con la que Herodes se había casado”, aborreciera a Juan y quisiera matarlo.


La ocasión para Herodías llegó cuando Herodes juró a la hija de Herodías lo que nunca tenía que haber jurado, y ésta ofreció a su madre lo que nunca tenía que haber ofrecido; ésta, a su vez, aconsejó a su hija lo que nunca tenía que haber pedido, y el rey mandó ejecutar el deseo de la joven que, aunque lo hubiera jurado, nunca tenía que haber cumplido.


b) De Juan aprendemos, en particular, reciedumbre de carácter, todo lo contrario de Herodes, y coherencia de vida. Vivía como predicaba, y comía y vestía en consonancia con lo que decía. Nadie pudo encontrar en él doblez alguna. Era un hombre de una pieza. Hasta encontrarse con Jesús tiene discípulos; una vez que lo señala no tiene problema alguno en decir a sus discípulos que sigan a Jesús, porque su papel ya está cumplido.


Fue un hombre austero, íntegro y honrado. Su misión fue dar testimonio de la Verdad y, por ella y por él, predicar las verdades con minúscula a soldados, devotos, pecadores, reyes, a todos para que todos pudieran llegar y alcanzar la Verdad hecha carne. Y por amor a la verdad y denunciar la mentira fue encarcelado, encadenado y, finalmente, decapitado.

El martirio de Juan nos invita a intentar vivir, y si fuera necesario morir, dando testimonio de Cristo, con palabras –que si son verdaderas siempre denuncian- y con la vida, que hará creíbles nuestras palabras.


c) Señor, el que saltó de gozo en el vientre de su madre en testimonio de tu presencia dentro de María, termina su vida con el martirio en testimonio de la Verdad. Juan me enseña a ser testigo tuyo en los momentos de gozo y en circunstancias de sufrimiento, hasta la muerte. Siempre a tu lado, siempre de tu parte. Amén 


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