San Lucas 5,33-39
Algunos le dijeron: "Los discípulos de Juan ayunan a menudo y
rezan sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos, mientras
que los tuyos comen y beben."
Jesús les respondió: "Ustedes no pueden obligar a los compañeros
del novio a que ayunen mientras el novio está con ellos. Llegará el momento en
que les será quitado el novio, y entonces ayunarán."
Jesús les propuso además esta comparación: "Nadie saca un pedazo
de un vestido nuevo para remendar otro viejo. ¿Quién va a romper algo nuevo, para
que después el pedazo tomado del nuevo no le venga bien al vestido viejo? Nadie
echa tampoco vino nuevo en envases de cuero viejos; si lo hace, el vino nuevo
hará reventar los envases, se derramará el vino y se perderán también los
envases. Pongan el vino nuevo en envases nuevos. Y miren: el que esté
acostumbrado al añejo, no querrá vino nuevo, sino que dirá: El añejo es el
bueno."
Palabra del Señor
Gloria a Ti, Señor, Jesús.
a) Empiezan las discusiones con los fariseos: ¿por qué no ayunan los
seguidores de Jesús, como hacen los buenos judíos, los fariseos y los discípulos
del Bautista? Acusan a los discípulos de que “comen y beben”, lo mismo que
achacarán a Jesús. (7,33).
El tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa
espiritual de Jesús. Él mismo había ayunado cuarenta días en el desierto y la
comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y
viernes) al ayuno. Jesús no elimina el ayuno, muy arraigado en la
espiritualidad de su pueblo.
El interrogante es si ha llegado o no el Mesías. El ayuno previo a
Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza
y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha
llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al
ayuno. Luego, cuando de nuevo les “sea quitado” el Novio, porque no les será
visible desde el día de la Ascensión, volverán a hacer ayuno, aunque no con
tono de espera ni de tristeza.
Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el
acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la “pieza de
un manto nuevo en manto viejo” y del “vino nuevo en odres viejos”.
b) Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No
se trata sólo de “saber” unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar
nuestro estilo de vida.
Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con
el Novio y a nosotros con los “amigos del Novio”. Estamos de fiesta ¿Se nos
nota? ¿O vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Señor?
Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que
hagamos algunos pequeños cambios de fachada. La fe en Cristo pide traje nuevo y
odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama “revestirse de Cristo
Jesús” no consiste en unos parches y unos cambios superficiales.
Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del
AT: le costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos
rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir
madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo
implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden
con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No me meros
retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo
al de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la Misa, la doctrina
nueva de Jesús y recibir su vino nuevo.
c) Te doy gracias Señor por todos tus dones, por haberme llamado a ser
tu amigo. Ayúdame a ser ese odre nuevo, viviendo mi vida cristiana
coherentemente para que pueda acogerte en mi corazón. Que tu alegría me llene
de alegría, que tus promesas me llenen de esperanza. Gracias Buen Señor por
alegrar mi corazón.
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