Señor, queremos hoy escuchar tu voz
y que ella me comprometa a anunciar tu Palabra a los demás.
Marcos 6, 6-13
6 Jesús recorría todos los pueblos de los alrededores enseñando. 7 Llamó a los Doce y
comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. 8 Les ordenó que no
llevaran nada para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni morral, ni dinero;
9 que llevaran calzado corriente y un solo manto.
10 Y les decía: «Quédense en la primera casa en que les den alojamiento,
hasta que se vayan de ese sitio. 11 Y si en algún lugar no los reciben
ni los escuchan, no se alejen de allí sin haber sacudido el polvo de sus pies:
con esto darán testimonio contra ellos.»
12 Fueron, pues, a predicar, invitando a la conversión. 13 Expulsaban a muchos
espíritus malos y sanaban a numerosos enfermos, ungiéndoles con aceite.
Palabra
del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús
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a)
El envío de los apóstoles a una misión evangelizadora, de dos en dos está sencillamente
contado por Marcos, aunque con matices muy interesantes.
Les
había elegido para que estuvieran con él y luego les pudiera enviar a misionar.
Ya han convivido con él, le han escuchado, han aprendido: ahora les envía a que
prediquen la Buena Nueva, con autoridad para expulsar demonios y con el aviso
de que puede ser que en algunos lugares sí les reciban y en otros no. Les hace
partícipes de su misión mesiánica. Se hace ayudar. Busca quien colabore en la
tarea de la evangelización.
Para
ello les recomienda un estilo de austeridad y pobreza -la pobreza
«evangélica»-, de modo que no pongan énfasis en los medios humanos, económicos
o técnicos, sino en la fuerza de Dios que él les transmite.
b)
Los cristianos somos enviados en medio de este mundo a evangelizar. Dios no se
sirve normalmente de ángeles ni de revelaciones directas. Es la Iglesia, o sea,
los cristianos, los que continúan y visibilizan la obra salvadora de Cristo.
Como
los doce apóstoles, que «estaban con Jesús», luego fueron a dar testimonio de
Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, luego somos invitados
a dar testimonio en la vida. Tal vez no individualmente, cada uno por su cuenta,
sino con una cierta organización, de dos en dos, enviados y no tanto
autoenviados.
También
para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que vayamos a la
misión más ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos
demasiado en los medios humanos -que no habrá que descuidar, por otra parte-
sino en la fe en Dios. Es Dios el que hace crecer, el que da vida a todo lo que
hagamos nosotros.
Deberíamos
dar ejemplo de la austeridad y pobreza que quería Jesús: todos deberían poder
ver que no nos dedicamos a acumular «bastones, dinero, sandalias, túnicas». Que
nos sentimos más peregrinos que instalados. Que, contando naturalmente con los
medios que hacen falta para la evangelización del mundo, nos apoyamos sobre
todo en la gracia de Dios y nuestra fe, sin buscar seguridades y prestigios
humanos. Es el lenguaje que más fácilmente nos entenderá el mundo de hoy: la
austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien.
También
a nosotros, como a los apóstoles, y al mismo Cristo, en algunos lugares nos
admitirán. En otros, no. Estamos avisados. Se nos ha anunciado la incomprensión
y hasta la persecución. Pero no seguimos a Cristo porque nos haya prometido
éxitos y aplausos fáciles. Sino porque estamos convencidos de que también para
el mundo de hoy la vida que ofrece Cristo Jesús es la verdadera salvación y la
puerta de la felicidad auténtica. No sólo queremos «salvarnos nosotros», sino
colaborar para que todos, nuestros familiares y conocidos, se enteren y acepten
el Reino de Dios en sus vidas.
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Señor, ayúdame a buscar en primer
lugar tu voluntad. Libérame de las preocupaciones sofocantes de la vida
cotidiana. Señor, me gustaría ser capaz de dar testimonio de ti, de llevar tu
Palabra a los hombres en el mundo en el que vivo. Pero me atosigan las
dificultades, tengo demasiado miedo a no salir bien del envite, soy tímido y me
falta seguridad. Hazme comprender que el éxito no depende de mis capacidades,
sino de tu voluntad. Amén
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