“Mi
alegría está en tus preceptos, no me olvido de tus palabras”
(Sal
119, 16)
Hace
días, mi hermano me preguntaba por el sentido de los 7 días de la creación de
la Biblia. La inquietud le surgió por un compañero evangélico del trabajo. Le
intenté dar una explicación sencilla sobre la naturaleza sagrada y revelada de
la Sagrada Escritura, que no había contradicción entre los datos de la ciencia
y la Biblia, sobre el sentido de los números y sobre la intención litúrgica del
escrito. Creo que finalmente entendió que para comprender los escritos
bíblicos, el camino fundamentalista no era el mejor. Me alegré de que al
parecer su compañero le despertara, al menos, una inquietud por la Biblia.
Si
estás leyendo este artículo del blog, me imagino que tú también tienes alguna
inquietud por ella. Así espero. Y desde ya te digo que la Biblia es la Palabra
de Dios. Se dice rápido y quizá por mucho oírlo no lo hemos interiorizado y
profundizado demasiado. Pero es así: es una carta de Dios a los hombres, pero
envuelta en palabras humanas. Aunque, a decir verdad, más que un libro es la
vida del Pueblo de Israel que descubre al Señor, que lo busca y se relaciona
con Él.
Ese
pueblo, reconoció en sus experiencias humanas, en la historia, la intervención
salvadora y liberadora de Dios. La historia de Israel (historia sagrada,
historia de salvación) es la “Palabra de Dios”. En ella Dios se va
manifestando, revelando progresivamente: a sí mismo y su voluntad de salvación.
Antes
de ser consignados por escrito, estos hechos, estas “palabras” se trasmitieron
oralmente, sin escritura alguna, durante años y siglos. Las palabras escritas,
los libros, recogen esa historia sagrada.
Los
autores que escribieron los libros de la Biblia, pusieron por escrito, bajo la
inspiración de Dios, los acontecimientos vividos por ellos mismos o recogidos
por la tradición. Dios influyó activamente en los autores de la Biblia. Por
medio de ellos, respetándolos totalmente como autores plenamente humanos y
libres, Él nos expresaba su pensamiento, nos comunicaba su mensaje de
salvación.
Esa
intervención divina en los autores humanos (inspiración) consistía en que Dios
incitaba y dirigía la redacción de esos libros de modo que contenga, finalmente
y sin error, lo que Dios ha querido trasmitir en ellos. Es en este sentido que
decirnos que Dios es el autor de la Biblia, pues Él los ha querido tal y como
son y se deben a Él.
Por
eso la Iglesia afirma: “En la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a
hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que
obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y
sólo lo que Él quería.” (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Divina
Revelación, 11). De allí que la Iglesia insiste que habría que investigar
cuidadosamente qué pretendieron realmente expresar los autores humanos y qué es
lo que Dios quiso manifestar con las palabras de ellos.
En
la historia se da un momento de plenitud, en el que Dios nos habla en persona.
Ese "acontecimiento" histórico único: es Jesús de Nazaret.
Jesús
de Nazaret es un "acontecimiento" que pertenece a la historia de la
humanidad, no sólo al pueblo de Israel. Los que vivieron con él, sólo después
de su muerte y resurrección, "entendieron" en profundidad lo que
Jesús hacía y decía.
Vieron
en definitiva que en Jesús de Nazaret, Dios nos decía su última Palabra, nos
hacía su máxima revelación, nos daba la mayor muestra de su presencia y amor: Jesús
es el Dios que por amor nos viene a salvar.
Esto
es lo que expresaron en el Nuevo Testamento, sobre todo en los Evangelios, las
primeras comunidades. Allí dejaron constancia por escrito (Palabra de Dios
escrita) de los hechos y palabras de Jesús que consideraron más importantes, y
del sentido ("revelado" por Dios) que tenían aquellos hechos.
Así
lo expresa una carta de la primera comunidad cristiana, la de los hebreos “En
múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros
padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por medio
de su Hijo” (1, 1-2)
Para
concluir, te invitaría a que pensaras ¿En qué disposición te encuentras para acoger
la Palabra de Dios? ¿Cómo podemos aprender a descubrir y a escuchar la Palabra
de Dios escrita en la Biblia?
En
otra oportunidad escribiré algo más que pueda ayudarte (ayudarnos) a conocer un poco la Sagrada Escritura, antes de empezar a leer, meditar, orar y
actuar la Palabra de Dios con textos concretos o con citas que me sugieras.
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