domingo, 23 de enero de 2011

¿Qué entendemos por Palabra de Dios?


“Mi alegría está en tus preceptos, no me olvido de tus palabras”
(Sal 119, 16)

Hace días, mi hermano me preguntaba por el sentido de los 7 días de la creación de la Biblia. La inquietud le surgió por un compañero evangélico del trabajo. Le intenté dar una explicación sencilla sobre la naturaleza sagrada y revelada de la Sagrada Escritura, que no había contradicción entre los datos de la ciencia y la Biblia, sobre el sentido de los números y sobre la intención litúrgica del escrito. Creo que finalmente entendió que para comprender los escritos bíblicos, el camino fundamentalista no era el mejor. Me alegré de que al parecer su compañero le despertara, al menos, una inquietud por la Biblia.

Si estás leyendo este artículo del blog, me imagino que tú también tienes alguna inquietud por ella. Así espero. Y desde ya te digo que la Biblia es la Palabra de Dios. Se dice rápido y quizá por mucho oírlo no lo hemos interiorizado y profundizado demasiado. Pero es así: es una carta de Dios a los hombres, pero envuelta en palabras humanas. Aunque, a decir verdad, más que un libro es la vida del Pueblo de Israel que descubre al Señor, que lo busca y se relaciona con Él.

Ese pueblo, reconoció en sus experiencias humanas, en la historia, la intervención salvadora y liberadora de Dios. La historia de Israel (historia sagrada, historia de salvación) es la “Palabra de Dios”. En ella Dios se va manifestando, revelando progresivamente: a sí mismo y su voluntad de salvación.

Antes de ser consignados por escrito, estos hechos, estas “palabras” se trasmitieron oralmente, sin escritura alguna, durante años y siglos. Las palabras escritas, los libros, recogen esa historia sagrada.

Los autores que escribieron los libros de la Biblia, pusieron por escrito, bajo la inspiración de Dios, los acontecimientos vividos por ellos mismos o recogidos por la tradición. Dios influyó activamente en los autores de la Biblia. Por medio de ellos, respetándolos totalmente como autores plenamente humanos y libres, Él nos expresaba su pensamiento, nos comunicaba su mensaje de salvación.

Esa intervención divina en los autores humanos (inspiración) consistía en que Dios incitaba y dirigía la redacción de esos libros de modo que contenga, finalmente y sin error, lo que Dios ha querido trasmitir en ellos. Es en este sentido que decirnos que Dios es el autor de la Biblia, pues Él los ha querido tal y como son y se deben a Él.

Por eso la Iglesia afirma: “En la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.” (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Divina Revelación, 11). De allí que la Iglesia insiste que habría que investigar cuidadosamente qué pretendieron realmente expresar los autores humanos y qué es lo que Dios quiso manifestar con las palabras de ellos.

En la historia se da un momento de plenitud, en el que Dios nos habla en persona. Ese "acontecimiento" histórico único: es Jesús de Nazaret.

Jesús de Nazaret es un "acontecimiento" que pertenece a la historia de la humanidad, no sólo al pueblo de Israel. Los que vivieron con él, sólo después de su muerte y resurrección, "entendieron" en profundidad lo que Jesús hacía y decía.

Vieron en definitiva que en Jesús de Nazaret, Dios nos decía su última Palabra, nos hacía su máxima revelación, nos daba la mayor muestra de su presencia y amor: Jesús es el Dios que por amor nos viene a salvar.

Esto es lo que expresaron en el Nuevo Testamento, sobre todo en los Evangelios, las primeras comunidades. Allí dejaron constancia por escrito (Palabra de Dios escrita) de los hechos y palabras de Jesús que consideraron más importantes, y del sentido ("revelado" por Dios) que tenían aquellos hechos.

Así lo expresa una carta de la primera comunidad cristiana, la de los hebreos “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por medio de su Hijo” (1, 1-2)

Para concluir, te invitaría a que pensaras ¿En qué disposición te encuentras para acoger la Palabra de Dios? ¿Cómo podemos aprender a descubrir y a escuchar la Palabra de Dios escrita en la Biblia?

En otra oportunidad escribiré algo más que pueda ayudarte (ayudarnos) a conocer un poco la Sagrada Escritura, antes de empezar a leer, meditar, orar y actuar la Palabra de Dios con textos concretos o con citas que me sugieras.

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