San Mateo 18,1-5.10
En aquel momento los discípulos se acercaron a
Jesús y le preguntaron: "¿Quién es el más grande en el Reino de los
Cielos?"
Jesús llamó a un niño, lo colocó en medio de los
discípulos, y declaró: "En verdad les digo: si no cambian y no llegan a
ser como niños, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. El que se haga
pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos. Y el
que recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe.
Cuídense, no desprecien a ninguno de estos
pequeños. Pues yo se lo digo: sus ángeles en el Cielo contemplan sin cesar la
cara de mi Padre del Cielo.
Palabra del Señor
Gloria a Ti, Señor, Jesús
a) Hace pocos días, el 29 de septiembre, celebramos
la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Hoy extendemos nuestro
recuerdo a todos los ángeles de Dios, que le sirven a él y nos ayudan a
nosotros en nuestro camino.
Jesús, hablando de los niños y los pequeños, sus
preferidos, afirma que “sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro
de su Padre celestial”. Quizá no entendamos del todo lo que nos quiere decir,
pero si entrevemos, junto a la lección de sencillez que nos da, la dignidad que
para Él tienen los niños, porque, de alguna manera, están protegidos por los
ángeles o representados por ellos en la presencia y en la contemplación de
Dios.
Los ángeles (enviados, mensajeros) de Dios aparecen
repetidamente en las páginas de la Biblia. No son creación nuestra: es la
revelación, la Palabra de Dios la que nos habla de ellos.
Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la Biblia
nos habla de estos seres misteriosos, espíritus puros, que no sabemos definir
ni representar, y por eso lo hacemos pintándolos como seres alados. La Biblia
no nos dice cómo son, sino cómo actúan: adoran a Dios, son enviados como
mensajeros de su voluntad, ayudan a los hombres, caminan delante del pueblo
elegido y le protegen.
Ellos son los que anuncia a María, a José y a los
pastores el nacimiento del Hijo de Dios, los que asisten a Jesús en el desierto
o en la agonía del huerto, los que dan testimonio del sepulcro vacío y orientan
a los apóstoles después de la Ascensión. ¡Cuántas veces aparecen los ángeles
protegiendo a las personas: al pueblo de Israel durante su peregrinación por el
desierto, o liberando a Pedro de la cárcel.
b) Recordar a los ángeles nos lleva a agradecer a
Dios su cercanía, que se nos muestra, sobre todo, al enviarnos al Ángel por
excelencia, Cristo Jesús, pero también con los ángeles que, cumpliendo su voluntad,
nos ayudan en nuestro camino.
Y, a la vez, nos estimula a imitarles sus actitudes:
también nosotros estamos llamados a adorar y alabar a Dios con nuestras
oraciones y nuestra vida, debemos servir a los demás con el espíritu de Cristo
que “no vino a ser servido sino a servir” y debemos caminar por delante de
nuestros hermanos, también custodiándoles, especialmente a los más pequeños e
indefensos.
c) Hoy podemos dirigirnos al Señor con algunas de las palabras
del salmo 91:
Tú que habitas al amparo del Altísimo y resides a
la sombra del Omnipotente, dile al Señor: "Mi amparo, mi refugio, mi Dios,
en quien yo pongo mi confianza".
Él te librará del lazo del cazador y del azote de
la desgracia; te cubrirá con sus plumas y hallarás bajo sus alas un refugio.
No temerás los miedos de la noche ni la flecha
disparada de día, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni la plaga que
azota a pleno sol…
La desgracia no te alcanzará ni la plaga se
acercará a tu tienda:
pues a los ángeles les ha ordenado que te escolten
en todos tus caminos.
En sus manos te habrán de sostener
para que no tropiece tu pie en alguna piedra;
andarás sobre víboras y leones
y pisarás cachorros y dragones. Amén
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