domingo, 19 de octubre de 2014

Cuidado con la avaricia



San Lucas 12,13-21

Uno de entre la gente pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia." Le contestó: "Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor entre ustedes?" Después dijo a la gente: "Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida." 
A continuación les propuso este ejemplo: "Había un hombre rico, al que sus campos le habían producido mucho. Pensaba: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mis cosechas. Y se dijo: Haré lo siguiente: echaré abajo mis graneros y construiré otros más grandes; allí amontonaré todo mi trigo, todas mis reservas. Entonces yo conmigo hablaré: Alma mía, tienes aquí muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, pásalo bien." Pero Dios le dijo: "¡Pobre loco! Esta misma noche te reclaman tu alma. ¿Quién se quedará con lo que has preparado?" 
Esto vale para toda persona que amontona para sí misma, en vez de acumular para Dios." 
Palabra del Señor
Gloria a Ti, Señor, Jesús 

a) Alguien le pide a Jesús que intervenga en una cuestión de herencias. Jesús contesta que no ha venido a eso: él siempre rehusa hacer de árbitro en asuntos de política o de economía. Lo que le interesa es evangelizar y llamar la atención sobre los valores más profundos, como en este caso, en que la pregunta le sirve para dar su lección: "eviten toda clase de codicia".

La codicia o la avaricia, el afán inmoderado de dinero, o los peligros de la riqueza, es uno de los aspectos que Lucas más veces trata en su evangelio (y en el libro de los Hechos). Tal vez, cuando él los escribía, en la comunidad habían entrado personas en buena posición social, creando algunos inconvenientes, y por eso Lucas resalta el contraste con la pobreza radical, evangélica, que Jesús practicó y enseñó a los suyos.

La parábola es sencilla pero muy expresiva. Uno se imagina al buen terrateniente gordo y satisfecho con su cosecha, haciendo planes para el futuro. Jesús le llama "necio". Su estupidez consiste en que ha almacenado cosas no importantes, que le pueden ser quitadas hoy mismo, e irán a parar a otros. Mientras que él se quedará en la presencia de Dios con las manos vacías. ¿De qué le habrá valido sacrificarse y trabajar tanto?

b) Una de las idolatrías que sigue siendo actual, en la sociedad y también en la Iglesia, es la del dinero.

No hace falta, para aplicarnos la lección, que seamos ricos y que la cosecha de este año no nos quepa en los graneros. La codicia puede ser de dinero, y también de fama, poder, placer, ideologías, afán organizativo, éxitos... Pero siempre es idolatría, porque ponemos nuestra confianza en algo frágil y caduco, y no en los valores duraderos, y eso nos bloquea para otras cosas más importantes. No nos deja ser libres, ni ser solidarios con los demás, ni estar abiertos ante Dios.

Ya nos dijo Jesús que es imposible servir a dos señores, al dinero y a Dios. Y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos: está cargado con demasiado equipaje como para tener agilidad de movimientos.

Aquel joven que se acercó a Jesús se marchó triste, sin seguir su llamada: era rico. Al contrario, ¡cuántas veces subraya Lucas que algunos llamados por Jesús, "dejándolo todo, le siguieron"!

La ruina del buen hombre nos puede pasar a nosotros: "así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios". Su pecado no era ser rico, ni preocuparse de su futuro. Sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios significa dar importancia a aquellas cosas que sí nos llevaremos con nosotros en la muerte: las buenas obras. En concreto, el haber sabido compartir con otros nuestros bienes sí que es una riqueza que vale la pena ante Dios. El examen final será: "me diste de comer". Y el no hacerlo -como fue el caso del rico Epulón- es, para el evangelio, la mayor necedad. No se nos invita a la pereza. El mismo Jesús nos dijo la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar.

Se trata de que no nos dejemos apegar a las riquezas. Hay cosas más importantes que el dinero, en la vida humana y cristiana.

Aunque ya estemos bien orientados en la vida de fe y centrados en los valores de Dios, podemos preguntarnos si de alguna manera no se nos pega también la idolatría del dinero que reina en el mundo, y si no tendríamos que relativizar algo nuestras preocupaciones materiales.  No vaya a ser que nos tengan que llamar "necios" porque no hemos dado importancia a lo que en verdad la tiene.

c) Acumular, comprar, buscar el placer… es el afán prioritario de nuestra cultura. Señor Jesús, frecuentemente me encuentro contemplando las cosas buenas de este mundo, pero no como medios sino como un fin. Necesito tener claras mis prioridades: Tú, primero, y luego todo lo demás, según me lleven hacia Ti. Dame la sabiduría para saber que la vida es corta y debo vivirla sólo para Ti.

Te pido, Señor, que lo que mueva mi vida sea el amor hecho concreto en el servicio. Ayúdame a buscar la verdadera riqueza en el amor a Ti y a los hermanos. Amén.

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