jueves, 25 de septiembre de 2014

La confesión de Pedro


San Lucas 9,18-20


«Un día en que Jesús estaba orando solo, y sus discípulos estaban con él, les preguntó: 

—¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: 

—Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías, y otros dicen que eres uno de los antiguos profetas, que ha resucitado. 

—Y ustedes, ¿quién dicen que soy? —les preguntó. 

Y Pedro le respondió: 

—Eres el Mesías de Dios.»

Palabra del Señor, 

Gloria a Ti, Señor


a) Ayer el interesado por saber quién era Jesús fue Herodes. Hoy la pregunta se la hace Jesús mismo a los suyos.


Primero, "¿quién dice la gente que soy yo?". La respuesta es la misma de ayer: Elías, o Juan, o un profeta. Pero en seguida Jesús les interpela directamente: "y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". La respuesta viene de labios de Pedro, el más decidido del grupo: "El Mesías de Dios".


Mesías es palabra hebrea. En griego se dice Christós. En castellano, Ungido. Jesús es el Ungido de Dios, o sea, aquél sobre quien Dios ha enviado su Espíritu, ungiéndole con su fuerza, para que lleve a cabo una misión.


El breve diálogo termina con el anuncio de su muerte y resurrección, aunque aquí Lucas no nos diga qué clase de reacción hubo en los apóstoles ante este anuncio tan inesperado.


Esta vez Jesús se da a sí mismo el nombre de "Hijo del Hombre", que viene de aquella visión de Daniel. Este profeta, delante del Anciano sentado en el trono, rodeado por una multitud de ángeles, vio venir "entre las nubes del cielo como un Hijo de Hombre" (Dn 7, l 3), uno con apariencia de hombre, pero que claramente supera esta condición, porque Dios le da todo poder e imperio para siempre.


b) La pregunta se nos repite periódicamente a nosotros, y no es superflua: ¿quién es Jesús para nosotros? Claro que "sabemos" ya quién es Jesús. No sólo creemos en él como el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, sino que le queremos seguir con fidelidad en la vida de cada día.


Pero tenemos que refrescar con frecuencia esta convicción, pensando si de veras nuestra vida está orientada hacia él, si le aceptamos, no sólo en lo que tiene de maestro y médico milagroso, sino también como el Mesías que va a la cruz, que es lo que él añade a la confesión de Pedro. Esto último es lo que más les costaba a los apóstoles aceptar en su seguimiento de Jesús, porque el mesianismo que ellos tenían en la cabeza era más bien triunfalista y sociopolítico.


¿Quién es Jesús para mi ahora, en esta etapa concreta de la vida que estoy viviendo?


Porque puede haber una evolución en mi comprensión de la figura de Jesús. A no ser que me haya hecho una imagen a mi medida, con selección de aspectos del evangelio, en vez del Jesús auténtico, con la cruz incluida. 


La pregunta puede completarse en dirección a nuestro apostolado con los demás: en la catequesis, en la predicación, en la reflexión teológica, ¿a qué Jesús anuncio yo? ¿al Jesús del evangelio, o al que nos "gusta" porque lo presentamos más cómodo y según la tendencia ideológica de turno? La Buena Noticia no nos la inventamos. Nos viene de Cristo, consoladora y exigente al mismo tiempo.


c) Señor Jesús, hoy quiero renovar y confesar mi fe en ti, como el Mesías Salvador. Quiero seguirte también con la cruz hasta llegar a la gloria. 


Purifica mis labios para que pueda confesar tu nombre en medio de un mundo autosuficiente, y que la alegría de vivir contigo sea motivo para que los hombres te reconozcan como el Mesías, salvador del mundo. Amén 



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