Señor, haznos capaces de abrirnos
con alegría a la escucha de tu Palabra y de reservar en nosotros el sitio de
honor al Evangelio, para constituirnos en tu familia, a ejemplo de tu Madre
María.
Marcos 3, 31-35
31 Entonces llegaron su madre y sus hermanos, se quedaron afuera y lo
mandaron a llamar. 32 Como era mucha la gente sentada en
torno a Jesús, le transmitieron este recado: «Tu madre, tus hermanos y tus
hermanas están fuera y preguntan por ti.» 33 Él les contestó: «¿Quiénes son mi
madre y mis hermanos?»
34 Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son
mi madre y mis hermanos. 35 Porque todo el que hace la voluntad
de Dios es hermano mío y hermana y madre.»
Palabra
del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús
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a)
Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como
protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus
familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos
y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.
Las
palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus
familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no
desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la
ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está
reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores
determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los
descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la
voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
b)
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su
familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la
oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos.
Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
En
ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si
de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la
que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella
es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.
Incluso
antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que
aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió
antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su
maternidad.
Por
eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la
escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la
Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.
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Señor, Tú nos has convertido en tu
familia: Concédenos un corazón acogedor y una mente limpia de prejuicios, a fin
de que seamos capaces de reconocer tu presencia y tu voz incluso fuera del
círculo de los «nuestros». Ayúdanos a reconocer como hermanas y hermanos a
todos los que cumplen la voluntad de Dios. Amén.
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