sábado, 15 de octubre de 2016

Marcos 2, 1-12


Ilumíname, Señor, con tu Espíritu. Tú que inspiraste la Palabra, haz que hoy la comprenda y la haga vida.

Marcos 2, 1-12

1 Tiempo después, Jesús volvió a Cafarnaúm. Apenas corrió la noticia de que estaba en casa, 2 se reunió tanta gente que no quedaba sitio ni siquiera a la puerta. 3 Y mientras Jesús les anunciaba la Palabra, cuatro hombres le trajeron un paralítico que llevaban tendido en una camilla.
4 Como no podían acercarlo a Jesús a causa de la multitud, levantaron el techo donde él estaba y por el boquete bajaron al enfermo en su camilla. 5 Al ver la fe de aquella gente, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, se te perdonan tus pecados.»
6 Estaban allí sentados algunos maestros de la Ley, y pensaron en su interior: 7 «¿Cómo puede decir eso? Realmente se burla de Dios. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?»
8 Pero Jesús supo en su espíritu lo que ellos estaban pensando, y les dijo: «¿Por qué piensan así? 9 ¿Qué es más fácil decir a este paralítico: Se te perdonan tus pecados, o decir: Levántate, toma tu camilla y anda? 10 Pues ahora ustedes sabrán que el Hijo del Hombre tiene en la tierra poder para perdonar pecados.» 11 Y dijo al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.» El hombre se levantó, y ante los ojos de toda la gente, cargó con su camilla y se fue. 12 La gente quedó asombrada, y todos glorificaban a Dios diciendo: «Nunca hemos visto nada parecido.» Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús.
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a) Es simpático y lleno de muchos significados el episodio del paralítico a quien le bajan por un boquete en el tejado y a quien Jesús cura y perdona.

Es de admirar, ante todo, la fe y la amabilidad de los que echan una mano al enfermo y le llevan ante Jesús, sin desanimarse ante la dificultad.

A esta fe responde la acogida de Jesús y su prontitud en curarle y también en perdonarle. Le da una doble salud: la corporal y la espiritual. Así aparece como el que cura el mal en su manifestación exterior y también en su raíz interior. A eso ha venido el Mesías: a perdonar. Cristo ataca el mal en sus propias raíces.

La reacción de los presentes es variada. Unos quedan atónitos y dan gloria a Dios. Otros no: ya empiezan las contradicciones. Es la primera vez, en el evangelio de Marcos, que los letrados se oponen a Jesús. Se escandalizan de que alguien diga que puede perdonar los pecados, si no es Dios. Y como no pueden aceptar la divinidad de Jesús, en cierto modo es lógica su oposición.

Marcos va a contarnos a partir de hoy cinco escenas de controversia de Jesús con los fariseos.

b) Lo primero que tendríamos que aplicarnos es la iniciativa de los que llevaron al enfermo ante Jesús. ¿A quién ayudamos nosotros? ¿A quién llevamos para que se encuentre con Jesús y le libere de su enfermedad, sea cual sea? ¿O nos desentendemos, con la excusa de que no es nuestro problema, o que es difícil de resolver?

Además, nos tenemos que alegrar de que también a nosotros Cristo nos quiere curar de todos nuestros males, sobre todo del pecado, que está en la raíz de todo mal. La afirmación categórica de que «el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados» tiene ahora su continuidad y su expresión sacramental en el sacramento de la Reconciliación. Por mediación de la Iglesia, a la que él ha encomendado este perdón, es él mismo, Cristo, lleno de misericordia, como en el caso del paralítico, quien sigue ejercitando su misión de perdonar. Tendríamos que mirar a este sacramento con alegría. No nos gusta confesar nuestras culpas. En el fondo, no nos gusta convertirnos. Pero aquí tenemos el más gozoso de los dones de Dios, su perdón y su paz.

¿En qué personaje de la escena nos sentimos retratados? ¿En el enfermo que acude confiado a Jesús, el perdonador? ¿En las buenas personas que saben ayudar a los demás? ¿En los escribas que, cómodamente sentados, sin echar una mano para colaborar, sí son rápidos en criticar a Jesús por todo lo que hace y dice? ¿O en el mismo Jesús, que tiene buen corazón y libera del mal al que lo necesita?

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Concédenos, Padre, una fe capaz de abrir los techos, de deslizar nuestras camillas, para que nos encontremos frente a Jesús. Una vez perdonados por él, podremos volver a nuestras casas, sanos y agradecidos. Amén

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