sábado, 15 de octubre de 2016

Marcos 3,1-6


Espíritu de Dios, concédenos en este momento que nos disponemos a escuchar tus inspiraciones a través de la Palabra inspirada, el don de la ciencia, para que descubramos en las leyes y en las cosas, tu verdad y tu bondad.

Marcos 3,1-6

1 Otro día entró Jesús en la sinagoga y se encontró con un hombre que tenía la mano paralizada. 2 Pero algunos estaban observando para ver si lo sanaba Jesús en día sábado. Con esto tendrían motivo para acusarlo.
3 Jesús dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Ponte de pie y colócate aquí en medio.» 4 Después les preguntó: «¿Qué nos permite la Ley hacer en día sábado? ¿Hacer el bien o hacer daño? ¿Salvar una vida o matar?» Pero ellos se quedaron callados.
5 Entonces Jesús paseó sobre ellos su mirada, enojado y muy apenado por su ceguera, y dijo al hombre: «Extiende la mano.» El paralítico la extendió y su mano quedó sana. 6 En cuanto a los fariseos, apenas salieron, fueron a juntarse con los partidarios de Herodes, buscando con ellos la forma de eliminar a Jesús.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús.
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a) De nuevo Jesús quiere manifestar su idea de que la ley del sábado está al servicio del hombre y no al revés. Delante de sus enemigos que espían todas sus actuaciones, cura al hombre del brazo paralítico. Lo hace provocativamente en la sinagoga y en sábado.

Pero antes pone a prueba a los presentes: ¿se puede curar a un hombre en sábado? Y ante el silencio de todos, dice Marcos que Jesús les dirigió «una mirada de enojo», «triste por su ceguera».

Algunos, al encontrarse con frases de este tipo en el evangelio, tienden a hablar de la «santa ira» de Jesús. Pero aquí no aparece lo de «santa». Sencillamente, Jesús se enfada, se indigna y se pone triste. Porque estas personas, encerradas en su interpretación estricta y exagerada de una ley, son capaces de quedarse de brazos cruzados y no ayudar al que lo necesita, con la excusa de que es sábado. ¿Cómo puede querer eso Dios?

Al verse puestos en evidencia, los fariseos «se pusieran a planear el modo de acabar con él».

b) ¿Es la ley el valor supremo? ¿O lo es el bien del hombre y la gloria de Dios? En su lucha contra la mentalidad legalista de los fariseos, ayer nos decía Jesús que «el sábado es para el hombre» y no al revés. Hoy aplica el principio a un caso concreto, contra la interpretación que hacían algunos, más preocupados por una ley minuciosa que del bien de las personas, sobre todo de las que sufren.

La ley, sí, el legalismo, no. La ley es un valor y una necesidad. Pero detrás de cada ley hay una intención que debe respirar amor y respeto al hombre concreto. La ley suprema de la Iglesia de Cristo son las personas, la salvación de las personas.
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Te alabo, Señor, porque me invitas continuamente a crecer, a dar un paso adelante y, a continuación, otro más. Te alabo porque me liberas de todo miedo que me bloquee, de todo sentido de inferioridad que me paralice: cuando acojo tu Palabra dispuesto a darle cuerpo en mi vida, sin reservas, me doy cuenta de que sales victorioso en mí. Te alabo porque también en mí y a través de mí continúas obrando tus maravillas de amor, de bien, de vida, y llevas la liberación a otros hermanos.

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