lunes, 24 de octubre de 2016

Marcos 3, 20-30


Espíritu Santo, ilumina nuestra oración y reflexión. Sé nuestro escudo contra el mal y guía nuestros pasos.

Marcos 3, 20-30

20 Vuelto a casa, se juntó otra vez tanta gente que ni siquiera podían comer. 21 Al enterarse sus parientes de todo lo anterior, fueron a buscarlo para llevárselo, pues decían: «Se ha vuelto loco.» 22 Mientras tanto, unos maestros de la Ley que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los demonios.»

23 Jesús les pidió que se acercaran y empezó a enseñarles por medio de ejemplos: 24 «¿Cómo puede Satanás echar a Satanás? Si una nación está con luchas internas, esa nación no podrá mantenerse en pie. 25 Y si una familia está con divisiones internas, esa familia no podrá subsistir. 26 De igual modo, si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, y pronto llegará su fin. 27 La verdad es que nadie puede entrar en la casa del Fuerte y arrebatarle sus cosas si no lo amarra primero; entonces podrá saquear su casa.

28 En verdad les digo: se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean. 29 En cambio el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará.» 30 Y justamente ése era su pecado cuando decían: Está poseído por un espíritu malo.
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús

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a) Si sus familiares decían que «se ha vuelto loco», peor es la acusación de los letrados que vienen desde Jerusalén: «Está poseído por Belcebú, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los demonios».

¡Qué absurda esta acusación! Jesús desmonta el señalamiento con un argumento irrefutable. ¿Cómo puede nadie luchar contra sí mismo? ¿Cómo puede ser uno endemoniado y a la vez exorcista, expulsador de demonios?

Lo que está en juego es la lucha entre el espíritu del mal y el del bien. La victoria de Jesús, arrojando al demonio de los posesos, debe ser interpretada como la señal de que ya ha llegado el que va a triunfar del mal, el Mesías, el que es más fuerte que el malo. Pero sus enemigos no están dispuestos a reconocerlo. Por eso merecen el durísimo ataque de Jesús: lo que hacen es una blasfemia contra el Espíritu. No se les puede perdonar. Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la luz, taparse los ojos para no ver. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino.

b) Nosotros no somos ciertamente de los que niegan a Jesús, o le tildan de loco o de fanático o de aliado del demonio. Al contrario, no sólo creemos en él, sino que le seguimos y vamos meditando su Palabra iluminadora. Nosotros sí sabemos que ha llegado el Reino y que Jesús es el más fuerte y nos ayuda en nuestra lucha contra el mal.

Pero también podríamos preguntarnos si alguna vez nos obstinamos en no ver todo lo que tendríamos que ver, en el evangelio o en los signos de los tiempos que vivimos. No será por maldad o por ceguera voluntaria, pero sí puede ser por pereza o por un deseo casi instintivo de no comprometernos demasiado si llegamos a ver todo lo que Cristo nos está diciendo y pidiendo.

Tampoco estaría mal que nos examináramos un momento para preguntarnos si nos parecemos algo a esos letrados del evangelio: ¿no tenemos una cierta tendencia a juzgar drásticamente a los que no piensan como nosotros, en la vida de familia, o en la comunidad, o en la Iglesia? No llegaremos a creer que están fuera de sus cabales o poseídos por el demonio, pero sí es posible que les cataloguemos como pobres personas, sin querer apreciar ningún valor en ellos, aunque lo tengan.

Otra reflexión de este evangelio. Somos invitados a luchar contra el mal. En esta lucha a veces vence el Malo. Pero El Más Fuerte ya ha venido, es Cristo Jesús. A nosotros, sus seguidores, se nos invita a no quedarnos indiferentes y perezosos, sino a resistir y trabajar contra todo mal que hay en nosotros y en el mundo.
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Señor, haznos sencillos y humildes, para que seamos capaces de reconocer tu obra y para no juzgar a nadie. Danos la fuerza para luchar contra el mal. Amén.

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