martes, 25 de octubre de 2016

Marcos 3,31-35


Señor, haznos capaces de abrirnos con alegría a la escucha de tu Palabra y de reservar en nosotros el sitio de honor al Evangelio, para constituirnos en tu familia, a ejemplo de tu Madre María.

Marcos 3, 31-35

31 Entonces llegaron su madre y sus hermanos, se quedaron afuera y lo mandaron a llamar. 32 Como era mucha la gente sentada en torno a Jesús, le transmitieron este recado: «Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y preguntan por ti.» 33 Él les contestó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?»
34 Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. 35 Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre.»
Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor, Jesús

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a) Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.

Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

b) Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.

En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.

Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.

Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.

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Señor, Tú nos has convertido en tu familia: Concédenos un corazón acogedor y una mente limpia de prejuicios, a fin de que seamos capaces de reconocer tu presencia y tu voz incluso fuera del círculo de los «nuestros». Ayúdanos a reconocer como hermanas y hermanos a todos los que cumplen la voluntad de Dios. Amén. 

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